Enemigo en la Casa Blanca

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El caso ‘Signalgate’ confirma la profunda hostilidad del Gobierno de EE.UU. hacia Europa

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El vicepresidente de EE.UU. J.D. Vance, dirigiéndose a los marines de la base de Qantico (Virginia) este miércoles 

JIM LO SCALZO / EFE

¿Tiene sentido seguir considerando a Estados Unidos un aliado, a la vista del desdén y la animadversión que el gobierno de Donald Trump manifiesta hacia Europa? Críticas, amenazas, menosprecios, apetitos anexionistas… los gestos públicos de la nueva Administración norteamericana, en sus apenas diez semanas de vida, hacia sus históricos aliados europeos no han podido ser más negativos. Pero siempre cabía interpretarlo como una simple táctica negociadora para imponer los intereses de EE.UU. en sus renovados tratos con el continente, en la lógica “transaccional” que caracteriza -o caracterizaba- al presidente estadounidense. Sin embargo, la publicación de una conversación privada de los más altos cargos del Gobierno norteamericano, a propósito de la última operación militar en Yemen, ha revelado una hostilidad profunda.

Todo Washington anda escandalizado estos días por la divulgación de un chat privado, que debía suponerse del máximo secreto, donde los miembros más relevantes del Ejecutivo hablaban de los preparativos para atacar a las milicias hutíes de Yemen que amenazan el transporte marítimo por el estrecho de Bab el-Mandeb y el Canal de Suez (el ataque se produjo el pasado 15 de marzo y siguió en días posteriores). Ahí estaban el vicepresidente, J.D. Vance; el secretario de Defensa, Pete Hegseth; el consejero de Seguridad Nacional, Michael Waltz, y el secretario de Estado, Marco Rubio, entre otros. A la conversación, a través de la plataforma Signal -un medio no autorizado en estos casos por inseguro-, fue añadido además por error el jefe de redacción de The Atlantic, Jeffrey Goldberg, quien esta semana ha publicado el contenido.

Más allá del amateurismo de la nueva Administración, el intercambio muestra con crudeza la fijación del nuevo Gobierno norteamericano con Europa, a la que ataca a la mínima oportunidad venga o no a cuento. J.D. Vance no es el único, pero sí el más beligerante. El vicepresidente expresa en ese chat su rechazo a la operación militar en Yemen por entender que su objetivo era sacarle las castañas del fuego a la Unión Europea, mucho más perjudicada que EE.UU. por los ataques hutíes en el Mar Rojo (por donde, según sus datos, pasa solo el 3% del comercio norteamericano mientras que representa el 40% del europeo)

Vicepresidente Vance: “Odio tener que rescatar a Europa otra vez”

“No estoy seguro de que el presidente sea consciente de lo incoherente que (la operación) sería con su posición actual sobre Europa”, expone Vance, mientras aventura que “el público” tampoco lo entendería. Pese a sus reticencias, y a la vista de que estaba en minoría, el vicepresidente acaba por ceder: “Si crees que deberíamos hacerlo, adelante. Simplemente odio tener que rescatar a Europa otra vez”, concluye. El jefe del Pentágono, Pete Hegseth, le da la razón –“Comparto totalmente tu desprecio por cómo se aprovechan los europeos, es patético”, dice-, mientras otros participantes empiezan a plantear que Europa debería “remunerar” a Estados Unidos por su intervención militar.

Presentar la operación en Yemen como un servicio prestado a Europa -por más que los europeos resulten beneficiarios, al igual que China y otros países- solo puede ser atribuible a la ignorancia o a la mala fe. Es cierto que los ataques hutíes contra los barcos mercantes, lanzados a partir del otoño del 2023 como represalia por la guerra de Israel en Gaza, han afectado gravemente al transporte marítimo, que ha caído hasta un 60% por esta ruta, obligando a dar grandes rodeos. Y que Europa, aunque ha desplegado una flota de buques de guerra para escoltar a los mercantes (Operación Aspides), ha evitado implicarse en ataques militares (con excepción, en un primer momento, del Reino Unido). Pero también lo es que Estados Unidos está interviniendo en Yemen, desde hace al menos una década, en defensa de sus propios intereses estratégicos.

Los hutíes yemeníes, de confesión chií, integran -a través de la organización Ansar Allah (Partidarios de Dios)- uno de los brazos armados del llamado Eje de la Resistencia, el rosario de milicias -del que también forman parte la libanesa Hizbulah y la palestina Hamas- a través del que Irán interviene militarmente en la región. Y contra Irán, enemigo existencial de Israel y rival geopolítico de Arabia Saudí -los dos grandes aliados de EE.UU. en Oriente Medio-, es contra quien Washington actúa cuando ataca a los hutíes. Ya en 2015 intervino en la guerra civil yemení apoyando militarmente a la coalición liderada por los saudíes que invadió el país para frenar a los rebeldes. A raíz de la guerra en Gaza, los hutíes han atacado barcos mercantes pero también han lanzado misiles balísticos contra Israel. Este es el contexto real de la intervención americana, que no hace sino seguir los pasos de la Administración Biden.

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Un avión de combate de EE.UU. despega del portaviones 'Harry S. Truman' en el Mar Rojo para atacar las bases de las milicias hutíes en Yemen 

Ap-LaPresse

Un antieuropeísmo militante, que flirtea a veces con la obsesión patológica, impregna el Gobierno actual de Washington. Para el analista norteamericano Ian Bremmer, EE.UU. no es ya que sea un aliado poco fiable para Europa, sino que ha devenido un “potencia hostil” y exigirá a los europeos un verdadero salto adelante. El nuevo escenario podía deducirse ya de las acciones y declaraciones públicas emitidas hasta ahora por la nueva Administración estadounidense, pero el Signalgate lo ha corroborado de forma cristalina.

Al frente de este movimiento antieuropeo se destaca nítidamente el vicepresidente J.D. Vance, quien ya mostró su inquina hacia la UE en el discurso inaugural que pronunció el pasado mes de febrero en la Conferencia de Seguridad de Munich y que después no ha perdido ocasión de reiterar (su última provocación es la visita programada para hoy, junto a su mujer, Usha, a Groenlandia, que Trump quiere anexionarse)

Nacido hace 40 años en el seno de una familia disfuncional de Ohio -con un padre desaparecido y una madre drogadicta, fue criado por sus abuelos y acabó graduándose en Yale gracias a una beca conseguida por prestar servicio en el ejército en Irak-, Vance saltó a la fama en 2016 al publicar un interesante retrato de las depauperadas clases trabajadoras blancas del Medio Oeste, Hillbily, una elegía rural (Deusto, 2016), base electoral fundamental del triunfo de Donald Trump en las elecciones de ese año.

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J.D. Vance no era trumpista en esa época, todo lo contrario. Consideraba que el líder republicano era un “idiota”, un “imbécil cínico”, con afán de convertirse en el “Hitler de América”. Poco le duró esta opinión. Le bastó darse cuenta de que si quería hacer carrera política en el Partido Republicano y aspirar a ser elegido senador por Ohio en 2022 -como así logró- necesitaba a Trump para hacer acto de contrición. Trump se lo hizo pagar humillándole en público en un mitin electoral en Youngstown: “J.D. me está besando el culo, quiere mi apoyo con todas sus fuerzas”, espetó. Convertido al catolicismo integrista, Vance milita hoy en el ala más ultraconservadora e iliberal del Partido Republicano.

Para el politólogo alemán Yascha Mounk, “es difícil comprender del todo qué impulsa la animadversión de Vance contra Europa”, pero esta existe más allá de toda duda razonable. “Para J.D. Vance, Europa es realmente el enemigo”, sostiene en un reciente artículo. Y añade: “Sería muy peligroso para los europeos subestimar la influencia actual de Vance y sus perspectivas de futuro”. Más activo y visible que un vicepresidente al uso, Vance trabaja para colocarse en cabeza cara a la nominación republicana para las elecciones presidenciales del 2028 y podría acabar siendo -con permiso de Trump, camino ya de los 79 años- el próximo presidente de Estados Unidos.

  • La tregua que no llega. Donald Trump prometió -retóricamente- acabar con la guerra de Ucrania en 24 horas, pero lo cierto es que las negociaciones para alcanzar una tregua parcial de 30 días se están poniendo muy cuesta arriba. El encuentro de esta semana en Arabia Saudí alumbró un ambiguo principio de acuerdo de alto el fuego en el mar Negro -cara a facilitar la reanudación segura de la exportación de cereales- pero enseguida Rusia lo condicionó al levantamiento de sanciones, lo que tanto Ucrania como Europa rechazan. Mientras, Francia y el Reino Unido siguen trabajando para reunir una misión militar europea para enviar a Ucrania en el marco de un hipotético acuerdo de paz, algo que Washington desdeña: el enviado especial de Donald Trump para Ucrania y para Oriente Medio, Steve Witkoff -un promotor inmobiliario neoyorquino de origen ruso-, lo ha ridiculizado calificándolo de “postureo”.

  • Kit de supervivencia. En su empecinada carrera por tratar de sensibilizar a los ciudadanos europeos sobre la necesidad de un rearme militar a base de llamar al lobo día sí, día también, blandiendo la amenaza de guerra, la Comisión Europea sorprendió esta semana a todo el mundo aconsejando a los ciudadanos que preparen un kit de supervivencia para poder aguantar 72 horas en caso de conflicto bélico o catástrofe. La comisaria europea de Preparación y Gestión de Crisis e Igualdad, Hadja Lahbib, difundió un vídeo con instrucciones que ya ha sido objeto de todo tipo de memes. En todo caso, el último Eurobarómetro confirma la diferente percepción del peligro que existe entre los ciudadanos de los países del Este, fronterizos con Rusia, y los países del Sur.

  • Aranceles a los coches. En la guerra comercial por fases que ha decidido emprender contra el resto del mundo, Donald Trump anunció el miércoles la imposición, a partir del 2 de abril, de aranceles del 25% sobre todos los automóviles importados por Estados Unidos, lo que en el caso de Europa afecta muy especialmente a Alemania. La UE no tardó en lamentar la decisión del presidente de EE.UU. y avanzó que tomará medidas de represalia. “No puedo decir los tiempos exactos para nuestra potencial respuesta a unas medidas estadounidenses que todavía no han sido implementadas, pero puedo asegurar que llegarán en el debido tiempo, que serán robustas y bien calibradas y que lograrán el impacto que esperamos”, declaró el portavoz de Comercio comunitario, Olof Gill.
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