Rodrigo Duterte gana elecciones en Filipinas desde su celda en Holanda

Alcalde de Davao

Los candidatos afectos al expresidente y a su hija Sara le aguantan el pulso a Ferdinand Marcos en el Senado

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Simpatizantes de Rodrigo Duterte pidiendo su retorno a Filipinas el pasado 28 de marzo, día de su cumpleaños, en su feudo de Davao 

Eloisa Lopez / Reuters

Ferdinand “Bongbong” Marcos hizo una apuesta de alto riesgo al entregar a su predecesor en la presidencia de Filipinas, Rodrigo Duterte, al Tribunal Penal Internacional (TPI). Dos meses después, el veredicto del pueblo filipino parece desautorizar su decisión, en los comicios celebrados este lunes, con alta participación. Duterte ha ganado desde su celda holandesa la alcaldía de Davao, segunda mayor área metropolitana del archipiélago, con cerca del 85% de los votos. Más importante aún, en la renovación de la mitad del Senado, la mitad de los escaños en juego habrían sido para candidatos respaldados por su hija, la vicepresidenta Sara Duterte. 

Los resultados son un jarro de agua fría para el presidente Ferdinand Marcos, hijo del dictador homónimo, que acudió a votar acompañado de su madre, Imelda, famosa por los miles de  pares de zapatos que acumuló durante su dictadura. 

Aunque ayer también hubo elecciones a la Cámara Baja -los resultados oficiales se sabrán en una semana- la mayor atención estaba puesta en los doce escaños en juego en el Senado, de un total de veinticuatro. Su configuración final podría determinar el siguiente pulso entre los clanes de los Marcos y los Duterte. Efectivamente, dentro de dos meses, la Cámara Alta validará o no la inhabilitación de la vicepresidenta Sara Duterte por parte del Congreso, por apropiación de fondos reservados, entre otras  acusaciones que ella considera calumniosas. En caso de ser declarada culpable, Duterte no podría presentarse a las elecciones presidenciales de 2028, en las que parte como favorita. 

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El pulso a muerte con los Duterte no le está saliendo a pedir de boca al presidente Ferdinand Marcos II, en la foto, después de votar, con su hijo y candidato a sucederle un día, Ferdinand Marcos III, conocido como Sandro, en polo rojo

Bernie Sipin de la Cruz / EFE

Ya lo era antes de que Marcos entregara a Rodrigo Duterte al Tribunal de La Haya, sin base legal para ello, puesto que las Filipinas no son signatarias del Tratado de Roma (Duterte retiró su firma en 2019). Desde entonces, la popularidad de Ferdinand Marcos hijo ha caído al 25% y la de Sara Duterte ha remontado hasta el 59%. Las elecciones de este lunes eran la primera oportunidad para certificarlo. Para la ocasión, el frente anti Marcos había formado una plataforma llamada DuterTen, con diez senadores explícitamente apoyados por los Duterte. 

El senador más votado, con millones de votos de diferencia, es uno de ellos, Christopher “Bong” Go. También el tercero más votado -Bato de la Rosa- así como el sexto más votado. De la Rosa, para más inri, fue el comisario encargado de llevar a cabo en Manila la persecución -a menudo, la ejecución- de los pequeños traficantes de droga, tal como encomendó en su día Rodrigo Duterte. Esta campaña sin piedad, inspirada en la que una década antes había encabezado Thaksin Shinawatra en Tailandia, dejó unos seis mil muertos. Estas muertes son el principal argumento del TPI de La Haya, que empezará a juzgar a Duterte en septiembre.

La campaña de “limpieza”, en el lenguaje tabernario propio del expresidente, contó en cualquier caso con un gran respaldo popular. De modo que su entrega a jueces extranjeros es vista como una traición, no solo por sus simpatizantes, sino incluso por miembros del gobierno filipino. 

Cabe decir que la propia hermana del actual presidente, Imee Marcos, se montó en el vagón de los Duterte en el último momento, al igual que Camille Villar, hija del hombre más rico de Filipinas. Ambas husmearon el signo de los tiempos (en el caso de Imee, la relación viene de lejos)  y ambas han salido elegidas, tras recibir el apoyo de Sara Duterte en el último día de campaña. Todo ello también da cuenta de hasta qué punto son borrosas las líneas partidistas e ideológicas en Filipinas. 

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El expresidente Rodrigo Duterte, de 80 años, prestó declaración en el Senado el año pasado, por su guerra contra las drogas. 

JAM STA ROSA / AFP

Mucho más claro es el posicionamiento de uno y otro bando en relación a China y Estados Unidos. El caso es que, durante el últimos cuarto de siglo, los filipinos han ido alternando presidentes más o menos decantados hacia Washington, la potencia ocupante entre 1898 y 1946. Si ahora saltan chispas es porque Rodrigo Duterte fue el más pro chino de todos, mientras que Ferdinand Marcos II es el más pro estadounidense de todos. Tanto es así que ha devuelto a los marines a bases filipinas de las que habían sido expulsados hace casi cuatro décadas, tras la caída de la dictadura de su progenitor. 

La divisoria nunca había estado tan marcada. La alternancia significaría que en 2028 le volvería a tocar al turno a un presidente más equidistante, entre los intereses de Pekín y Washington. Pero la política china de Donald Trump ha dado tantos tumbos en tres meses que es imposible prever qué puede pasar dentro de tres años. 

El caso es que Filipinas, un enano militar, azuzado por EE.UU., Japón, Corea del Sur  y Taiwán, se ha apartado de la línea conciliadora del resto de estados del sudeste asiático, para convertirse en punta de lanza de la confrontación con las ambiciones hegemónicas de China en el mar de la China Meridional. Todo ello a cuenta de la soberanía en disputa sobre algunos islotes minúsculos, en alguno de los cuales no cabe más que un  barco varado. 

El “premio” de Donald Trump no deja de ser un castigo: un 17% de aranceles. Un gravamen menor que el aplicado a la mayoría de países, pero un castigo al fin y al cabo (ahora en suspenso durante 90 días para ser renegociado).

Mientras tanto, los compromisos de inversión extranjera en las Filipinas aprobados por el gobierno se contrajeron casi un 40% en 2024, respecto al año anterior. La tendencia en 2025 es aún peor, mientas los filipinos se quejan de la pérdida de poder adquisitivo. China, que compraba 3/4 partes de la exportación filipina de plátanos, por poner un ejemplo, ha reducido sus compras en un tercio, premiando en su lugar a los productores indonesios. 

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La vicepresidenta inhabilitada, Sara Duterte, se juega su futuro político y su libertad en el Senado, en un par de meses. 

cedida / AFP

Cabe señalar que Rodrigo Duterte fue alcalde de Davao, la mayor ciudad de la isla meridional de Mindanao, durante varias legislaturas, antes de ser presidente del país. Durante los últimos años, ha sido alcalde su hijo Sebastián, que con toda probabilidad seguirá ejerciendo, aunque el cargo que haya obtenido esta vez en las urnas sea el de vicealcalde. El otro vástago de Duterte ha revalidado el escaño de diputado y dos de sus nietos han conquistado otros dos cargo electos. 

La sucesión está menos clara en el caso del clan Marcos, ya que Ferdinand Marcos III, aunque ya ha sido congresista, solo tiene 33 años. En Filipinas, actualmente, los presidentes no pueden optar a un segundo mandato. Todo ello, unido al enfado popular evidenciado en las urnas, hace más difícil -aunque no imposible- que el Senado reúna los dos tercios necesarios para revocar el mandato de la vicepresidenta Duterte y liquidar su futuro político y el de su clan. 

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El presidente Ferdinand 'Bongbong' Marcos votando ayer en Batac, Ilocos Norte. Detrás, en silla de ruedas, su madre, Imelda Marcos. 

Bernie Sipin de la Cruz / EFE

Tampoco hay que olvidar que Ferdinand Marcos y Sara Duterte formaron tándem en las pasadas presidenciales, para tapar las vergüenzas de sus respectivos clanes, frente a la candidatura de Leni Robredo, que fuera vicepresidenta de Rodrigo Duterte. Robredo fue elegida ayer alcaldesa de Naga y los buenos resultados de otros candidatos liberales indican que hay vida más allá de los dos clanes. 

Este lunes, ni Ferdinand Marcos ni Sara Duterte concurrían a las elecciones, pero participaron activamente en la campaña de estas elecciones, vistas como un plebiscito. Ninguno de los dos puede cantar victoria, ni dar por eliminado al contrario. Esta eliminación puede ser física, como intuyó Sara Duterte, al declarar en público que, en caso de ser asesinada, había dado instrucciones para que Ferdinand Marcos y su esposa corrieran la misma suerte. 

Ningún filipino de mediana edad o de edad avanzada -una minoría en un país muy joven- calificaría su advertencia de paranoia, a sabiendas de lo que sucedió a mediados de los ochenta con el máximo rival de Ferdinand Marcos padres. Benigno Aquino Jr., recién aterrizado en Manila a su regreso del  exilio en EE.UU., fue asesinado. La ira popular llevaría al final de la dictadura y a la presidencia, ganada en las urnas, de Corazón Aquino, su viuda. En cualquier caso, las supuestas amenazas de Sara Duterte también serán examinadas por el Senado, por si fueran merecedoras de condena. 

Mientras tanto, contra pronóstico, muchos filipinos a los que se suponía abducidos por sus teléfonos móviles formaron largas colas para depositar su voto, tal como se observó en los colegios electorales, a pesar de una humedad y unas temperaturas tan altas que pusieron en jaque cientos de dispositivos de cómputo  de sufragios, que tuvieron que ser reemplazados. Aunque se daba por descontado el voto masivo de simpatía hacia Duterte -y antipatía hacia Marcos- en determinadas circunscripciones -como Davao- y entre determinados colectivos -como la Iglesia ni Kristo- los 26 millones de sufragios recogidos por el candidato “dutertista” más votado ponen en evidencia que todavía hay partido, en todo el archipiélago .

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Largas colas para votar en un colegio electoral de Quezón, Gran Manila 

Rolex de la Peña / EFE
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