La debacle electoral de los socialistas portugueses alcanza tal magnitud que les obliga a entonar en la práctica la canción de campaña del primer ministro, el conservador Luís Montenegro. Durante las últimas semanas torturó a los periodistas que le seguían, y a todo aquel que estuviese cerca de su caravana, con la sintonía de “dejen a Luís trabajar”. Era un remedo de la frase legendaria de “déjenme trabajar”, dirigida a la oposición, del también conservador Aníbal Cavaco Silva, el referente del actual jefe del Gobierno. Éste mantiene por ahora, si bien de forma implícita, su negativa a aliarse con la muy crecida en las urnas extrema derecha de Chega, de André Ventura.
Al amanecer del sábado había una curiosa presencia junto a la casa de Montenegro en Espinho, eje de todos los escándalos que provocaron las elecciones anticipadas del domingo, que tuvieron el paradójico desenlace de beneficiar al afectado. Casi delante de esta poco agraciada mansión de 800 metros cuadrados estaba aparcada una camioneta de los bomberos del municipio zamorano de Toro. En el lateral lucía el rótulo de “equipo de rescate”.
La tempestad política amaina pero sin una solución de estabilidad y sin cerrarse el caso del primer ministro
El color rojo de los bomberos coincide con el del Partido Socialista (PS), abocado a ser el rescatador de Montenegro, después de la hecatombe del domingo. Tuvo el tercer peor resultado de su historia, camino de convertirse en el más amargo. Tras bajar cinco puntos, que se suman a los doce perdidos el año pasado, los socialistas mantuvieron la segunda plaza de forma agónica con sólo ocho décimas más que Chega, pero empatados a 58 diputados. Faltan los cuatro escaños del voto exterior, que se escrutará el día 28. Se espera que los ultras mantengan sus dos diputados del 2024, frente al conservador y al otro del PS, que, así, por primera vez en 50 años de democracia dejaría de ser una de las dos primeras fuerzas en el parlamento.
El del domingo no fue el terremoto de Lisboa, como el de 1755, sino el de Espinho. Resultó devastador para el conjunto del centro-izquierda y los socialistas. Se llevó por delante a su débil líder, Pedro Nuno Santos, que dimite para “no ser un estorbo” ante la decisión que tiene tomar su partido, de volver a apoyar, al menos puntualmente a Montenegro, como ocurrió tras elecciones del 2024 y dejó de pasar en marzo, en el marco del escándalo por la consultora familiar del primer ministro.
Santos persiste en esa posición, pero en la madrugada del lunes su antecesor António Costa, primer ministro entre 2015 y 2024 y actual presidente del Consejo Europeo, marcó el camino con una felicitación a Montenegro, en la que anunciaba su disposición a trabajar “con el próximo gobierno”. José Luís Carneiro, hombre de Costa, ya se postula como sucesor de Santos, si bien podría aparecer algún candidato más.
Con un régimen semipresidencial, en Portugal no hay investidura. Al primer ministro lo nombra el presidente, Marcelo Rebelo de Sousa que hoy martes inicia la ronda de contactos con los líderes previa a la designación, que puede ser tumbada por el Parlamento, si bien el PS carece de margen de maniobra para derribar a Montenegro. Legitimado en las urnas, pero con como mucho 80 escaños de 230, más los 9 liberales, sigue en franca minoría, bajo la amenaza de que los casos de la empresa y la casa puedan desembocar en una imputación, que por ahora no se vislumbra. Y está por ver si el presidente exigirá un pacto firme de gobernabilidad por escrito.
En la campaña resultó escandalosa la falta de referencias a las turbulencias globales. Parecía volver a regir el lema de “orgullosamente solos” de la dictadura de Oliveira de Salazar en sus tiempos de mayor aislamiento. Pero en su discurso de la victoria Montenegro proclamó que “el mundo está peligroso, con enormes desafíos”. “Portugal no es inmune a la presión externa”, añadió. Se trata del nuevo as en la manga del tahúr de Espinho, tierra de casinos.