Arrinconados en el desván

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EE.UU. ignora sistemáticamente a los europeos en los asuntos internacionales, de Ucrania a Oriente Medio

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El británico David Lammy, el francés Jean-Noel Barrot, el alemán Johann Wadephul y la alta representante europea Kaja Kallas, en una pausa de las negociaciones con los iraníes en Ginebra 

HANDOUT / AFP

Hace hoy una semana, en Ginebra, los máximos responsables diplomáticos de Europa se encontraron con el ministro de Exteriores de Irán, Abás Araqchí, para tratar de buscar una salida diplomática al conflicto sobre el programa nuclear iraní que pusiera fin a la guerra abierta con Israel y evitara una escalada con la intervención de Estados Unidos. Había si no optimismo, sí cierto alivio en el ambiente, después de que la portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, declarara la víspera que el presidente Donald Trump se daba dos semanas para decidir si bombardeaba las instalaciones nucleares iraníes. “Dos semanas para negociar”, tituló el Washington Post. Parecía una luz en medio del túnel.

Pero no había ninguna luz. Ni dos semanas, ni nada. Porque mientras el viernes 20 los jefes de Exteriores de Alemania, Johann Wadephul; Francia, Jean-Noël Barrot; Reino Unido, David Lammy, y la Unión Europea, Kaja Kallas, se reunían con su homólogo iraní, la fuerza aérea de EE.UU. había enviado ya a las bases de Rota y Morón los aviones cisterna que iban a abastecer en vuelo a los bombarderos B-2 que se preparaban para bombardear Irán la noche del día siguiente. Ya podía salir esperanzado del encuentro el alemán Wadephul -Teherán, dijo, estaba abierta a discutir sobre “todas las cuestiones esenciales”-, que las cartas estaban marcadas de antemano. El propio Trump lo dejó caer casi al mismo tiempo: “Europa no va a poder ayudar en este tema”, zanjó.

Programa nuclear iraní

Alemania, Francia y Reino Unido participaron  en el acuerdo del 2015, ahora no les han dejado

¿Europa no podía ayudar? Europa ya había ayudado, y mucho. Alemania, Francia y el Reino Unido se habían involucrado decisivamente en el 2015 para alcanzar un acuerdo con Irán con el objetivo de frenar su programa nuclear, junto a EE.UU., Rusia y China. Era la época de Barack Obama y aquel acuerdo, que el premier israelí Beniamin Netanyahu odiaba con todas sus fuerzas, fue roto unilateralmente por Trump en el 2018, en su primer mandato. Ahora, el presidente norteamericano -infantilmente obsesionado con tener el Nobel de la Paz- quería firmar él su propio acuerdo con Irán, pero Netanyahu abortó esta posibilidad con su ataque y acabó arrastrando al propio Trump a su terreno. No es que Europa no pueda ayudar, es que Trump no ha querido.

El episodio es absolutamente revelador del ninguneo y menosprecio que el presidente de EE.UU. siente por sus aliados europeos, a los que quiere dejar absolutamente al margen en todos los asuntos internacionales. Rompiendo una tradición, Trump no avisó personalmente a ninguno de sus aliados europeos del lanzamiento del ataque a Irán, a ninguno. Como si fueran para él un montón de trastos inservibles olvidados en un desván.

Lo sucedido con el ataque a Irán no es el primer sinsabor que Europa tiene con el actual inquilino de la Casa Blanca. En lo concerniente a Oriente Medio -ya sea el dossier iraní o el conflicto israelo-palestino-, Trump ha mostrado repetidas veces su escaso interés en involucrar a los europeos. Quedó claro durante la última cumbre del G-7 en Alberta (Canadá), los pasados 16 y 17 de junio, que abandonó antes de hora, ignorando también la llegada del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski. De hecho, el primer y más grave desencuentro entre Europa y EE.UU. ha sido con la guerra de Ucrania. Trump no sólo ha comprado las tesis del ruso Vladímir Putin sobre el origen del conflicto, sino que, en su objetivo de lograr el fin de la guerra, ha prescindido de la opinión y la acción de sus aliados y ha optado por conducir el asunto bilateralmente y de forma personal. Hasta ahora sin ningún éxito, por cierto.

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De izquierda a derecha, el jefe del Pentágono, Pete Hegseth, el secretario de Estado, Marco Rubio, y el presidente de EE.UU., Donald Trump, en la cumbre de la OTAN 

Andrew Harnik / Getty

La actitud prepotente de Trump hacia Europa, y la reacción en general servil de los europeos, alcanzó su paroxismo esta semana en la cumbre de la OTAN, en la que sus miembros han aceptado casi sin rechistar la imposición arbitraria de un objetivo de gasto militar equivalente al 5% del PIB por el capricho del presidente de EE.UU., cuyo compromiso con la seguridad del continente sigue siendo ambiguo e impreciso. Solo España, en gran medida por razones de política interna, plantó cara al emperador, lo que le ha merecido toda suerte de amenazas. Es difícil, no obstante, que la gallardía -ya se verá si quijotesca- del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, pueda compensar el vergonzoso vasallaje del secretario general de la OTAN, el ex primer ministro neerlandés Mark Rutte, convertido en una suerte de cheerleader trumpista.

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En la visión de Donald Trump, amante de la ley del más fuerte, el mundo debe estar regido por un puñado de grandes potencias, gobernadas por hombres fuertes y con sus respectivas esferas de influencia reconocidas. El ruso Vladímir Putin, el chino Xi Jinping y él mismo encajan en el molde de estos nuevos señores del mundo, en una perspectiva casi feudal de las relaciones internacionales. ¿Y Europa? Europa no es una gran potencia -aunque podría serlo- y su voz es cada vez menos escuchada.

Como apunta el politólogo Pol Morillas, director del Cidob, en su reciente libro Al pati dels grans (En el patio de los mayores), hay una brecha entre las ambiciones de la UE y su capacidad real de acción, lastrada por sus divisiones estratégicas -que el principio de la unanimidad agrava-, la falta de unos presupuestos a la altura de las circunstancias y la ausencia de instrumentos clave en materia de seguridad y defensa. Ser una potencia comercial y reguladora no basta. “Europa ha declarado ser poder antes de ser potencia”, escribe Morillas, pero para serlo realmente “necesitará mejorar sus capacidades y dosis mayores de integración política”. Y una parte de los propios gobiernos europeos juegan a la contra.

· Israel, laissez faire. Un reciente informe del Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE) ha concluido que Israel está incumpliendo sus obligaciones en materia de respeto y protección de los derechos humanos en Gaza. Una mayoría de 17 países de la UE forzó la elaboración de este informe con el objetivo de proponer medidas contra el Gobierno de Beniamin Netanyahu por incumplir uno de los aspectos esenciales del Acuerdo de Asociación entre Israel y la UE. Sin embargo, la falta de consenso entre los 27 -España aboga por suspender el acuerdo, mientras Alemania lo rechaza- hará que todo quede en nada. La cumbre de ayer decidió pasar de puntillas sobre el asunto por la división existente.

· Ucrania olvidada. Las guerras en Oriente Medio -en Gaza, en Líbano, en Irán- han oscurecido otro conflicto que, sin embargo, sigue fuertemente activo, con su rosario de muerte y destrucción. Casi tres años y medio después de la invasión rusa, la guerra de Ucrania sigue su curso sin que nadie, aparentemente, recuerde ya los últimos intentos de pactar un alto el fuego. En los últimos meses, el ejército ruso ha utilizado abundantemente una nueva arma, el dron suicida de origen iraní Shahed-136, que lanza en oleadas masivas para bombardear sus objetivos saturando las defensas antiaéreas ucranianas. Cada unidad cuesta solo 20.000 dólares, pero se ha convertido en una auténtica pesadilla.

· Agenda ultra en Lisboa. La presión del partido de extrema derecha Chega, que liderado por André Ventura se convirtió en las elecciones del pasado mes de mayo en la segunda fuerza de Portugal, ha empezado a marcar la política del Gobierno conservador de Luís Montenegro, quien parece haber acabado por asumir el discurso que vincula inmigración con delincuencia. El Ejecutivo se ha estrenado con la aprobación de un paquete de medidas sobre inmigración que, entre otras cosas, incluye la retirada de la nacionalidad a los naturalizados condenados a penas de al menos cinco años de cárcel. Hace poco tiempo, cuando Chega presentó esta misma propuesta en el Parlamento en el 2020 no fue ni admitida a trámite por haber sido considerada inconstitucional.

NOTA: Este boletín quedará interrumpido durante el mes de julio. Volverá a partir de agosto

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