Lenie Umérova, exprisionera ucraniana: “Mi ‘delito’ fue rechazar el pasaporte ruso”

Guerra en Europa

La joven civil, tártara de Crimea, pasó casi dos años cautiva de Moscú y fue liberada en un canje de prisioneros en septiembre del 2024

PIE: La ucraniana Leniie Umerova, tártara de Crimea, de 27 años, en una visita a Berlín. Umerova, que vive en Kyiv, civil, pasó casi dos años prisionera en Rusia y fue liberada en un intercambio de prisioneros en septiembre del 2024. Foto tomada el 18 de junio del 2025 CRÉDITO: MARÍA-PAZ LÓPEZ

La civil ucraniana Lenie Umérova, de 27 años, en la céntrica Pariser Platz de Berlín, durante su reciente visita a la capital de Alemania

María-Paz López

En diciembre del 2022, pocos meses después del inicio de la invasión a gran escala rusa de Ucrania, la joven tártara Lenie Umérova, residente en Kyiv, emprendió viaje a Crimea para ver a su padre, enfermo de cáncer. Umérova, que tiene ahora 27 años, se había ido a vivir a la capital ucraniana en el 2015, un año después de la anexión ilegal de la península por Rusia, para estudiar y eludir la obligación de adoptar la nacionalidad rusa. Su familia se quedó en Crimea.

Para ir a Crimea a ver a su padre, Umérova viajó dando la vuelta por Rumanía, Bulgaria, Turquía y Georgia. Al intentar cruzar a Rusia, era la única persona con pasaporte ucraniano a bordo del autobús, y fue detenida. Comenzó así para ella un cautiverio de casi dos años en distintos lugares de Rusia, similar al que sufren entre 16.000 y 20.000 civiles ucranianos retenidos ilegalmente en prisiones rusas, según estimaciones del Defensor del Pueblo de Ucrania. Umérova fue liberada en septiembre del 2024 en un intercambio de prisioneros entre Moscú y Kyiv.

“Mi delito fue rechazar el pasaporte ruso; en el control vieron que mi lugar de nacimiento es Crimea, y me preguntaron por qué entonces no tengo pasaporte ruso; eso fue al principio, porque después empezaron a fabricar acusaciones contra mí, como que era una espía ucraniana”, explica Lenie Umérova en conversación con La Vanguardia en Berlín.

El aviso de Umérova

“Rusia quiere hacer creer al mundo que los ucranianos de los territorios ocupados apoyan la ocupación”

Umérova vive de nuevo en Kyiv, donde trabaja en marketing de moda, y estuvo en la capital alemana en un acto del Instituto Pilecki, centro público polaco de investigación y divulgación histórica con sedes en Varsovia y Berlín, muy atento a la guerra en Ucrania.

La decisión de que la entonces chiquilla fuera a vivir y estudiar a Kyiv se tomó en familia, en el marco de dos agresiones rusas en la memoria: la anexión unilateral del 2014, y la deportación en 1944 de los tártaros –la mayoría mujeres, niños y ancianos, pues los hombres combatían en el Ejército Rojo– ordenada por la Unión Soviética de Stalin.

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“A pesar de la anexión, mi familia quiso quedarse. Esto es algo que a veces fuera no se comprende. Pero Europa debe comprender. Crimea es nuestra patria. Mi abuela fue deportada a Uzbekistán, allí nacieron mis padres; ella aún llora cuando lo recuerda. Pudieron volver a Crimea, y después de tantos esfuerzos han querido quedarse”.

Umérova insiste en que “mucha gente se ha quedado en Crimea a pesar de la opresión rusa, a pesar de que una llamada delatora de un vecino puede significar el arresto, y no es porque les guste Putin o porque les guste el clima cálido; es porque es el hogar ancestral”.

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En el momento de la anexión rusa, los tártaros representaban en torno al 12% de la población de Crimea, que rondaba los dos millones de habitantes. Rechazaron la ocupación y boicotearon el referéndum de ingreso en Rusia. Los líderes de la comunidad estiman que desde el 2014 se han marchado de la península unos 50.000, pero la mayoría se quedó.

Se enfrentan a mucha presión: “Crimea fue ocupada hace más de once años, y la gente todavía protesta, se resiste como puede. Pero los rusos les dicen que, si no adoptan el pasaporte ruso, no podrán acceder a la educación, no podrán inscribir sus propiedades y no podrá salir de la península; por eso la gente se ve obligada a aceptar ese documento de la vergüenza”.

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Su caso –una tártara de Crimea aferrada a su pasaporte ucraniano– levantó ira. “Rusia quiere hacer creer al mundo que los ucranianos de los territorios ocupados apoyan la ocupación”, dice Umérova sobre un fenómeno de propaganda que se da también en las zonas ocupadas, total o parcialmente, en el este y el sur: Donetsk, Luhansk, Jersón y Zaporiyia.

A su detención en la frontera siguió un periplo de cárcel en cárcel: de las de Vladikavkaz y Beslán, en Osetia del Norte, en el Cáucaso; al centro de detención de la Agencia Federal de Seguridad (FSB) de Lefortovo, en Moscú, con inverosímiles cargos de espionaje. Estuvo siempre aislada.

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“Solo una vez metieron en mi celda a otra mujer, que me hacía preguntas sospechosas, así que yo callaba”. ¿Padeció tortura? “En interrogatorios me apuntaron a la cabeza con pistolas, y por la noche golpeaban con porras en la puerta metálica de mi celda. Sufrí maltrato. Pasé por momentos especiales sobre los que no quiero hablar; me hicieron algunas cosas que hacen a los prisioneros de guerra. Pero puedo decir que fui más afortunada que otra gente”, explica, y subraya que su abogado defensor, un letrado ruso especializado en derechos humanos, obró siempre con profesionalidad.

Lenie Umérova intenta llevar adelante su vida en Kyiv (“es complicado, sufrimos casi cada noche ataques de misiles rusos”) y mantiene la esperanza. “Ucrania seguirá luchando, no tenemos alternativa; y en Crimea la gente espera que algún día Crimea vuelva a Ucrania, más pronto o más tarde, porque no hay motivación para vivir bajo la ocupación rusa”.

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