Las puertas del infierno

Tribuna

Las puertas del infierno
Jordi Torrent
Especialista en geopolítica

Ahora que crecen los rumores sobre un alto el fuego en Gaza, es bueno recordar cuál ha sido, hasta ahora, el principal obstáculo para hacer realidad el plan de Trump y Netanyahu de acabar con el “problema” de Gaza mediante la expulsión de su población. No es Hamas ni el rechazo de las monarquías árabes ni la pusilánime oposición de la UE ni tan siquiera el legendario apego a su tierra de los palestinos que, por primera vez en 75 años, se está quebrando. Muchos aceptarían ahora su expulsión de Gaza con tal de escapar de la barbarie. El plan cuenta con el apoyo de más del 80% de la población judía de Israel, por lo que la deportación masiva, con aroma de limpieza étnica, tampoco se encontraría con oposición interna.

Al Sisi, el presidente egipcio, ha sido la única barrera que ha impedido expulsar a los gazatíes a través del paso fronterizo de Rafah. Esta es la única opción viable para deportar masivamente a los palestinos de su tierra. El resto de las alternativas que han barajado Trump y Netanyahu son difíciles de llevar a cabo sin la activa colaboración, impensable ahora mismo, de varios países árabes.

El 80% de los israelíes aceptaría la limpieza étnica de palestinos en Gaza

Si el presidente egipcio hubiese abierto las puertas del Sinaí, centenares de miles de gazatíes ya hubiesen huido. Al Sisi ha resistido, de momento, los cantos de sirena y se ha negado a ello, pese a promesas de millonarias inversiones.

Recordemos que en una de sus primeras órdenes ejecutivas Trump anunció que suspendía toda la ayuda exterior excepto a Israel y Egipto.

Palestinians gather at a food distribution point in the Nuseirat refugee camp in the central Gaza Strip on July 19, 2025. The World Food Programme said nearly one in three people in Gaza were not eating for days at a stretch and

Israel mató ayer a 32 palestinos más que iban a buscar ayuda en Gaza

EYAD BABA / AFP

Si los palestinos se instalan en el Sinaí serán un contrapoder a la dictadura egipcia

El hermético presidente egipcio, pese a ser un gran aliado de EE.UU., como se ha demostrado con la expulsión de activistas que pretendían llegar a Gaza, no puede permitirse abrir las puertas de Rafah y dejar que uno o dos millones de palestinos se instalen en el Sinaí como hicieron los saharauis en el desierto argelino. Una vez allí Israel no permitiría su regreso. Se convertirían en sus refugiados. Tendría que alimentarlos y controlarlos. Serían un foco de inestabilidad. La población de Gaza y Hamas, emparentado con los Hermanos Musulmanes egipcios, podrían encabezar la oposición al régimen y contribuir a su desestabilización. Hamas o los grupos que lo sucedan podrían convertir el territorio egipcio en una base de operaciones contra Israel de forma parecida a lo que ocurrió en Jordania y el Líbano en los años setenta y ochenta.

Netanyahu ha ido acorralando a los gazatíes hacia el sur con un doble objetivo: reocupar el norte para crear una zona de seguridad y forzar la apertura de Rafah ante la presión desesperada de dos millones de palestinos que ya no saben cómo escapar de sus masacres. Está cerca de lograr el primer objetivo. El segundo, en cambio, ha chocado con el instinto de supervivencia de Al Sisi, un oscuro exmilitar a quien se tildaba de mediocre y transitorio y que ha cumplido once años en el poder. Aunque se sospecha que Egipto ya ha preparado instalaciones para acoger a pocos miles de palestinos por razones humanitarias y para satisfacer a sus aliados, su negativa ha obligado al gobierno israelí a diseñar un plan alternativo que consiste en reubicar a los gazatíes en un gigantesco campo de concentración al sur de la franja.

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