La gran máquina de Italia se ha parado, y la señora Giovanna respira en el fondo aliviada. En la última década, Milán ha abandonado su gris monotonía; ella, en cambio, siente que ha perdido algo: “Me han robado la luz”. En su apartamento, el sol brilla hasta las once de la mañana, “pero hacia el mediodía ya estamos prácticamente a oscuras”. No siempre fue así: desde su ventana, en la vía Alessandro Paoli, “se veían las montañas”; ahora solo ve rascacielos muy cercanos: “Me parece poder tocarlos”. Primero la torre de la Región Lombarda, luego los Portali en vía Melchiorre Gioia, y en el horizonte otros tres más. “Mire, ¿lo entiende? Estamos literalmente encerrados vivos”.
Puede que se haya olvidado este pequeño rincón de Porta Nuova, el barrio de Milán que en los últimos diez años ha sido completamente transformado por esa “regeneración urbana” que convirtió la capital lombarda de ciudad industrial en declive a protagonista del panorama internacional, aunque dejó víctimas entre sus propios habitantes. Lo llaman el “modelo Milán”: beneficios para los constructores (las tasas urbanísticas estuvieron durante años entre las más bajas de Europa), grandes eventos –la Expo 2015 y los próximos Juegos Olímpicos de Invierno– e impulso a la innovación.
Para ver el resultado basta con mirar el horizonte: el skyline cambió radicalmente, con torres firmadas por arquitectos de fama mundial como Daniel Libeskind, Zaha Hadid o Stefano Boeri, y cientos de construcciones activas y proyectos, la mayoría con nombres anglófonos como CityLife, UpTown, The Sign, The Tower. Las consecuencias han sido inmediatas: afluencia de inversión extranjera sin precedentes y talentos de todo el mundo, pero también ha generado una presión inmobiliaria que ha expulsado a capas enteras de residentes. Según PwC y ULI, Milán es la segunda ciudad europea más atractiva para el capital inmobiliario. En una década, los precios de la vivienda han subido un 40%; los alquileres, un 43%, y el poder adquisitivo, apenas un 5%.
El modelo se sustentó en una estrecha colaboración público-privada. ¿Demasiado estrecha? La Fiscalía de Milán parece creerlo: abrió una investigación que derivó en la solicitud de arresto del concejal de Urbanismo, Giancarlo Tancredi, junto a varios arquitectos y promotores. También figura como investigado, por delitos leves, el alcalde de centroizquierda, Giuseppe Sala, que defiende su gestión y no tiene intención de dimitir. La tesis de la Fiscalía es que los permisos fueron otorgados vulnerando las normas, camuflando nuevas edificaciones como simples renovaciones. De fondo, posibles conflictos de interés en la comisión de paisajismo municipal, cuyos miembros asesoraban a promotores con los que mantenían relaciones profesionales constantes.
Durante años se construyó sin parar: no solo torres residenciales, también bloques de viviendas, supermercados, garajes, villas olímpicas... y quizás pronto un nuevo estadio en lugar del viejo San Siro. En la plaza Aspromonte, residentes de un condominio advirtieron de un día para otro una estructura de siete pisos levantándose en su patio. “Para legalizarlo, la comisión municipal declaró que eso no era un patio”, explica el vecino Marco Malfatti. Pero ese sentimiento de impotencia desencadenó el primer recurso a la justicia y luego la apertura de la causa. Lo presentó la abogada Veronica Dini: “Al principio no teníamos ni idea de que fuera un fenómeno sistemático, pero pronto surgieron casos similares y la Fiscalía incorporó nuevo material. Obtuvimos las resoluciones técnicas que habían autorizado de forma reiterada intervenciones de gran envergadura, al margen de la legislación urbanística nacional, sin pasar por la junta ni por el pleno del Ayuntamiento. Ese era el hilo que unía los antiguos almacenes industriales que acababan convertidos en torres”.
“Milán vivió lo que Barcelona en los 1990: regeneración e impulso internacional”, dice el urbanista Ratti
Frente al tribunal se vuelven a ver multitud de cronistas, como en los tiempos de Manos Limpias, la gran investigación de corrupción de los años noventa que puso fin a la llamada primera república. Aunque ahora todo ha cambiado, la acción judicial ya ha producido un efecto: Milán se ha tenido que cuestionar su propia trayectoria tras años de carrera desenfrenada. El urbanista Carlo Ratti, profesor tanto en el MIT de Boston como en el Politécnico de Milán y actual director de la Bienal de Arquitectura de Venecia, hablando con La Vanguardia , advierte contra el revisionismo: “La ciudad logró reinventarse como una de las metrópolis más dinámicas de Europa. En la década del 2010 vivió lo que Barcelona experimentó en los años noventa con los Juegos Olímpicos: regeneración urbanística, nuevos espacios públicos, infraestructuras metropolitanas y una fuerte atracción internacional, para el turismo y para quienes eligieron Italia gracias a la ley que ofrece ventajas fiscales a los residentes extranjeros”.
“Necesitamos un periodo de desintoxicación inmobiliaria”, afirma la profesora de Urbanismo del Politécnico, Elena Granata. “El avance de la ciudad no puede ir contra su propia comunidad. Barcelona y París crecieron y devolvían algo a sus habitantes. Milán no”.
Muchos distinguen dos fases distintas: en los primeros años después de la Expo, el desarrollo fue inclusivo, con atención a la cohesión vecinal y un pacto entre clases sociales que caracterizó la ciudad. Luego, una bulimia urbanística que –según la profesora– “sobrecargó a sus habitantes. Se produjo lo que yo llamo densificación : una evolución intensiva en los lotes más pequeños, atrayendo capital por el bajo precio del suelo, todo sin calcular el impacto social y ambiental”.
Y mientras los rascacielos de Porta Nuova reflejan un tranvía revestido con motivo del arcoíris para celebrar el orgullo LGTBI, la ciudad pionera italiana en derechos se encuentra ahora en el punto de mira de la derecha, que no gobierna aquí desde hace 13 años. “No hay riesgo de un giro conservador o una restauración política”, dice Elena Granata, “pero ahora toca volver a poner en el centro un urbanismo para los ciudadanos”.
No hay que volver al gris, pero tampoco seguir dejando sin sol a los ciudadanos.