Japón se aleja del pacifismo cuando se cumplen 80 años de Hiroshima

Giro estratégico

Las crecientes amenazas externas empujan al país hacia un rearme histórico

Japón se aleja del pacifismo cuando se cumplen 80 años de Hiroshima
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Hiroshima conmemora el 80 aniversario del bombardeo atómico

Paul Tibbets siempre dijo que “aquel asunto” no le había quitado “ni una noche de sueño”.

“Aquel asunto” era nada menos que el bombardeo de Hiroshima. Tibbets fue el piloto del avión que, el 6 de agosto de 1945, hoy hace justo ochenta años, lanzó la bomba atómica sobre la ciudad japonesa, segando de un plumazo la vida de decenas de miles de personas.

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Policías patrullando ayer junto a la Cúpula de la Bomba Atómica de Hiroshima

RICHARD A. BROOKS / AFP

El militar estadounidense había pasado más de diez meses preparando la misión. Cuando llegó el momento, partió de la isla de Tinián, en el archipiélago de las Marianas, a los mandos de su Boeing B-29 y se dirigió hacia el objetivo. A las 8.15 hora local, el Enola Gay –bautizado así en honor a la madre de Tibbets– abrió sus tripas metálicas para dejar caer a Little Boy sobre Hiroshima. La bomba de uranio detonó a 600 metros de altura, con una intensidad de unos 15 kilotones. “Cuando nos giramos para mirar, no había nada más que un revoltijo negro e hirviente que se cernía sobre la ciudad”, recordaría el piloto.

La explosión nuclear destruyó el 70% de los edificios y mató al instante a cerca de 70.000 personas. Con el paso de las semanas, el número de víctimas fue aumentando debido a los efectos de la radiación: a finales de 1945, los fallecidos ya eran unos 140.000. “Todos los días mueren personas a mi alrededor. Todas sufren el mismo destino”, escribió Yoko Ota en Ciudad de cadáveres (Satori, 2025), libro en el que la autora recogió sus vivencias tras la catástrofe atómica.

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La bomba atómica destruyó en 1945 casi toda la trama urbana de Hiroshima

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Según el relato canónico, el bombardeo de Hiroshima –al que siguió tres días después el de Nagasaki, igual de devastador– precipitó la rendición de Japón y el final de la Segunda Guerra Mundial, aunque los historiadores todavía discuten hoy si realmente fue tan decisivo: es posible que el emperador Hirohito hubiera decidido capitular igualmente ante el temor a la ocupación soviética o a una posible revuelta interna.

En lo que nadie discrepa es en el hecho de que el horror nuclear selló el carácter pacifista del Japón de la posguerra. Un pacifismo que adquirió estatus legal en la nueva Constitución, cuyo borrador redactó EE.UU. durante el período de ocupación. “El pueblo japonés renuncia para siempre a la guerra como derecho soberano de la nación y a la amenaza o al uso de la fuerza como medio de solución en disputas internacionales”, reza el artículo 9 de la Carta Magna, en el que también se establece que no se mantendrán fuerzas armadas con potencial bélico –punto que no impidió la creación en 1954 de las Fuerzas de Autodefensa, en principio destinadas a operar en el interior del país–.

Renuncia a la guerra

La bomba atómica forjó el carácter pacifista del país, plasmado en la Constitución

Pese a este pacifismo constitucional –una rareza en el mundo–, Japón no quedó en la intemperie: a partir de 1951, por iniciativa del primer ministro Shigeru Yoshida, el Estado nipón confió su seguridad exterior a EE.UU., y gracias a esa asociación estratégica con Washington pudo sentirse a salvo durante toda la guerra fría, al mismo tiempo que se consolidaba como una de las economías más potentes del globo.

En los últimos años, sin embargo, el antimilitarismo japonés se ha ido diluyendo. El primer punto de inflexión se produjo durante el Gobierno de Junichiro Koizumi (2001-2006), que promovió una participación más activa de las Fuerzas de Autodefensa en misiones de paz en el exterior, aunque el cambio más sustancial tuvo lugar con la llegada al poder de Shinzo Abe (2012-2020). Bajo el liderazgo del dirigente conservador, Japón definió por primera vez una estrategia de seguridad nacional y aprobó una reinterpretación del artículo 9 para que el país pudiera ayudar militarmente a sus aliados en tiempos de guerra. Los sucesores de Abe no solo se han mantenido fieles a esa línea, sino que han profundizado en ella: en el 2022, el Ejecutivo nipón actualizó su estrategia de seguridad y aprobó un aumento histórico del presupuesto de defensa, el cual debería alcanzar el 2% del PIB dentro de dos años.

Entorno hostil

El peligro potencial de China, Corea del Norte y Rusia explican el giro de Tokio

“Japón se está rearmando”, afirma tajante Robert Ward, director de Geoeconomía y máximo especialista en asuntos japoneses del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos británico. Y las causas son claras: como resume este analista en conversación con La Vanguardia , el país vive hoy “en un vecindario peligroso”. Mire hacia donde mire, ve amenazas. La más importante, China, que en los últimos años ha emergido como una superpotencia y que no oculta su ambición de imponer su hegemonía en el Pacífico. Pero también están Corea del Norte, con su imparable programa nuclear, y Rusia, que inquieta a Tokio desde la invasión de Ucrania. 

Al entorno geopolítico hostil se le suma además la preocupación por el rumbo de la política exterior estadounidense: con Donald Trump, Washington ha dejado de ser un aliado fiable. “La situación del compromiso de EE.UU. con la región es bastante incierta”, sintetiza vía correo electrónico Wakana Mukai, profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad Asia de Tokio.

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El presidente de EE.UU., Donald Trump, con el primer ministro de Japón, Shigeru Ishiba, el pasado febrero

MANDEL NGAN / AFP
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Por todo ello, el giro iniciado por Abe, que fue muy contestado en su momento, ha ido cuajando en la sociedad. Hoy, no solo cada vez más japoneses están a favor de revisar la Constitución –hasta un 53%, según una encuesta reciente del periódico Asahi Shimbun , ocho puntos más que en el 2021–, sino que un partido abiertamente imperialista y militarista como es Sanseito ha conseguido entrar con fuerza en el Parlamento. Aun así, la modificación del artículo 9 parece poco probable: “Los desafíos legales para enmendarlo son enormes. Se necesita una gran mayoría en el Parlamento y luego un referéndum”, explica Ward, quien cree que el Gobierno se limitará a ir reinterpretando la Constitución, como hizo Abe. “La reinterpretación tiene la ventaja de que la puedes ir haciendo indefinidamente. En cambio, si haces un cambio formal, tienes que apostar todo tu capital político a esa modificación”, detalla el analista.

Menos descartable es la posibilidad de que Japón pueda acabar dotándose de armamento nuclear, pese al trauma de Hiroshima: “Esto depende de un par de factores”, dice Ward. “El principal es la fiabilidad del paraguas nuclear estadounidense. Si surgen dudas serias sobre eso, podría cambiar la narrativa. Otro punto es lo que ocurra en Corea del Sur, donde se ha abierto un debate sobre si sería prudente que el país obtuviera capacidad nuclear. Si los surcoreanos acaban queriendo el arma nuclear, eso podría desencadenar un debate en Japón. Aunque creo que, a corto plazo, todavía es muy improbable que Japón se nuclearice”.

Mientras, la memoria de Hiroshima y Nagasaki se va apagando. Este año, por primera vez el número de supervivientes de los bombardeos –los denominados hibakusha– cayó por debajo de los 100.000. Sin su testimonio, las nuevas generaciones japonesas corren el riesgo de desconectar con el pasado que moldeó el carácter pacifista del país.

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