“Pakistán es uno de los países más expuestos al cambio climático”, decía hace pocos días su primer ministro, Shehbaz Sharif. Este lunes de madrugada ha dado nuevas pruebas de ello, cuando un alud ha sepultado a quince voluntarios que trabajaban en la limpieza de un canal de riego obturado por las inundaciones del mes pasado. Ocho de ellos han resultado muertos por la avalancha de rocas y lodo y otros siete han podido ser rescatados con vida. Tres de ellos permanecen hospitalizados en Guilguit, capital de la región himalaya de Guilguit-Baltistán.
El desprendimiento de tierra y las inundaciones que le precedieron están directamente relacionados con el desbordamiento de lagos glaciares, producto a su vez del derretimiento acelerado de glaciares como el Shipsher. Este fenómeno, que se agrava año tras año, se ha visto acrecentado por unas lluvias monzónicas particularmente intensas y que tocaron techo el 22 de julio.
En la misma región de Guilguit Baltistán -en la parte noroccidental de la disputada Cachemira ocupada por Pakistán- murieron el mes pasado al menos diez personas por las inundaciones, entre ellas varios turistas, en una de las zonas más panorámicas e inexploradas del Himalaya. Hace una semana se celebraron los funerales de otros doce turistas nacionales tras finalizar sin éxito las labores de rastreo.

Varios tramos de la carretera del Karakoram que une Pakistán y China, como este en una foto de ayer, se han desplomado por las inclemencias meteorológicas de las últimas semanas
“Los voluntarios estaban reparando este lunes el canal de riego de Danyior, afectado por las inundaciones de hace tres semanas, cuando se produjo el alud”, explicó a EFE el portavoz regional de la Autoridad de Gestión de Desastres, Zubair Ahmed. Las precipitaciones y avalanchas de las semanas precedentes habían seccionado tramos de carretera y puentes colgantes y obturado el canal que llevaba agua potable a la localidad de Danyior, cosa que movilizó a los vecinos.
Asimismo, los desperfectos en la carretera del Karakoram, que se acentuaron ayer domingo, son los más graves desde 2018. Este fenómeno ocurre cuando el agua acumulada en lagos formados por el derretimiento acelerado de glaciares se desborda de forma súbita y devastadora.
Por otra parte, en el vecino Himalaya indio continúan las labores de búsqueda y rescate, tras la riada que la semana pasada arrasó la localidad de Dharali, dejando al menos cinco fallecidos y cientos de desaparecidos. El Instituto Meteorológico de la India (IMD) también responsabilizó del desastre al desbordamiento de lagos glaciares, producto del calentamiento global.
Según datos de la Autoridad Nacional de Gestión de Desastres (NDMA), desde el 26 de junio alrededor de 305 personas han muerto y 734 han resultado heridas en incidentes relacionados con las precipitaciones en Pakistán. Al menos trescientas viviendas quedaron totalmente destruidas y varios cientos más sufrieron desperfectos. Un balance que refleja el cóctel fatal, cuando el monzón de todos los veranos llega con particular intensidad y se combina con el riesgo de desbordamiento de varios lagos, henchidos por las mismas fechas por el derretimiento de los glaciares.
Disputada Cachemira
A India y Pakistán les une el Himalaya y les separa la política. Y los aranceles de Trump
La proliferación de aludes ha obligado a cerrar varios tramos de la carretera del Karakoram, que juega un papel estratégico en la comunicación entre Pakistán y China. Dicha carretera arranca en la misma frontera de Xinjian, uniendo todas las regiones y provincias pakistaníes, como parte del Corredor Económico China-Pakistán, hasta desembocar en el puerto de Gwadar, en Beluchistán.
Una apuesta geopolítica sometida a constantes sabotajes, que Islamabad pretende atenuar con la reciente invitación a empresas occidentales -y no solo chinas- para la explotación de las riquezas del subsuelo de su provincia más rebelde -gas incluido- así como el supuesto petróleo frente a sus costas.
Cabe añadir que el jefe de las Fuerzas Armadas de Pakistán, general Asim Munir, acaba de realizar su segundo viaje a Estados Unidos en menos de dos meses. En el primero, Donald Trump le ofreció un inaudito almuerzo de gala en la Casa Blanca, jugando con los nervios de India, cuando todavía estaba caliente la última escaramuza indo-pakistaní. La estocada, la semana pasada, fue el aumento de los aranceles unilaterales estadounidenses a India hasta el 50% ostensiblemente “por sus compras de petróleo ruso”- en flagrante contraste con el 19% para Pakistán. Pocos días antes, Trump encontró un momento para elogiar la firma de un acuerdo de cooperación con Pakistán “para desarrollar sus masivas reservas de petróleo” (sic). “Quién sabe, quizá algún día le vendan petróleo a India”.
Por otro lado, hoy mismo Air India ha anunciado la suspensión de los vuelos entre Delhi y Washington, a partir del 1 de septiembre. Las aerolíneas indias tienen prohibido sobrevolar el espacio aéreo pakistaní desde el último encontronazo bélico, cosa que encarece muchas de sus rutas, pero la selección de esta en concreto no parece casual. Aunque Air India -hoy privada- aporta argumentos técnicos, lo cierto es que la conexión entre ambas capitales -en todos los sentidos- gozó de tiempos mejores.