Mientras Donald Trump celebra cumbre tras cumbre en busca de un acuerdo de paz, Rusia continúa con su guerra en Ucrania. No solo eso: en los últimos meses, Moscú ha intensificado la ofensiva, con la idea de conquistar el máximo de territorio posible de cara a unas hipotéticas negociaciones con Washington y Kyiv.
El presidente ruso, Vladímir Putin, sabe que el tiempo juega a su favor. Si bien el avance de su ejército es gradual y no se ha traducido de momento en victorias de gran valor estratégico, cada semana que pasa supone un test de estrés para las defensas ucranianas. Lo reconocía el propio Volodímir Zelenski a finales de julio: “La situación allá fuera es muy dura para nuestros muchachos”. Sin ir más lejos, hace dos semanas, en un asalto sorpresa, tropas rusas consiguieron cruzar la línea de frente en Pokrovsk, al oeste de la provincia de Donetsk. Una infiltración que se produjo a las puertas de la reunión en Alaska entre Tump y Putin, y que el ejército ucraniano todavía no ha sido capaz de taponar, según análisis recientes del Instituto para el Estudio de la Guerra.
Superioridad numérica
El tiempo corre a favor del Kremlin: pese a las bajas, puede movilizar a más soldados que Kyiv
Estos últimos progresos rusos en el campo de batalla se explican en parte por la incontestable superioridad numérica de Moscú. Los más de tres años de contienda han dejado un reguero de pérdidas en ambos bandos, pero Rusia, a pesar de que supuestamente ha sufrido más bajas, está en mejor posición que Ucrania para sostener la lucha en el tiempo.
La diferencia entre los recursos humanos de los dos países es notoria: de acuerdo con la información ucraniana, Moscú consigue reclutar entre 30.000 y 40.000 nuevos soldados cada mes, mientras que Kyiv apenas logra entre 17.000 y 24.000 reclutas mensuales. Y esto no solo se debe a razones demográficas: Rusia ofrece jugosos incentivos económicos para unirse al ejército, los cuales permiten soñar con una vida mejor a los sectores más desfavorecidos del país. En Ucrania, en cambio, el gancho de las primas de reclutamiento y los buenos salarios no resulta tan atractivo, ya que la población no solo sufre fatiga bélica, sino que dispone de más medios para buscar oportunidades fuera del país. Así, el Gobierno de Zelenski está teniendo serios problemas para reemplazar a los soldados más veteranos del frente.
Fuerte inversión
Putin ha volcado todos sus recursos en la industria militar, mientras que Zelenski depende de sus aliados
Pero los avances de Rusia también se explican por un giro en la estrategia militar. Cuando comenzó la invasión a gran escala de Ucrania, Moscú planteó una operación tradicional, basada en el despliegue de tanques y unidades de infantería. Sin embargo, la efectividad de las defensas ucranianas convirtió lo que tenía que ser una guerra relámpago en una campaña de desgaste, y en este escenario, la visión clásica del Kremlin ya no resultaba efectiva: el ejército ucraniano demostró que los drones podían causar más daño que una columna de carros blindados.
El Kremlin se vio forzado a adaptarse a esta nueva realidad: tomó nota de las innovaciones del enemigo y se volcó en la producción de drones. De esta forma, el Shahed-136, un dispositivo de origen iraní que Rusia fabrica en una versión mejorada bajo el nombre de Geran-2, se convirtió en la nueva arma estrella. Con estos drones cargados con explosivos, el ejército ruso ataca las líneas de suministro del enemigo y lleva a cabo bombardeos masivos sobre núcleos urbanos, incluso los más alejados del frente, como Kyiv, obligando a dispersar los esfuerzos de las defensas ucranianas.
Dependiente de la ayuda de sus aliados, Kyiv es hoy incapaz de seguir el ritmo de Moscú, que ha volcado todos sus recursos en la industria militar: según dijo Zelenski en mayo, Rusia es capaz de producir entre 300 y 350 drones al día, y es posible que en breve llegue a los 500, frente a los 100 diarios que pueden suministrar las fábricas ucranianas. Además, Rusia ha cuadruplicado su producción de misiles y municiones guiadas de precisión desde el inicio de la guerra.

Habitantes de Járkiv ante un edificio atacado por drones rusos, el lunes pasado
El uso de drones ha conllevado también un cambio en la forma de plantear los asaltos: las incursiones masivas con vehículos blindados han dado paso a operaciones más ágiles, con pequeños grupos de soldados que van sondeando los puntos más débiles del frente. Según la inteligencia ucraniana, desde este verano, en este tipo de intervenciones, los atacantes a menudo emplean motocicletas. Así pueden esquivar con facilidad a los drones ucranianos, y también enmascarar el ruido de los drones rusos.
La escasa formación de los soldados rusos hace que a menudo estas operaciones acaben fracasando. Pero eso es lo de menos: Putin puede permitirse el lujo de la paciencia.