Si alguien desconocedor de la historia visita Nueva Orleans, se encontrara con una ciudad forjada para la diversión: sexo, alcohol y blues. Las drogas duras son más para la intimidad que para el jolgorio hedonista de sus calles.
Es uno de esos lugares donde hay que pasarlo bien porque sí, a pesar de que la masificación y, en cierta medida, la zafiedad que eso conlleva pueden resultar un tanto agobiantes.
Así que, en apariencia, un desconocedor del pasado reciente no observará a primera vista nada que le haga sospechar de las profundas heridas que hay debajo de esa piel tan musical y orgiástica que cubre el barrio Francés, el corazón de la belleza, de los excesos y los desmadres de la llamada Crescent City por la forma de media luna que el río Mississippi hacer alrededor de ese barrio.
“Hoy, Nueva Orleans es más pequeña, más pobre y desigual que antes de la tormenta. No ha reconstruido una clase media duradera y carece de servicios y de un motor económico importante más allá de su industria turística”, dictaminan Mark F. Bonner y Mathew D. Sanders en un artículo de opinión en The New York Times .
A pesar de la fiesta global en el barrio Francés, en otros lugares son más que visibles las heridas
La “tormenta” a la que aluden estos dos lugareños –Bonner es periodista especializado en el sector inmobiliario y Sanders, planificador urbano– marcó un punto y aparte. Este viernes es el 20 aniversario de la llegada del devastador huracán Katrina , nombre que ya es sinónimo de una de los mayores desastres medioambientales, con la inestimable colaboración de los humanos al mando. Muchas de las defunciones y el derrumbe se debió al colapso de los diques de contención, carentes de mantenimiento o limpieza.
El impacto en Luisiana se cebó en Nueva Orleans, la ciudad inundada en su 80% aquella jornada, destruida y convertida en el símbolo de la tragedia.
Según el cálculo más reciente, murieron 1.400 personas (cifra revisada respecto a las 1.800 iniciales), quedaron destruidas unas 200.000 vivendas y perdió la mitad de su población, entonces cerca del medio millón.
El censo era de 230.172 en abril del 2006, una caída de más de 250.000 residentes. A partir de datos recopilados en una investigación de la profesora Elizabeth Fussell, que ejerció del 2001 al 2007 en la Tulane University, el 33% de la población de Nueva Orleans y su área metropolitana no ha regresado. El censo del 2024 indicó que la ciudad contaba con 362.701 residentes, lejos de lo que era.
Las principales áreas donde se han reubicado los desplazados son Baton Rouge, Lafayette, Houston, Dallas o Atlanta, según ese estudio.
“Todos se vieron desplazado de Nueva Orleans”, explica Fussell en Axios. Pero sus indagaciones llegan a una conclusión que ya se sospechaba por los indicios de una especie de limpieza étnica. “Los residente blancos regresaron antes que los vecinos negros. Los vecindarios que tenían mayor porcentaje de población negra tenían más probabilidades de sufrir graves daños y registrar más muertes, pero el efecto también se debe al acceso de recursos de reconstrucción”, recalca.
Apabullado por el horror –las imagen del estadio Superdome transformado en campo de refugiados y de violencia–, el gobierno de George W. Bush respondió con el compromiso de destinar 140.000 millones de dólares a la recuperación de la región. Bonner y Sanders calculan que, ajustada a la inflación, esa cantidad de dinero es superior a la que se gastó con el Plan Marshall tras la Segunda Guerra Mundial para la reconstrucción de Europa o en el bajo Manhattan después de los atentados del 11-S del 2001.
“Por un momento, la inversión creó una oportunidad única para reimaginar una importante ciudad estadounidense como modelo de innovación y resiliencia”, remarcan. “Lo que surgió en cambio fue la incómoda verdad de que Estados Unidos no es bueno en la recuperación a largo plazo. Si la reconstrucción de Manhattan y el Plan Marshall son aclamados como triunfos del excepcionalismo de EE.UU., la respuesta al Katrina pertenece al lado oscuro de la historia del país, a la reconstrucción de Afganistán o Vietnam, algo doloroso, costoso y, al final, algo fallido”, añaden.
Creyeron en el renacimiento, pero el barrio de Lower Ninth Ward ilustra esa idea de fracaso pasadas dos décadas.
Si el desconocedor de la historia quiere hacer una inmersión de realismo, más allá de los cabarés de litronas y sal gorda, descubrirá casas tapiadas, vacías, cubiertas de maleza y edificios tras edificios donde se observa que hay pocas personas.
Para los que regresaron y reconstruyeron no ha sido nada fácil, confiesa esos vecinos en los medios locales. En el 2005 había 15.000 vecinos, la mayoría afroamericanos. Ahora la población es un tercio de eso.
La vida en el vecindario ha desaparecido. Hay pocas tiendas y escuelas y para muchos, como Burnell Cotlon, la supervivencia sigue siendo una lucha diaria. “Éste no es un país del tercer mundo. Esto es Nueva Orleans. Estamos a solo diez minuto del barrio Francés y aquí en el Lower Ninth Ward aún estamos sufriendo”, señala.
Pese a la fiesta en el centro, Cotlon es uno de los olvidados. “Nada ha vuelto al barrio”, lamenta. De una treintena de vecinos, le quedan cuatro.