El romance duró lo que duran unos cubitos de hielo en una coca cola diet , que es la que toma Donald Trump, en una jornada estival.
Excepto por cambio de última hora, Elon Musk, el que fuera íntimo del presidente, el emprendedor de los coches eléctricos, el espacio o la IA, no asistió a la cena en la que el mandatario estadounidense invitó a los grandes de las empresas tecnológicas estadounidenses para inaugurar el nuevo jardín de la Casa Blanca, donde el tapiz verde del césped ha sido sustituido por una plataforma blanca.
La cita supone inaugurar el nuevo jardín, en el que Trump ha quitado el césped y lo ha sustituido por una plataforma blanca
Dicen que imita el patio de su mansión de Mar-a-Lago, en Palm Beach (Florida). El anfitrión lo justifica como una medida para evitar que a las invitadas se les hundan los tacones de aguja de sus stilettos en la hierba.
En lugar del Rose Garden, nombre clásico, Trump lo ha bautizado como Rose Garden Club.
Al evento de ayer jueves estaban convocados todo lo bueno y mejor de los genios y directivos de las empresas tecnológicas en época de desarrollo de la inteligencia artificial, el quién es quién en el mundo de Silicon Valley.
En esa relación figuraban Mark Zuckerberg, jefe ejecutivo de Meta (Facebook, para entenderse); Tim Cook, de Apple; Bill Gates, fundador de Microsoft (le une a Trump que también fue amigo del pervertido financiero Jeffrey Epstein); Sam Altman, CEO de OpenAI; Sundar Pichai, de Alphabet (Google), o Safra Catz, de Oracle, entre otros.
¿Quién faltaba? Nada menos que Elon Musk, a partir de las listas iniciales a las que tuvieron acceso diversos medios.
A la vista de la tormenta de una noche de verano, Musk comunicó que había sido invitado, pero que no podía acudir. Enviaría a uno de los suyos en representación.
Su excusa no hizo más que ratificar el distanciamiento con Trump. ¿Cómo era posible que todos pudieran asistir salvo el empresario que fue pieza clave hace unos meses en el gobierno del líder conservador. Su ausencia provocó el arqueo de cejas y la constatación de que la inmortalidad no existe, por mucho que Xi Jinping y Vladimir Putin se empeñen en lo contrario.
Musk y Trump se juraron amistad eterna sobre una buena pila de millones que el empresario puso a disposición del líder republicano para financiar la campaña que le permitió volver a la Casa Blanca. De aquel abrazo solo queda un vago recuerdo, como si hubiera sido un mal sueño.
