El primer ministro japonés Shigeru Ishiba dimite bajo la presión del ala más derechista

Rearme en Asia

La facción perdedora de Taro Aso y Sanae Takaichi se ha cobrado la revancha en un año, bajo Donald Trump

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Los precios prácticamente no se movieron en Japón durante décadas, por lo que el 3% de inflación actual produce vértigo

Kiyoshi Ota / Reuters

El primer ministro japonés, Shigeru Ishiba, ha anunciado su dimisión este domingo, antes de que su propia formación pudiera echarlo en una votación convocada para este lunes. El sector más derechista del Partido Liberal Democrático (PLD), que perdió el pulso con Ishiba hace menos de un año, se veía ahora con fuerza para tumbarlo en unas primarias anticipadas.

“He decidido dimitir como líder del Partido Liberal Democrático (PLD), así que, de acuerdo con los estatutos internos, la convocatoria de una campaña extraordinaria para escoger a un nuevo presidente ya no es necesaria”, dijo Ishiba en una rueda de prensa convocada apresuradamente, después de que se filtrara su decisión. 

El acuerdo para pagar un  15% de aranceles a EE.UU. es un hito

Shigeru IshibaPrimer ministro en funciones

“Llevaba tiempo diciendo que no tenía intención de aferrarme al cargo y que anunciaría mi decisión en el momento adecuado”, declaró Ishiba, un día después del regreso de EE.UU. del negociador nipón en materia de aranceles.

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Shigeru Ishiba, en la conferencia de prensa televisada en la que ha anunciado su dimisión

Uncredited / Ap-LaPresse

Con Shigeru Ishiba al frente, el PLD empezó en octubre pasado con mal pie, al perder la mayoría que mantenía en la Cámara Baja en coalición con Komeito (brazo político de una secta que se califica de budista). Su urgencia por convocar elecciones anticipadas tuvo que ver entonces con su necesidad de afianzar su liderazgo y de librarse del máximo número de rivales internos. Concretamente, de la facción afín al fallecido primer ministro Shinzo Abe. Este sector, derrotado en las primarias de 2024 -con la “dama de hierro” Sanae Takaichi como finalista- empezó a afilar los cuchillos esa misma noche electoral. 

Pero el ruido ambiental creció hace dos meses y medio, con la sonora derrota en las elecciones metropolitanas de Tokio -donde cosechó el peor resultado de su historia, cediendo la primera posición- hasta hacerse ensordecedor hace un mes y medio, con la pérdida de la mayoría en la Cámara Alta (que renovaba a la mitad de sus senadores).

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Para más inri, los dos grandes vencedores en la renovación de la mitad del Senado fueron otras dos formaciones derechistas. Por un lado, los neoliberales del Partido Democrático para el Pueblo, que obtuvieron 17 escaños, 14 más que hace seis años. De modo no menos espectacular, la ultraderecha populista de Sanseito, bajo el lema de “los japoneses primero” y “las mujeres en casa”, que pasó de 1 diputado a 14 diputados, gracias al voto de jóvenes varones abrevados en las redes. 

Sin embargo, esta lectura de un supuesto “boom ultra” no es del todo inocente, ni desinteresada. Apenas un mes antes, en las elecciones metropolitanas de Tokio (el núcleo dinámico del país, con más del 11% de la población y el 20% del PIB, sin incluir el Gran Tokio) el Partido Comunista de Japón prácticamente triplicó los escaños de Sanseito, sin titulares. 

Son votos que el PLD, que lleva setenta años casi ininterrumpidos gobernando Japón desde la derecha, creía tener en el bolsillo y que ahora aspira a recuperar -cómo no- con un nuevo giro a la derecha. Cuenta para ello con las credenciales antifeministas de la propia Sanae Takaichi y de su gran valedor, el veterano exprimer ministro Taro Aso. Ninguno de los dos esconde su aversión al matrimonio homosexual o a que las mujeres casadas puedan conservar su apellido de soltera. La primera, cuando era ministra de Shinzo Abe, sí que intentó esconder encuentros previos con el fundador del Partido Nacional Socialista de Japón, Kazunari Yamada, sin éxito, puesto que las fotos ya estaban en circulación. 

De todos modos, su victoria no está garantizada. Y tampoco hay que exagerar las discrepancias dentro del núcleo duro del poder político-empresarial japonés, caracterizado por lo que en la práctica es un sistema de partido único imperfecto. Dentro del PLD, además, el poder se concentra en adherentes del Nippon Kaigi, un grupúsculo ultraconservador y ultranacionalista, al que han pertenecido todos los primeros ministros del PLD desde Shinzo Abe (bajo el mandato del cual se calculaba que el 50% de los diputados y el 80% de los ministros pertenecían a la organización. Una influencia que a menudo se solapaba con la de la anticomunista Secta Moon, oficialmente, Iglesia de la Unificación). Hasta el propio Shigeru Ishiba y, desde luego, Taro Aso. 

La favorita de este, Sanae Takaichi, tendrá por lo menos un rival de peso en Shinjiro Koizumi. Otro habitual del santuario militarista de Yasukuni, como su padre -el exprimer ministro Junichiro Koizumi- y la misma Sanae. Sin embargo, los surfeos del joven Shinjiro  en aguas de Fukushima junto al entonces embajador de EE.UU., Rahm Emanuel -íntimo de Barak Obama- podrían hoy hacerle más mal que bien, a ojos de Donald Trump. 

Aunque Shigeru Ishiba sea un conservador de manual, fue durante mucho tiempo una de las raras voces discrepantes en el partido ante el primer ministro Shinzo Abe y el viceprimer ministro (y suegro de Abe) Taro Aso. La familia. El pasado 15 de agosto se convirtió en el primer gobernante en ejercicio del PLD  en expresar "remordimiento" por el papel de Japón en la Segunda Guerra Mundial. 

Cuesta imaginar que la promoción de Sanae Takaichi, en caso de producirse, no cuente con la luz verde del Pentágono. Se trata de una política que ha expresado su disposición a acoger misiles estadounidenses de alcance medio en territorio japonés, apuntando a Corea del Norte y China. Tampoco oculta su simpatía por el secesionismo taiwanés. Dos líneas rojas para Pekín. Aunque el militarismo y la nostalgia del Imperio del Sol Naciente de Sanae ponen ponen los pelos de punta en toda Asia, empezando por Corea del Sur, que no paró de mandar señales en morse hace un año a la embajada de EE.UU.. Sanae perdió entonces el pulso con Ishiba, pero cree que su momento, el del revisionismo, ha llegado. 

Familias políticas

La facción del fallecido Shinzo Abe y de su suegro Taro Aso -y antes aún de sus padres y abuelos- se cobra la revancha

En Estados Unidos, país que marcó a fuego la política japonesa, hoy manda un presidente que acaba de recuperar la nomenclatura “departamento de la Guerra”. Todo ello al hilo de las imágenes del Ejército Popular de Liberación haciendo una demostración de fuerza y sincronización en Tiananmen, para deleite de los presidentes Xi Jinping, Vladimir Putin y Kim Jong Un.

El veterano Taro Aso se adelantó al futuro viajando a la Trump Tower de Nueva York en abril del año pasado, para entrevistarse con el entonces candidato a la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump. Cabe decir que Japón ha duplicado en tres años su gasto de Defensa, hasta el 2% del PIB (pulverizando la convención de posguerra de que no debería superar jamás el 1%). Pero no basta para los apóstoles estadounidenses de la contención de China, que insinúan que Japón debería gastar en breve el 3,5% del PIB. Una cifra astronómica, dado el tamaño de su economía, susceptible de provocar un tsunami en toda Asia, que no ha olvidado el militarismo nipón. 

En este contexto, la “dama de hierro” Sanae puede parecer  en Washington una interlocutora más apetecible que Shigeru Ishiba. Este, pese a su experiencia como ministro de Defensa, rompió con la tradición inaugurada en 2022 en Madrid, por su predecesor Fumio Kishida, de que el primer ministro de Japón asistiera a la cumbre anual de la OTAN. 

Shigeru Ishiba se puso de acuerdo con el surcoreano Lee Jae Myung para no acudir en junio a La Haya. Hoy Ishiba se sabe amortizado, en este giro de la historia. Pero aguantará como primer ministro hasta que el PLD escoja a su nuevo líder. De momento, este domingo se ha reivindicado a sí mismo, por su subida “histórica” del salario mínimo y su presupuesto especial para combatir la inflación, que heredó de su antecesor y que no ha podido bajar del 3%. 

Baluarte asiático

La sintonía entre Corea del Norte, Rusia y China refuerza la alianza de Japón y EE.UU.

Pero sobre todo, por el acuerdo comercial alcanzado con Donald Trump. Según él, un “hito” para Japón, consistente en que sus productos paguen un 15% de aranceles en el mercado estadounidense. Una mejora sustancial, señala, respecto a la amenaza inicial del 25%. Aunque con la promesa añadida de “inversiones japonesas en EE.UU. por valor de 550.000 millones de dólares”, según anunció Trump.

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La utranacionalista Sanae Takaichi, que reivindica el pasado militarista de Japón y propone una línea dura con China, intentará de nuevo liderar el PLD y el país

RICHARD A. BROOKS / AFP

Cabe señalar que, en Japón, el cargo de primer ministro lo ocupa el líder del partido más votado en los comicios generales. De modo que un cambio de presidente en la formación mayoritaria conlleva un cambio en la jefatura de gobierno. Aunque el Partido Liberal Democrático (PLD) y Komeito no suman ya mayorías en la Dieta, hoy por  hoy no hay una mayoría alternativa del Partido Democrático Constitucional de Japón de Yoshihiko Noda, que requeriría del apoyo simultáneo -e imposible- de extrema izquierda y extrema derecha. 

El primer ministro japonés, ahora en funciones, agradeció el apoyo de quienes confiaron en él, pidió disculpas “por tener que dimitir” e instó a su sucesor a fortalecer la alianza con EE.UU.. Algo fuera de duda en Japón. 

Shigeru Ishiba ha aludido al eje Pekín-Moscú-Pyongyang y ha señalado que, para Japón, adquirir capacidades disuasorias es “un reto inminente”. El tabú de que Japón no pueda contar sobre el papel con un arsenal ofensivo, ni llamar “ejército” a sus soldados, podría estar a punto de pasar a la historia. La misma historia que otros insisten en recordar. 

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