El vacío de poder en Nepal, resultado del escalofriante día de furia de ayer contra los símbolos del Estado y sus representantes, empieza a llenarse. El jefe de las Fuerzas Armadas, general Ashok Raj Sigdel, ha emitido un vídeo en el que llama a la calma y al diálogo, con un retrato al fondo del rey Prithvi Narayan Shah, fundador de la dinastía Shah, depuesta en 2008 por el poder civil ahora en desbandada.
Horas antes, cuando ya había anochecido, el ejército -que se había limitado a evacuar a ministros para evitar que fueran linchados- empezó a patrullar algunas calles de Katmandú, practicar algunas detenciones y requisar armas de fuego. No pudieron evitar, sin embargo, que miles de presos comunes fueran liberados de las cárceles. En una nueva evidencia de que la protesta “juvenil” y “estudiantil” del lunes había sido secuestrada por fuerzas más oscuras.
Avanzado el miércoles, sin embargo, el toque de queda y el despliegue efectivo de soldados por todo el país lograba devolver la calma a las calles semi desiertas, con la excepción de aquellos dedicados a recoger los cristales rotos.
La tardía aparición en escena del ejército ayuda a aclarar algunas de las incógnitas, pero no todas, de esta sucesión de episodios de violencia contra casi todos los centros de poder del Estado nepalí, al margen de las Fuerzas Armadas y los marginales partidos monárquicos. Han sido pasto de las llamas desde el Parlamento al Tribunal Supremo, pasando por el palacio de gobierno, el palacio presidencial, las sedes de los dos partidos en coalición y las residencias oficiales o privadas de la mayor parte del gabinete, varios de cuyos ministros han sido apaleados.
Algo que en la práctica esta suponiendo un cambio de régimen, de contornos aún imprecisos. En unas primeras conversaciones con representantes del movimiento de protesta -se ignora cómo han sido escogidos- estos proponen la disolución del parlamento, cuando no de los partidos políticos actuales, de cara a unas futuras elecciones de calendario impreciso.
Personal limpiando los rastros del vandalismo incendiario de ayer, este miércoles en el Departamento de Transporte.
Todo empezó, en teoría con la expiración del plazo de registro para 26 redes sociales y aplicaciones -casi todas estadounidenses- el jueves pasado. Al día siguiente del retorno de China del primer ministro KP Sharma Oli. Este lunes, la movilización en TikTok contra el veto se vio arropado con lemas contra “la corrupción” y contra “los hijos de papá”. La primera tentativa de asalto contra los centros de poder arrancó una respuesta brutal de los antidisturbios que dejó 19 muertos y más de doscientos heridos.
Pero el verdadero día de furia fue ayer, con el asalto a casi todos los centros neurálgicos del país -con granadas y armas automáticas- que fueron pasto de las llamas. Todo ello pese a la dimisión previa del primer ministro KP Sharma Oli y antes aún del ministro del Interior. A Oli -considerado pro chino- solo le quedaban de hecho seis meses de mandato, según el reparto del poder (veinte meses cada uno) pactado con el líder del Partido del Congreso (centro-izquierda). Este último, Sher Bahadur Deuba, marido de la ministra de Exteriores, fue uno de los que ayer tuvo que ser rescatado de su casa por el ejército, traumatizado y sangrando.
Entre los excarcelados por la turba en las última hora hay un recluso que es político, aunque esté preso por delitos comunes, Rabi Lamichhane, cuyo nombre circula desde el lunes como uno de los candidatos en la sombra del nuevo orden. Este fue viceprimer ministro del “maoísta” Prachanda -amigo de las equidistancias- al frente de su partido liberal Rastriya Swatantra. En un país en el que su propio aeropuerto internacional es un colador, tuvo el mérito de ser, probablemente, el único ministro del Interior sin los papeles en regla. Según se descubrió después, renunció a su pasaporte de EE.UU. sin haber recuperado todavía el de Nepal -algo sobre lo que mintió- siendo técnicamente un apátrida. Aunque ahora no estaba en la cárcel por eso, sino por un fraude en una cooperativa. No parece un obstáculo insalvable para encabezar este movimiento “anticorrupción”, que ayer sacaba las uñas por las redes de Silicon Valley mientras incendiaba la torre Ekantipur, del principal grupo periodístico nepalí.
El otro nombre que hará correr tinta como “favorito de los jóvenes” es el rapero (e ingeniero) Balendra Shah, que entró en la lista 100Next de la revista Time tras ser catapultado a la alcaldía de Katmandú por las mismas redes sociales cuyo veto temporal acaba de soliviantar a la Generación Z. Se le tiene por un pragmáticos, “ni de derechas, ni de izquierdas”.
Quien por edad ya no pertenece a la Gen Z es su principal aglutinante a través de la redes es Sudan Gurung, un empresario de la noche de Katmandú, conectado con el mundo de los expatriados de Thamel y las ONG extranjeras, un poder fáctico en Nepal. Como declaró la autora nepalí, Manjushree Thapa, “con sus altos salarios y oportunidades de viaje, la industria humanitaria ha sido la salvación de la clase alta de Katmandú”.
Esta élite tradicional capitalina, de casta alta y conectada con Occidente, ha encontrado un aliado circunstancial en los que siguen en el pozo y deben frotarse los ojos al entrar en Instagram. Allí los cachorros de la nueva élite política de la república dan cumplida cuenta de sus viajes a Londres o París. Nada comparable, por supuesto, al gasto de dos millones de euros en bolsos y cinco millones en relojes por parte de la hija del exprimer ministro tailandés, Thaksin Shinawatra. Pero Nepal es uno de los países más pobres de Asia, como debería saber, por ejemplo, la glamurosa cantante Smita Dahal, nieta del exprimer ministro y líder maoísta, Prachanda.
Ni esta inquina ni estos mimbres daban, seguramente, para tumbar a los políticos bregados que trajeron la república a Nepal, aunque hoy tengan edad para ser abuelos, más que padres, de los jóvenes rebeldes que empuñan el móvil como arma cargada de futuro. Pero ahora sabemos que dentro del guante de seda había algo más. No solo el lumpen que ayer convirtió en brasas gran parte del patrimonio nepalí -incluidas estaciones de teleférico- sino el único organismo capaz de apagarlas. Tras el caos, el hombre providencial.
El jefe del Ejército de Nepal, excelentemente conectado con el ejército de India -con una camaradería de oficiales que es también de casta- y, en segundo lugar, con el ejército del Reino Unido. Los gorjas nepalíes siguen siendo combatientes muy valorados en las filas de estos dos países, así como en Singapur y Brunéi.
Patrulla del Ejército de Nepal, este miércoles, en una calle de Katmandú
El antiguo Ejército Real de Nepal -acusado de atrocidades durante la represión de la guerrilla maoísta, acusada a su vez de reclutar niños- sigue inspirando respeto, cuando no miedo. Da prueba de ello su aplacamiento de los disturbios, no sin antes dejar caer el gobierno. Con el apoyo de India, logró que solo una ínfima parte de los guerrilleros maoístas (7%-8%) pudiera integrarse en sus filas.
Su esprit de corps es el mismo de hace dos décadas y puede haber olfateado la oportunidad de pasar cuentas. La coincidencia astral del hinduista Narendra Modi en Nueva Delhi con el anti izquierdista Donald Trump en Washington y su común interés en poner coto a la influencia regional de China. Cabe señalar que en 17 años ha habido 14 gobiernos en Nepal, todos de izquierda, extrema izquierda o centro-izquierda (excepto un año con un gobierno interino de carácter tecnocrático).
El relativo mutismo de India ante los graves acontecimientos en su vecino más próximo -la frontera no existe para los nacionales de uno y otro país- está dando que pensar. Antes de estas protestas “anticorrupción” en Nepal, se fueron repitiendo otras con menor capacidad de movilización, a favor de la restauración de la monarquía. En el núcleo duro del hinduismo militante que hoy gobierna India todavía hay quien lamenta la caída del último reino hindú, con el derrocamiento del rey Gyanendra de Nepal.
Este puzle étnico de orografía imposible, lleva siglos siendo un estado fallido de gente sonriente (hasta el jefe de las Fuerzas Armadas nació en el mismo distrito que Buda). Pero la instauración de la República -luego, República Constitucional y Federal- y de un sistema multipartidista de gobierno, con todos sus defectos, ha multiplicado por 2,5 la renta per cápita. Asimismo, la esperanza de vida ha aumentado seis años, la tasa de alfabetización ha pasado del 57% al 77% y el índice de mortalidad infantil se ha reducido a la mitad.
Mientras tanto, la población de Katmandú ha crecido un 50%, muy por encima del resto del país, convirtiéndose en una olla a presión demográfica (para más inri, altamente contaminada). Sin embargo, la aparición de una clase media también ha aumentado los resquemores de los que se quedan atrás, que a menudo no tienen otra opción que emigrar a Arabia.
El hotel Hilton todavía humeante, tras haber sido incendiado por la turba, en el centro de Katmandú
Estos días, la inquina de los manifestantes hacia las buenas casas de los poderosos ha recordado escenas vividas en Sri Lanka y Bangladesh en esta misma década. Bangladesh, precisamente, parece ofrecer la brújula más fiable de lo que podría pasar próximamente en Nepal. Las demandas maximalistas de los jóvenes bengalíes, reprimidas brutalmente, terminaron con el jefe del ejército negándose a proteger a la primera ministra, Sheij Hasina, forzando su exilio a India. Sobre el papel, hay un gobierno interino, con el Nobel. Pero el general Waker uz-Zaman tiene la última palabra.
Por último, hay que decir que los monárquicos tienen un grave problema en Nepal, aunque la juventud de su población favorezca la amnesia. La monarquía nepalesa cayó menos por amor a los maoístas que por odio al rey Gyanendra -al que la mayoría de nepalíes consideran responsables de la matanza palaciega que, en 2001, eliminó a su hermano el rey Birendra, a la reina y al príncipe heredero (supuesto pistolero a fuer que suicida). Gyanendra no tuvo más remedio que aceptar la corona y, más adelante, que convertirse en un monarca absoluto.
Con estos antecedentes, ha sido imposible que los partidos monárquicos sean poco más que testimoniales en Nepal. Pero su paisaje político está cambiando hora a hora, desplomándose ante nuestros ojos, después de haber mutado de forma sigilosa en las redes.
