La fórmula del aperol spritz es partes iguales de aperol y cava o prosecco, y un toque de agua con gas; la del tom collins es seis centilitros de ginebra, tres de zumo de limón, cinco de soda y un poco de sirope o azúcar líquida; una paloma se hace con tequila, jugo de lima, soda de pomelo, agave y sal; y el cóctel que domina actualmente la política británica (y no sólo la británica) es un nivel de inmigración que muchos consideran insostenible, una economía estancada, un nivel de vida deteriorado, una juventud enfadada e inclinada a la ultraderecha, unos servicios públicos deteriorados y un contexto global inestable y explosivo, gentileza de Trump, Putin, Netanyahu y Xi Jinping.
Ese cóctel se le ha subido a la cabeza al primer ministro Keir Starmer, que sufre una resaca de aúpa, como si se hubiera emborrachado con sangría de la mala. Tras las caídas de su número dos, Angela Rayner, y del embajador en Washington, Peter Mandelson, su crédito se ha agotado. Por primera vez, el Labour se plantea la conveniencia de cambiar de líder para sobrevivir al empuje de Reforma (el partido de ultraderecha de Nigel Farage), que desde hace seis meses lidera las encuestas con hasta diez puntos de ventaja.
Numerosos diputados creen que la única manera de frenar el avance de de Farage es un cambio en la cúpula
El caso Mandelson ha sido la guinda, después de quince meses nefastos que comenzaron con la aceptación de regalos (entradas al fútbol, ropa...) por parte de mecenas, siguieron con la cancelación de la ayuda a los jubilados para pagar el gas en invierno y el intento fallido de recortar los subsidios por discapacidad, y han culminado con la caída de dos piezas clave del proyecto por el impago de impuestos (Rayner) y la estrecha relación con el pedófilo Jeffrey Epstein (Mandelson, exembajador ante la Casa Blanca). Todo ello aderezado con una economía paralizada, la perspectiva de más subidas de impuestos para tapar el agujero en las finanzas públicas, el pago de 120.000 millones de euros anuales en intereses de la deuda, cuatro millones de personas cobrando ayudas por enfermedad y cinco millones de niños en la pobreza.
La situación de Starmer parece inconcebible para un líder que hace sólo un año y poco obtuvo una rotunda mayoría absoluta (aunque con sólo un 32% de los votos). Pero su cabeza corre peligro en medio de acusaciones de incompetencia por haber nombrado embajador a Mandelson sabiendo de su vinculación a Epstein, y la oposición preguntando qué sabía Downing Street y desde cuándo. La teoría de que sólo se enteró de los detalles más graves en el último momento, y entonces lo cesó, ha saltado por los aires. En la picota está también su brazo derecho, Morgan McSweeney, arquitecto del giro a la derecha para apelar a los votantes tentados de dar una oportunidad al ultra Farage. El Labour vive una crisis existencial, con fuerzas que tiran en direcciones contrarias y una izquierda que se resiste a entregar el partido a la corriente neoliberalista.
A la falta de una narrativa y una visión de a dónde quiere llevar al país, se han sumado una retahíla de errores y escándalos para poner a Starmer contra las cuerdas. Los votantes no tienen paciencia para una tecnocracia y soluciones incrementales a los problemas. Exigen cambio ya. Se lo prometieron, y sólo ven más de lo mismo. El alcalde de Manchester, Andy Burnham, del ala laborista más a la izquierda, se posiciona como principal alternativa para suceder al primer ministro.
Starmer no para de hacer reset en el televisor, pero la pantalla no sale de la carta de ajuste. El Labour se pregunta si no habría que tirarlo y comprar uno nuevo.
Burnham está más a la izquierda de Starmer
Dime cuándo, cuándo, cuándo, decía la letra de una popular canción de los años sesenta. Es lo que se pregunta también el creciente número de diputados laboristas que temen por sus cabezas en las próximas elecciones y quieren reemplazar a Starmer. La opción que se baraja es después de las elecciones autonómicas de mayo en Gales y Escocia, si el Labour se pega la gran castaña. Pero más importante aún es el cómo. Andy Burnham, el alcalde de Manchester, no oculta su ambición y ha criticado duramente a Starmer, pero necesitaría un escaño en los Comunes para ser líder y primer ministro, y que se produzca una vacante. Ofrece un programa más de izquierda tradicional, con un impuesto al patrimonio de los ricos y la nacionalización de los servicios públicos como agua, gas y electricidad. Desde el Brexit, los tories cambiaron cuatro veces de líder. ¿Va el Labour por el mismo camino?