¿Es peligrosa la caída de natalidad en el mundo? Probablemente no

Demografía

La perspectiva de un planeta con una población en decrecimiento parece inevitable

Una familia en el Parque de El Retiro, a 26 de agosto de 2023, en Madrid (España). El Instituto Nacional de Estadística (INE) ha revelado los datos de nacimientos producidos en todo el país durante el primer cuatrimestre de 2023. En total, solo han nacido entre enero y abril unas 103.443 personas, lo que supone un 1,75% menos respecto al mismo período del año anterior. Estas cifras, según el INE, convierten al primer cuatrimestre en el peor en ocho años, experimentando la natalidad una evolución a la baja desde 2016, año en el que nacieron 132.045 personas en España. La Comunidad de Madrid y Aragón son las únicas regiones donde la natalidad ha crecido respecto al año anterior.

La natalidad se está reduciendo en todos los países, no solo en los industrializados 

Jesús Hellín / Europa Press

En La bomba demográfica, una obra publicada en 1968, los biólogos Paul Ehrlich y Anne Ehrlich escribieron que los seres humanos se reproducían tan deprisa que sería inevitable que los alimentos se agotaran y que “cientos de millones de personas” no tardarían en morir de hambre. Tras barajar la idea de un “transporte interestelar para el excedente demográfico”, abogaron por un control estricto de la natalidad, “obligatorio si fracasan los métodos voluntarios”.

Son muchos los que siguen preocupados por la superpoblación. Sin embargo, cada vez son más (sobre todo, en los países ricos) los que se preocupan por lo contrario: una implosión demográfica. “Las bajas tasas de natalidad acabarán con la civilización”, predice Elon Musk, padre de muchos hijos.

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Fotografia de jovenes inmigrantes trabajando en Barcelona. Para Dinero , Economia. Inmigracion , trabajo , camarero . Barcelona, 06/11/2015. Foto: Luis Tato

Aunque el número de personas sigue aumentando, la tasa de fertilidad (el número de hijos que una mujer puede esperar tener a lo largo de su vida) se ha desplomado. Y no solo en el mundo rico: dos tercios de la población viven ahora en países que están por debajo de la “tasa de reemplazo” de 2,1 (la estimación estándar para mantener una población estable). Hoy, Bogotá tiene una tasa de fertilidad más baja (0,91) que Tokio (0,99).

La población mundial alcanzará un máximo de 10.300 millones en 2084, según la estimación central de las Naciones Unidas. No obstante, sus supuestos resultan cuestionables. La estimación parte de la base de un cambio repentino en la dinámica, a partir de ahora: que las tasas de fertilidad en muchos países con baja fertilidad dejarán de caer o se recuperarán; y que las tasas en caída libre en los países con alta fertilidad descenderán más despacio. Si la conjetura es errónea, el pico demográfico está mucho más cerca. Si las tendencias actuales continúan sólo diez años más antes de que hagan notar los supuestos más optimistas de las Naciones Unidas, la población mundial alcanzará un máximo de 9.600 millones en 2065 y luego caerá a 8.900 millones en 2100. Incluso eso puede ser demasiado optimista.

La ONU estima que la población mundial rebasará los 10.000 millones en el 2084, pero es una previsión muy optimista frente a otros estudios que vaticinan que a mediados de siglo empezará a disminuir

Independientemente de cuándo se alcance el pico, una fertilidad por debajo del nivel de reemplazo implica que la población mundial se reducirá lentamente al principio y luego de forma drástica, en un reflejo del crecimiento exponencial que nos hizo pasar de 1.000 millones en 1800 a 8.000 millones en la actualidad. Se trata de una perspectiva que alarma a muchos.

Uno de los temores es generalizado y de tipo económico. Menos personas significa menos cerebros, por lo que se frenaría el ritmo de la innovación. Significa también menos posibilidades de especialización y división del trabajo. (Si en nuestra ciudad sólo viven 1.000 personas, buena suerte a la hora de encontrar comida etíope o un club para una afición minoritaria.) Una disminución rápida podría ser muy perjudicial. Las elevadas deudas públicas recaerían de repente sobre menos personas, muchas de ellas envejecidas. Las megaciudades podrían estar bien, pero las pequeñas ciudades se quedarían vacías tras el cierre de la última escuela.

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La población china se habrá reducido de forma importante para finales de este siglo  

Xavier Cervera

Otra preocupación es más limitada y de tipo nacionalista. Las tasas de fertilidad varían mucho entre países y grupos. Por eso, algunas personas temen un futuro con muy poca gente como ellos y demasiada gente considerada culturalmente ajena o amenazante. Es una de las razones por las que los populistas de todo Occidente están a favor de sobornar a las familias para que tengan más hijos; y por ello Donald Trump ha prometido ser el “presidente de la fertilización”.

Las previsiones demográficas son una extraña mezcla de lo seguro (todas las personas que cumplirán 50 años en 2070 ya han nacido) y lo desconocido (¿cuántos hijos decidirán tener los actuales jóvenes de 20 años?). A largo plazo, la disminución exponencial parece sorprendentemente rápida. Sin embargo, durante la fase inicial, que es cuando las sociedades deben enfrentarse al problema, la velocidad del cambio debería ser manejable.

El descenso de natalidad plantea algunos problemas que, no obstante, pueden verse compensados por el avance de la tecnología y el aumento de la esperanza de vida

Hay varias razones para dudar de los agoreros. La inteligencia artificial puede estar sobrevalorada, pero es evidente que avanza más rápido de lo que es probable que se reduzca la población. Por lo tanto, no cabe duda de que esa tecnología (o alguna otra aún desconocida) aliviará el lastre para la innovación que supone la disminución del número de cerebros humanos.

Otro motivo para el optimismo es que sigue aumentando la esperanza de vida saludable, lo que permite a las personas ser productivas durante más tiempo. Según una muestra de 41 países, una persona de 70 años en 2022 tenía las mismas capacidades cognitivas que una persona de 53 años en 2000. Quizás ese progreso llegue a su fin. Ahora bien, mientras continúe, frenará la disminución de la población activa, lo que dará a las sociedades unas cruciales décadas adicionales para adaptarse. Los países que desperdician capital humano pueden encontrar formas de desperdiciarlo menos, alimentando y educando mejor a las mentes jóvenes y eliminando las barreras que impiden a las mujeres trabajar. En resumen, una población en declive no tiene por qué significar una población más pobre. Japón lleva casi dos décadas reduciéndose, pero el nivel de vida ha aumentado de modo notable.

Una población en declive no tiene por qué significar una población más pobre

Los nacionalistas tienen razón al decir que la composición del mundo cambiará. Incluso las previsiones de las Naciones Unidas apuntan a que la población de China se habrá reducido a más de la mitad en 2100. La India se mantendrá estable durante más tiempo. Europa y Estados Unidos pueden posponer la disminución mediante la inmigración o pueden optar por no hacerlo. El futuro será más africano que el presente, pero también en ese continente la fertilidad está cayendo en picado. Los grandes cambios geopolíticos y culturales graduales son normales. El mundo los ha afrontado en el pasado y sin duda podrá hacerlo de nuevo.

Los pronatalistas esperan contrarrestar esas tendencias tectónicas utilizando fondos públicos para impulsar las tasas de natalidad en sus respectivos países. Fracasarán. Los gobiernos tienen la función de facilitar la vida a las familias, pero intentar pagar a las personas para que tengan más hijos de los que tendrían de otro modo o bien es carísimo o bien no funciona.

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Incluso Hungría, que gasta un astronómico 6% del PIB en políticas pronatalistas, sigue teniendo una fertilidad por debajo de la tasa de reemplazo, y según algunos estudios sus cuantiosas bonificaciones por nacimiento han influido sobre todo en el momento de los nacimientos, no en el número total.

La disminución y, por lo tanto, el envejecimiento de la población acabarán exigiendo grandes ajustes económicos y sociales. Las personas muy mayores necesitarán cuidados (si bien no cuestan más que los jóvenes, que a menudo pasan dos décadas necesitando apoyo). Las personas mayores son más propensas a votar, por lo que sus opiniones darán forma a la política. Eso podría dificultar el retraso en la edad de jubilación en consonancia con la esperanza de vida, pero tarde o temprano los gobiernos tendrán que retrasarla.

Adaptarse a un planeta más vacío no será fácil, pero sí factible. Ninguna de las predicciones de desastre demográfico parece verosímil en este siglo, y 2100 está tan lejos que las previsiones más allá de esa fecha parecen inútiles. ¿Quién sabe? Para entonces, los padres podrían disponer de tecnologías que hagan menos agotadora la crianza de los hijos, y las familias podrían volver a crecer. Pero eso es mera especulación. Por ahora, hay motivos para prestar atención, pero no para entrar en pánico.

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Traducción: Juan Gabriel López Guix

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