El asesinato de Charlie Kirk el pasado día 10, sumada a la condena a Ryan Routh, el hombre que trató de matar a Donald Trump en Florida en 2024 y la muerte de Sara Jane Moore 50 años después de su intento de acabar con la vida del entonces presidente de EE.UU. Gerald Ford crean un marco de ideas preconcebidas, que dibujan un presente de una violencia inédita contra el poder en Estados Unidos que la perspectiva desdibuja.
Conviene recordar que, en un país donde la posesión de armas, se considera un derecho (y, hasta un punto, un culto), cuatro de los 47 presidentes que ha tenido el país murieron asesinados: Abraham Lincoln en 1865, James A. Garfield en 1881, William McKinley en 1901 y John F. Kennedy en 1963. Además, catorce de los 47 sufrieron al menos un atentado contra su vida. La estadística dice que uno de cada doce presidentes de EE.UU. falleció asesinado y dos de cada siete sufrieron un atentado contra su vida.
Así, ¿es tan extraordinario un intento de magnicidio en EE.UU.? En el tiempo reciente, que se percibe como particularmente violento, la respuesta es sí. Desde 2005, cuando en una visita a Tiflis (Georgia) Vladimir Arutyunian lanzó una granada, que no detonó, contra George W. Bush hasta 2024, cuando en dos meses Donald Trump —no como presidente ejercicio, sino como expresidentes y candidato— sufrió dos intentos de atentados, transcurrieron 18 años sin intentos de magnicidio contra un ocupante de la Casa Blanca.
A lo largo de la Historia
Nueve de los 19 presidentes republicanos han sido objeto de un atentado, frente a seis de los 16 demócratas
Si buscamos un atentado ocurrido en suelo americano, antes del doble ataque a Trump de 2024 hay que retroceder 30 años, hasta el 12 de septiembre de 1994. Entonces, Frank Eugene Corder estrelló una avioneta contra la Casa Blanca. Bill Clinton, presidente en aquel momento, no estaba en la residencia oficial. Mes y medio después, el 19 de octubre, otro ciudadano disparó 29 veces contra la Casa Blanca, sin causar víctimas.
Antes de 1994, la frecuencia de los intentos de magnicidio en EE.UU. fue tal que solo Nixon y Jimmy Carter —el incidente del conejo no se puede considerar como tal— no vieron cómo se ejecutaban ataques contra su persona. En noviembre de 1950, dos nacionalistas portorriqueños trataron de matar a Harry Truman en la casa Blair, residencia provisional del presidente. El tiroteo hirió a uno y mató a otro, pero le costó la vida a un agente del servicio secreto y heridas a otros dos.
El atentado contra JohnF. Kennedy, el 22 de noviembre de 1963 en Dallas, está en la memoria colectiva. No tanto los dos que sufrió Gerald Ford en su breve presidencia de dos años y medio. Ambos ocurrieron en apenas 17 días. El 5 de septiembre de 1975, en Sacramento, Lynette Fromme, una seguidora de Charles Manson, apuntó a Ford y disparó, pero la pistola se encasquillo. Y el 22 del mismo mes y año, en San Francisco, la mencionada Sara Jane Moore disparó contra Ford. Un ciudadano se dio cuenta de lo que ocurría y llegó a tiempo de golpear a Moore en el brazo, desviando el tiro.
Le llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca, el 20 de enero de 1981, fue abrupta. Tan pronto como el 30 de marzo, John Hinckley Jr. le disparó con un revólver, perforándole el pulmón. Tres personas más fueron alcanzadas. Hinckley no fue a la cárcel: el tribunal certificó sus problemas mentales y estuvo recluido en un psiquiátrico. Catorce días después del intento de magnicidio de Reagan, el truco Alí Agca disparaba y hería gravemente al papa Juan Pablo II en la plaza de San Pedro.
El vicepresidente de Reagan, el luego presidente George H. W. Bush, fue objeto de un ataque, abortado a tiempo, en 1993, ya fuera de la presidencia mientras visitaba Kuwait. Su hijo George W. Bush tuvo la misma fortuna en el mencionado viaje a Tiflis.
12 de septiembre de 1994
Frank Eugene Corder estrelló una avioneta contra la Casa Blanca. Bill Clinton no se encontraba en el edificio
A lo largo de la historia, nueve de los 19 presidentes republicanos —Trump entre ellos— han sido objeto de un atentado, siendo presidentes o expresidentes. Seis de los 16 demócratas han sufrido intentos de acabar con su vida. Sobre si son muchos o pocos, tal vez convenga añadir un último dato de contexto: un informe del Pew Research Center cifra las muertes por arma de fuego en Estados Unidos ocurridas en 2023 en 46.728. Fue la duodécima causa de muerte en el país ese año, por debajo de la covid-19 y por encima la cirrosis.
En el mismo año, en una Unión Europea de 448 millones de habitantes —114 millones más que EE.UU.— las muertes por homicidio, no solo con arma de fuego, fueron 3.930: casi 42.800 menos que en Estados Unidos.


