Ensayista y político, Raphaël Glucksmann (Boulogne-Billancourt, 1979) se ha erigido en uno de los principales referentes de la izquierda francesa. Eurodiputado desde el 2019, aspira a liderar desde el partido Plaza Pública –coaligado hasta ahora con los socialistas– el resurgimiento en Francia de un espacio socialdemócrata, ecologista y europeísta. El jueves estuvo en Barcelona para apoyar la candidatura de su partido en la elección parcial de la 5ª circunscripción de franceses en el extranjero, que engloba a España, Portugal, Andorra y Mónaco.
El orden internacional que conocíamos ha saltado por los aires. Ante eso, Europa parece inerme.
Estamos en un momento decisivo para Europa. ¿Vamos a caer en la nada, en el abismo? ¿O vamos a decidirnos por fin a existir? Es un momento hamletiano, de ser o no ser. Hasta ahora, no hemos estado a la altura. Tenemos una guerra en el continente europeo que nos afecta directamente. Y hoy, después de tres años y medio, seguimos importando gas ruso y financiando la maquinaria bélica que nos amenaza. Nuestra debilidad anima al agresor.
Que multiplica las provocaciones en las fronteras de la UE...
Y esto va a ir a más. Porque para los depredadores que dominan hoy el mundo, y el primero y más peligroso para nosotros es Vladímir Putin, nuestra debilidad es una invitación a la agresión. Hay que plantearse una pregunta sencilla: ¿Qué queremos para nuestro continente? ¿Queremos existir? Si queremos existir, debemos pasar a una Europa más federal. Debemos asumir nuestra propia defensa, nuestra autonomía estratégica. Y eso es algo que aún no hemos decidido. Es como si estuviéramos despiertos, pero sin conseguir levantarnos de la cama.
El papel de Europa
“Para los depredadores que dominan hoy el mundo, nuestra debilidad es una invitación a la agresión”
Avanzar por este camino choca con fuertes divisiones internas.
Lo que se necesita es una unión de voluntades. Hay que recuperar la fe en la construcción europea, y eso no es fácil. Sabemos que no lo conseguiremos con 27. El problema es que algunos países están dirigidos por partidarios de Trump y Putin, mientras otros muy importantes para la construcción europea se encuentran en una profunda crisis interna. Tengo la impresión de que los europeos tienen dificultades para comprender que lo que está sucediendo ahora definirá nuestro futuro durante décadas. Nada nos garantiza que tendremos paz en Europa dentro de dos años, que no habrá una guerra abierta con Rusia.
Europa sí fue capaz de actuar unida frente a la pandemia.
Fue un momento extremadamente importante. Contra la covid hicimos lo contrario de lo que hicimos en la crisis griega, cuando los egoísmos nacionales impidieron que la solidaridad europea funcionara. ¿Por qué lo que fuimos capaces de hacer frente a una pandemia no somos capaces de hacerlo frente a la guerra? Porque nos afectaba personalmente. Hoy en día somos incapaces de proyectarnos fuera de nosotros mismos. Y eso es un problema enorme, porque cuando la guerra llegue a nuestro territorio, será demasiado tarde. Tengo la impresión de que, hasta que los bombarderos rusos no hayan arrasado Varsovia, no comprenderemos que existe una amenaza existencial. Lo que hicimos contra la pandemia debemos ser capaces de hacerlo frente al riesgo de guerra, la catástrofe climática y nuestro retraso tecnológico. Si no, Europa se convertirá en un conjunto de ciudades-museo para tycoons americanos, dignatarios del PC Chino, emires qataríes y oligarcas rusos.
Extrema derecha
“Limitarse a subir a una barricada y decir ‘¡No pasarán, fascistas!’, no es suficiente”
Hay quienes se oponen a esta idea de Europa. En todas partes hay un auge de los partidos nacionalistas de extrema derecha.
Estamos en una crisis de civilización, una crisis de la democracia liberal occidental. Ninguna está inmune. ¿Por qué? En primer lugar, porque ya no sabemos quiénes somos, cuál es nuestro papel en la Historia. Estamos en una especie de vértigo identitario. En segundo lugar, las democracias occidentales han vivido 80 años de progreso y estabilidad gracias a la promesa que se hizo a la clase media de mejorar sus condiciones de vida, su existencia, a través del trabajo. Y esa promesa ya no se cumple. El resultado de ello es el auge del populismo. Pero limitarse a subir a una barricada y decir “¡No pasarán, fascistas!”, no es suficiente. Hay que responder a esa promesa incumplida. Hay que entender por qué la clase media, que está atravesando una crisis de identidad y una crisis social, se vuelve contra las democracias liberales, contra el pensamiento progresista. Frente a la crisis identitaria, debemos reapropiarnos de la idea de que se puede hablar de la identidad de un pueblo, de lo que significa formar una nación. Y en eso la izquierda ha fallado.
¿Una crisis identitaria exacerbada por la inmigración?
Si somos incapaces de decir quiénes somos, cualquier presencia extranjera será percibida como hostil. La crisis migratoria es, ante todo, una crisis de definición de lo que somos, de inseguridad cultural o identitaria. Tenemos que ser capaces de contarlo. ¿Quiénes somos¿ ¿Qué significa ser español, catalán, francés? ¿Qué significa ser europeo? Si nos contentamos con decir simplemente “¡fascista, fascista!”, cuando alguien responde a esta angustia, seremos barridos por los pueblos.
La extrema derecha tiene especial predicamento entre los más jóvenes, ¿por qué?
Sobre todo entre los chicos, sí, que se sienten desestabilizados a la vez en su identidad nacional y de género. Las chicas, en cambio, son más de izquierdas.
Es una fractura preocupante, ¿a qué la atribuye?
Los jóvenes de hoy en día se sienten amenazados tanto por el declive de Europa en el mundo, como por el declive de su país, por su propio declive social y también por un declive de género. Me refiero al auge del feminismo, que es sin duda una de las principales transformaciones positivas de nuestras sociedades y, en particular, de la sociedad española, porque es en España donde se ha producido el cambio más espectacular en este sentido. Son grandes cambios. Pero estos cambios han debilitado a millones de jóvenes que no encuentran su lugar y que tienen la impresión de estar estigmatizados o excluidos del discurso sobre lo que somos juntos. Frente a esto, existe la idea de que ahora es la extrema derecha la que va a encarnar el gran cambio, la que tiene el impulso revolucionario, mientras que la izquierda aparece como la defensora de las élites y del statu quo. Y eso es un reto enorme al que nos enfrentamos. Tenemos que conseguir demostrar que la democracia sigue siendo transformadora. Está en juego la propia existencia de nuestras democracias, del espíritu democrático. Y si no conseguimos refundarlo, no resistiremos ni a la extrema derecha en nuestros países ni a Putin en nuestras fronteras. Es una carrera contra reloj.
Francia está inmersa en una profunda crisis política. ¿El sistema de la V República ha muerto?
Esta verticalidad del poder se ha acabado. El presidente Emmanuel Macron ha llevado la concentración del poder a su máxima expresión y eso ya no funcionará. Por eso hay que cambiar el sistema electoral, pasando a uno proporcional, y descentralizar el poder, hacer que la democracia francesa respire. No podemos seguir con una situación en la que cada cinco años elegimos a un rey todopoderoso y todo el país se vuelve dependiente de sus caprichos. Ya hemos visto lo que ha pasado con Macron. Cuando elegimos a Narciso y Narciso decide romper el juguete que tiene en las manos como un niño, toda Francia entra en crisis. Eso ya no es posible. Tenemos que convertirnos en una democracia adulta. Esto supone un cambio institucional, pero también una revolución mental. Hay que dejar de buscar constantemente el regreso del rey.