¿Puede Ucrania ganar la guerra?

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Rusia, que multiplica las provocaciones en las fronteras de la UE, afronta graves problemas económicos

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Un soldado ucraniano de la 22ª Brigada Mecanizada se prepara para lanzar un dron (UAV) 'Evenger' en el frente de Járkiv 

YEVHEN TITOV / EFE

“Tras conocer y comprender plenamente la situación militar y económica entre Ucrania y Rusia, y tras observar los problemas económicos que está causando a Rusia, creo que…”. Con este curioso y desconcertante arranque, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, introdujo esta semana un giro copernicano en su opinión sobre la guerra de Ucrania. En un mensaje colgado en su red social particular -Truth Social-, Trump hizo un nuevo vaticinio según el cual Ucrania no solo no se enfrenta a una derrota inevitable -hasta ahora, el mensaje oficial de la Casa Blanca-, sino que puede ganar la guerra y recuperar todos los territorios arrebatados por Moscú, incluyendo la península de Crimea (anexionada en 2014)

Todo indica que, decepcionado por la actitud del presidente ruso, Vladímir Putin, a quien ha agasajado todo lo agasajable sin resultado tangible, Trump ha decidido poner fin a su operación seducción y lavarse las manos sobre una posible salida negociada al conflicto (pinchando de paso el orgullo de Moscú, a quien tilda de “tigre de papel”). En su mensaje, el presidente se desentiende en gran medida de la guerra, subrayando que la ayuda a Ucrania debe provenir de la Unión Europea y la OTAN, y tan solo promete seguir suministrando armas -esto es, vendiéndolas- para que la Alianza “haga con ellas lo que quiera”.

El radical cambio de discurso de EE.UU. rompe el relato imperante según el cual Ucrania no tenía otra opción que rendirse ante la superioridad de Rusia. El Kremlin alimenta activamente esta idea y recientemente transmitió a través de la agencia Bloomberg la idea de que Putin no concibe otra cosa que una victoria y está determinado a impulsar una nueva escalada militar hasta alcanzar sus objetivos. Sus ataques masivos con drones sobre las ciudades ucranianas parecen tratar de demostrarlo, y de demostrárselo particularmente a un Trump cada vez más descreído. Al igual que las provocaciones en las fronteras de la OTAN.

Lo cierto es que Ucrania, que ha resistido ya tres años y medio los avances rusos, ha demostrado una gran resiliencia y se está convirtiendo -si no lo ha hecho ya- en una pujante potencia militar, especialmente en el nuevo tipo de guerra basado en el uso de drones. Hasta el punto de que la OTAN quiere enviar militares e ingenieros a Kyiv a formarse en este terreno y la UE anunció recientemente una inversión de 6.000 millones de euros en una alianza industrial con Ucrania para la fabricación conjunta de UAV (Vehículos Aéreos No tripulados)

En Rusia, el esfuerzo de guerra se está comiendo literalmente la economía, sin que ello se traduzca decisivamente en el campo de batalla. Moscú dedica ya a la guerra alrededor del 50% del PIB, unos 500 millones de euros diarios, mientras los ingresos por la venta de petróleo, que representan un tercio del total, se están hundiendo -han caído un 18,5 % en el primer semestre del año- en gran parte por el descenso del precio del barril. Kyiv contribuye a ello atacando oleoductos -como el Druzhba, que suministra a Hungría y Eslovaquia- y refinerías de petróleo.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha fijado a la baja las previsiones de crecimiento de Rusia para este año al 0,9% -frente a índices de años anteriores de en torno al 4%-, mientras que el pasado mes de junio el ministro de Economía, Maxim Rechetnikov, admitió que el país se encontraba “al borde de la recesión”. Con un déficit al alza y unos ingresos a la baja, el Gobierno ruso se va a ver obligado a recortar gastos sociales -ya que no en defensa- y aumentar impuestos. De momento, el IVA va a subir del 20% al 22%. Mientras, la inflación crece (está en el 8,1%) y los tipos de interés siguen muy altos (el tipo director está en el 17%)

Entonces… ¿Ucrania puede ganar? Así lo cree, entre otros, el historiador Phillips P. Obrien, profesor de Estudios Estratégicos en la Universidad de St. Andrews (Escocia), para quien “Rusia es una potencia enormemente sobrevalorada”, con una economía cada vez más débil. “Por primera vez, Trump dijo claramente lo que siempre ha sido verdad”, ha escrito en Substack, un cambio que atribuye a nuevos informes de inteligencia de EE.UU. Lo mismo piensa el Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW), con base en Washington, cuyos analistas consideran que “una victoria militar rusa en Ucrania no es inevitable, y que Ucrania, EE.UU. y los países europeos mantienen el control sobre el resultado de la guerra”.

La ayuda exterior sigue siendo fundamental. Y es justamente por parte norteamericana por donde ha empezado a fallar. La UE se ha convertido ya en el principal apoyo de Ucrania. Más de la mitad de la ayuda occidental -militar, económica y humanitaria-, 167.400 millones de euros, han sido aportados por Europa, frente a 114.600 millones de EE.UU. Con Trump de nuevo en la Casa Blanca, Washington ha decidido inhibirse en gran parte del conflicto y el mensaje del presidente así parece confirmarlo. El final podría firmarlo Poncio Pilatos: “¡Buena suerte a todos!”.

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Los presidentes de Ucrania, Volodímir Zelenski, y Estados Unidos, Donald Trump, reunidos el martes en la sede de la ONU en Nueva York 

Alexander Drago / Reuters

· Provocaciones calculadas. En este contexto, Rusia ha multiplicado en las últimas semanas los incidentes en las fronteras de la OTAN. El 10 de septiembre una veintena de drones rusos kamikazes Shahed 136 y Geran 2 -sin carga explosiva- se adentraron en territorio de Polonia bastantes kilómetros antes de ser derribados. Cinco días después otro dron apareció en Rumanía. Y el día 19, tres aviones de combate rusos MiG-31 entraron en el espacio aéreo de Estonia, antes de ser interceptados por aviones de la OTAN y conminados a salir del territorio. Ese mismo día, otros dos aviones rusos -¿acaso los mismos?- sobrevolaron a baja altura una plataforma petrolera en el mar Báltico de la compañía polaca Petrobaltic. Y Alemania también ha señalado el sobrevuelo de una de sus fragatas en el Báltico por un avión ruso.

Todo ello aderezado por unas masivas maniobras militares conjuntas -con la participación de 100.000 soldados, ya finalizadas- en Bielorrusia y en medio de acciones de guerra híbrida en las que todo el mundo ve la mano de Moscú, como los ciberataques sufridos por los aeropuertos de Bruselas, Berlín y Londres (Heathrow), o los reiterados vuelos de drones que han distorsionado el tráfico aéreo en Copenhague y otros aeródromos daneses.

Para los expertos, no se trata de accidentes, sino de acciones calculadas. En opinión del ISW, “Rusia está probando deliberadamente los límites de las capacidades de la OTAN con diversas incursiones aéreas en un esfuerzo por recopilar datos sobre las medidas de respuesta y la voluntad política de la Alianza” que Rusia podría aprovechar en futuros conflictos.

“Es una clara provocación con dos propósitos bien definidos”, sostiene por su parte en una reciente nota el analista Jesús A. Núñez Villaverde, del Instituto Elcano. “Por un lado, desde el punto de vista militar, acciones de este tipo buscan chequear el despliegue y el nivel de operatividad de las defensas antiaéreas del enemigo (…) Por otro, en el plano político, cabe imaginar que Putin busca tensar aún más las relaciones entre EE.UU. y sus aliados europeos de la OTAN y ensanchar las fracturas internas entre los miembros de la UE, poniendo a prueba su unidad y la voluntad de los gobiernos nacionales en su apoyo a Ucrania y en la estrategia a seguir con la propia Rusia”.

Ante esto, ¿qué hacer? Muy desenvuelto esta semana, Donald Trump defendió que la OTAN derribe los aviones rusos que violen su espacio aéreo, durante un encuentro con el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, en la sede de la ONU en Nueva York, aunque se guardó mucho de comprometer a su país en una respuesta militar: “Depende de las circunstancias”, dijo. El propio secretario general de la Alianza, Mark Rutte, no descartó una acción de este tipo si se produce una amenaza inminente contra la seguridad, aunque el presidente francés, Emmanuel Macron, mucho más circunspecto, ha marcado distancias.

El 24 de noviembre de 2015, un avión de combate ruso Shukoi Su-24 fue derribado por cazas turcos por haber violado el espacio aéreo de Turquía -país miembro de la OTAN- cerca de la frontera con Siria. Las autoridades de Ankara aseguraron que el cazabombardero ruso, cuyos dos pilotos murieron, ignoró hasta diez advertencias de las fuerzas aéreas turcas. Moscú lo negó y el presidente ruso, Vladímir Putin, acusó a su homólogo turco, Recep Tayyip Erdogan, de haber propinado un “golpe a traición”. Pero no pasó nada. El incidente, vinculado directamente a la guerra civil en Siria, donde cada uno tenía aliados contrapuestos, no desencadenó un enfrentamiento armado y ambos países acabaron enterrando la disputa meses después. Nada asegura que aquí hubiera el mismo desenlace.

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