Una mosca en la Casa Blanca

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Los giros constantes e imprevisibles de Trump sobre la guerra de Ucrania descolocan a los países europeos

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Los presidentes ucraniano, Volodímir Zelenski, y estadounidense, Donald Trump, el viernes 17 en la Casa Blanca 

HANDOUT / AFP

En 1897, el biólogo y botánico escocés John Brown estaba examinando un grano de polen en el agua bajo las lentes del microscopio cuando detectó que determinadas partículas se movían de forma aleatoria y caótica. El fenómeno, conocido hoy como movimiento browniano, sirve desde entonces -más allá de sus aplicaciones prácticas en medicina y física- para caracterizar situaciones o comportamientos anárquicos. Julio Cortázar lo utilizó de manera sublime en su gran novela Rayuela (1963) para describir los encuentros y desencuentros de dos amantes: “Vamos componiendo una figura absurda, dibujamos con nuestros movimientos una figura idéntica a la que dibujan las moscas cuando vuelan en una pieza, de aquí para allá, bruscamente dan media vuelta, de allá para aquí”.

La metáfora es aplicable a un sinfín de situaciones. Pero pocas son tan merecedoras de esta descripción como la actual política exterior de Estados Unidos y, muy particularmente, la forma desconcertante con que el presidente Donald Trump ha abordado hasta ahora la guerra de Ucrania. Para perplejidad y desesperación de los dirigentes europeos, marginados una y otra vez por su aliado trasatlántico.

Cual una mosca inquieta e imprevisible, Trump ha pasado en escasas semanas de vaticinar una derrota de Rusia y valorar la posibilidad de suministrar misiles de largo alcance a Ucrania a instar -en un giro espectacular- al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, a rendirse a las exigencias territoriales de Moscú -o ser “destruido”-, para acabar finalmente abortando una futura cumbre con su homólogo ruso, Vladímir Putin, y aprobar sanciones económicas de incierto alcance contra Rusia.

Trump ha aceptado las pretensiones rusas, pero no ha obtenido ninguna concesión de Putin

“Cada vez que hablo con Vladímir, tengo buenas conversaciones y luego no llegan a nada”, ha admitido esta semana el presidente norteamericano -entre exasperado e impotente- recordando la cumbre de Alaska del mes de agosto entre ambos mandatarios. Hoy, como entonces, Trump asume las reclamaciones territoriales de Putin en Ucrania -quedarse todo el Donbass, incluidas aquella parte que no ha logrado conquistar en más de tres años de guerra- como condición para alcanzar la paz, pero a cambio el líder ruso no le ofrece absolutamente nada. La reiterada negativa del Kremlin a aceptar un alto el fuego inmediato le ha sacado de sus casillas.

La última secuencia empezó hace hoy una semana con una nueva reunión en la Casa Blanca entre Trump y los más destacados miembros de su gabinete con una delegación ucraniana encabezada por Zelenski. Esta vez no hubo humillación pública, pero de puertas adentro las cosas fueron más bien ásperas. Si una imagen pudiera simbolizar el tenor de la reunión es la del secretario del Departamento de Guerra -antaño, de Defensa-, Pete Hegseth, luciendo una corbata con los colores de la bandera rusa: blanco-azul-rojo (en Amazon pueden encontrarse diferentes modelos de esta prenda por 9,15 euros, pero seguro que la de Hegseth era más cara)

Zelenski acudió a la reunión confiando en que su interlocutor aceptaría su petición de suministrarle los poderosos misiles Tomahawk -con un alcance de entre 1.600 y 2.500 kilómetros, capaces de llegar a Moscú, y muy difíciles de detectar-, que le permitirían forzar a Putin a negociar y poner fin a la guerra. Pero se encontró con un Trump dando largas -para evitar una “escalada”- y alineándose con las posiciones del Kremlin.

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El secretario del Departamento de Guerra (ex Defensa) de EE.UU. Pete Hegseth, con una corbata con los colores de la bandera rusa 

TOM BRENNER / AFP

La explicación no era un secretario para nadie. La víspera, viendo el peligro, Putin tomó el teléfono y llamó a Trump, a quien logró atraer de nuevo a su terreno. La conversación entre ambos, de más de dos horas, fue calificada por la Casa Blanca de “buena y productiva”, hasta el punto de anunciar la celebración de una cumbre entre los dos mandatarios en la capital de Hungría, Budapest -para mayor humillación europea-, en el plazo de dos semanas. Poco duró el encantamiento, sin embargo, y el martes Trump dio la cumbre por suspendida: “No quiero perder el tiempo”, dijo. Encastillado en el Kremlin, Putin probablemente menospreció el efecto que tendría en la personalidad vanidosa de Trump su falta absoluta de concesiones.

En lugar de limitarse a expresar su queja, el presidente de EE.UU. ha querido mostrar esta vez su enfado adoptando medidas de presión y ha anunciado la imposición de sanciones a todo aquel particular o empresa que compre -o utilice dólares para comprar- petróleo a las compañías rusas Rosneft y Lukoil, un sector extremadamente sensible del que depende buena parte de los ingresos que permiten a Moscú financiar la guerra. La medida, también adoptada por el Reino Unido, tendrá un efecto inapreciable en EE.UU., que apenas tiene intercambios de este tipo con Rusia. Pero puede afectar a terceros. ¿Hasta qué punto? No está claro.

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La agencia Reuters avanzó ayer que, cautelarmente, las grandes petroleras estatales chinas han decidido suspender las compras de crudo a las dos compañías rusas (aunque solo el petróleo transportado por mar, que no es la mayoría) y lo mismo se disponen a hacer las grandes refinerías indias. Sin embargo, algunos analistas creen que Moscú encontrará caminos alternativos -vía intermediarios- y sus consecuencias serán mínimas.

La Unión Europea, mientras tanto, aprobó ayer el 19º paquete de sanciones contra Rusia, después de que Eslovaquia -esta vez, el húngaro Viktor Orbán delegó el papel de díscolo en Robert Fico- levantara su veto. Los 27 acordaron prohibir la importación de gas natural licuado ruso en el 2027 -un año antes de lo previsto- y abordaron la discusión sobre el uso de los haberes rusos congelados en Europa para ayudar a Kyiv. Con esta garantía, y a cuenta de futuras reparaciones de guerra que Moscú eventualmente debería pagar, Bruselas propone conceder a Ucrania un préstamo de 140.000 millones de euros. Antes, sin embargo, habrá que vencer la resistencia de Bélgica, donde están la mayor parte de los activos rusos y que reclama a sus socios garantías para compartir los riesgos.

La financiación de la ayuda militar a Ucrania es más crucial que nunca, después de que EE.UU. se haya desentendido. La ayuda europea concedida desde el inicio de la guerra en 2022 ya supera a la norteamericana -180.000 frente a 114.000 millones de euros- y esa diferencia no va sino a aumentar. Algunos países, como Francia, insisten en que el gasto sirva para alimentar la industria de defensa europea, pero lo cierto es que los países europeos ya están pagando -y España se ha comprometido a hacer lo propio- para comprar armas a EE.UU. y entregárselas al Gobierno de Kyiv. Lo ha reiterado Trump esta semana: la guerra de Ucrania ya no les cuesta nada. Y además hacen negocio.

· Adiós a ‘Mamma Erasmus’. La pedagoga italiana Sofia Corradi, inspiradora del programa de intercambio de estudiantes europeos Erasmus, murió el sábado pasado en Roma a los 91 años de edad. Corradi, conocida como ‘Mamma Erasmus’, presentó por primera vez su plan de intercambio de estudiantes en 1969 ante la Asamblea General de Rectores de las Comunidades Europeas, pero no fue implantado hasta 1987, bajo la presidencia de turno española y con el compromiso decidido del entonces comisario europeo de Educación, el español Manuel Marín. Desde entonces, unos 16 millones de universitarios han participado en el programa, que ha hecho más que ningún otro por la integración europea.

· Un expresidente en prisión. El expresidente francés Nicolas Sarkozy ingresó el martes en prisión para cumplir la condena de cinco años de cárcel que le impuso el Tribunal Penal de París por un delito de asociación de malhechores con el objetivo de lograr financiación irregular del dictador libio Muamar el Gadafi en la campaña electoral del 2007. El exmandatario tiene una celda individual, permanece aislado de los demás reclusos y goza de la protección de dos guardaespaldas. La condena no es firme, por lo que sus abogados esperan conseguir pronto su libertad condicional. Sarkozy es el primer presidente de la V República en ser encarcelado. Jacques Chirac fue condenado -también por financiación irregular- pero por su edad y salud no llegó a ingresar en prisión.

NOTA. Este boletín no aparecerá la semana que viene. Volverá a su buzón de correo el 8 de noviembre, con la misma periodicidad semanal, pero a partir de ahora los sábados.

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