Decía Aldous Huxley en un breve ensayo de hace un siglo, que el único placer nuevo conocido desde la Antigüedad es el de la velocidad. Desde luego que es una afirmación más que discutible: no a todo el mundo le gusta correr. Además, lo que él entendía por velocidad era, entonces, conducir a velocidad de tortuga con cara de velocidad.
Pero más que el automóvil o el tren, era el avión el medio de transporte que más fascinaba y placer producía entre los artistas, magnates y mandatarios ávidos por sobrevolar los territorios que podían a su antojo conquistar, gobernar o destruir. Gabriele D’Annunzio era un experto piloto, como también lo fue, aunque no tanto, su discípulo Benito Mussolini, que en plena guerra insistía en llevar él mismo los mandos en sus frecuentes vuelos entre el Nido del Águila de Hitler y Roma, como queda magistralmente descrito por Antonio Scurati en su monumental biografía novelada del Duce.
La tentación de pilotar
Winston Churchill era otro que no podía resistirse a la tentación de agarrar la palanca de mando, incluso en vuelos tan decisivos como los que le llevaron a Yalta o Potsdam. Le debía de proporcionar una embriagadora mezcla de placer y poder antes de sentarse a la mesa de negociación.
En abril de 1916, el aliadófilo carlista manco Ramón del Valle-Inclán fue enviado por El imparcial a los frentes franceses a cubrir in situ esa enquistada guerra de trincheras, ocasión que aprovecharía para sobrevolar en vuelo nocturno el campo de batalla, actividad absolutamente prohibida a los civiles. La experiencia resultó ser una epifanía en toda regla, que le proporcionó la “visión estelar” que acompañaría en adelante su producción literaria. “Yo he volado sobre las trincheras alemanas, y jamás he sentido una impresión que iguale a esta en fuerza y belleza”, declararía.
El periodista sevillano Manuel Chaves Nogales emprendió en el 1928 un viaje en avión por medio Europa que lo habría de llevar a visitar la emergente Unión Soviética. En la región del Cáucaso, el más que precario aparato soviético tuvo que efectuar unas maniobras de aterrizaje forzado en medio de un campo de girasoles. Lo cuenta en La vuelta a Europa en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja, que en sus páginas abre una nueva perspectiva sobre el continente europeo y lo que en aquellos años se cocía.
La aviación es uno de los milagros tecnológicos más apasionantes del siglo XX. Sólo miden 66 años entre el primer vuelo de los hermanos Wright realizado en 1903 y el primer hombre en la Luna, en 1969. Pero ya en el 1911, los italianos estaban arrojando bombas desde sus rudimentarios aeroplanos sobre lo que ahora es Libia. Los ataques de los Zeppelin alemanes sobre Londres dieron pie a la creación en el 1917 de la primeras Fuerzas Aéreas del mundo, la RAF, fruto de una decisión nítidamente política. Mas la guerra terminó antes de que pudieran emplear a fondo su enorme potencial destructivo.
Bombas sobre Kabul
En el 1919, la RAF arrojaba bombas sobre Kabul, como asimismo sobre blancos en Somalia e Irak. Winston Churchill era un entusiasta de primera hora de estas agresiones aéreas. Tal fue el alto nivel de aprobación popular de la RAF, que en el 1925 se montó en el aeródromo de Hendon, al norte de Londres, un espectáculo que atrajo a miles de personas ávidas por ver los devastadores efectos causados por un ataque desde el aire con bombas incendiarias sobre un falso pueblo africano construido especialmente para la ocasión. Llegados los años 30, ya estaban bombardeando Palestina.
Magnates como Howard Hughes se piraban por la aviación, como sigue ocurriendo con los que, en compañía de los más poderosos CEO, deportistas de élite y artistas forrados, no conciben la vida sin un avión privado en el que sobrevolar alegremente un mundo que se halla en acelerado estado de descomposición.
Ahí está Pedro Sánchez con su Falcon o Donald Trump con Air Force One. Mas a éste - ¡qué bien conocen sus amiguetes del alma las debilidades de The Donald!- le ha regalado Qatar su propio avión presidencial dorado, que parece una deliberada horterada no libre de indisimulado cinismo por parte de los cataríes.
Pero bueno, hay quien pone más alto el listón, como es el caso de Elon Musk, que va camino de conquistar el espacio y, él solito, colonizar Marte. Bienvenidos al mundo feliz de Aldous Huxley.


