Si algo ha demostrado Donald Trump en su década en política es su capacidad de sobrevivir a toda clase de escándalos que hubieran invalidado a cualquier otro candidato a la presidencia. A pocos días de sus primeras elecciones, en el 2016, salió a la luz una grabación en la que, diez años antes, decía que había tratado a una mujer “como una puta”, justificándose en que “cuando eres una estrella, las mujeres te dejan hacer lo que quieras. Puedes hacer cualquier cosa, como agarrarlas del coño”. Con las encuestas y los analistas en contra, ganó las elecciones.
En los siguientes años, una veintena de mujeres lo han acusado de conducta sexual inapropiada, como la columnista E. Jean Carroll, quien desveló en el 2019 que la había agredido sexualmente en un probador de una tienda de lujo en Nueva York en los años 1990. Trump fue condenado en el 2023 por agresión sexual y, meses después, también por difamación, por sus descalificaciones públicas hacia la escritora.
En el 2018, salió a la luz otro escándalo: la actriz porno Stormy Daniels afirmó haber tenido un affaire con Trump en el 2006, poco después del nacimiento del hijo pequeño del republicano, Barron. Daniels, cuyo nombre real es Stephanie Clifford, afirmó haber recibido pagos de parte de Trump, a través de su abogado Michael Cohen, para comprar su silencio durante la campaña electoral del 2016.
El caso llegó a la justicia, pues se demostró, y Cohen admitió, que había desviado dinero de la campaña para pagar a la actriz, sin declararlo en los registros financieros. En el 2023, el caso también salpicó a Trump, que fue imputado y condenado por 34 delitos penales de falsificación de registros comerciales. Un año después, ganó las elecciones en los siete estados clave y se convirtió en el primer presidente criminal en la historia de Estados Unidos.
“Podría pararme en medio de la Quinta Avenida y dispararle a alguien, y no perdería ningún votante”, anticipó Trump en un mitin de campaña en Iowa en el 2016. El tiempo le ha dado la razón, pues ocho años después obtuvo 77,3 millones de votos, 14 millones más que en sus primeros comicios. A los escándalos de su vida personal, y la empresarial (la Organización Trump ha sido condenada por fraude), se le suman los políticos: decenas de despidos y renuncias en su gabinete, vínculos con Rusia en su campaña electoral, dos juicios políticos relacionados con su intento de anular la democracia estadounidense, incluido el asalto al Capitolio, o el registro de su residencia en Florida, donde el FBI encontró cientos de documentos clasificados.
Pese a su gravedad, ninguno de estos casos es tan peligroso políticamente como su vinculación con la trama de abuso y tráfico de menores del financiero Jeffrey Epstein, quien fue su amigo durante más de 15 años. Esta semana, el Comité de Supervisión de la Cámara de Representantes ha publicado 23.000 páginas de documentos entregados por los herederos de Epstein, incluidos una serie de correos que constituyen la prueba más evidente de que Trump conocía las acciones criminales del pederasta.
Congresistas republicanos acusan a Trump de haberse “distanciado de la base MAGA” y reiteran que publicar los archivos de Epstein es “lo más sensato”
En un mensaje a su socia y colaboradora, Ghislaine Maxwell, Epstein dijo que Trump “pasó horas en mi casa” con una de las víctimas. En otro, al periodista Michael Wolff, dijo que el mandatario “sabía sobre las chicas” que fueron víctimas de sus abusos durante años. En un tercer hilo de correos, con el periodista Michael Wolff, ambos reflexionan sobre cómo usar la información que tienen sobre Trump como “moneda política” para “generar una deuda” al republicano.
Trump sabe que la mejor defensa es un buen ataque, y así ha actuado cada vez que le ha acorralado un escándalo. Pero, en esta ocasión, no solo ha atacado a sus adversarios políticos, asegurando que Epstein es “demócrata”, también se ha puesto a la defensiva, algo poco habitual en él. Desde que estalló la noticia, el presidente ha rechazado todas las preguntas de los periodistas al finalizar sus intervenciones en la Casa Blanca, algo que no había hecho en los nueve meses de su mandato.
Finalmente, el viernes rompió su silencio a través de su plataforma, Truth Social. Acusó a los demócratas de “hacer todo lo que pueden con su poder marchito” en el Congreso para “impulsar” lo que ha llamado “el bulo Epstein” como distracción de “todas sus malas políticas y derrotas”. Y anunció que pedirá a la fiscal general, Pam Bondi, y al FBI, que abran una investigación sobre la “implicación y relación” de Epstein con el expresidente Bill Clinton, el donante demócrata y fundador de LinkedIn Reid Hoffman, el exrector de Harvard Larry Summers, y “muchas otras personas e instituciones, para determinar qué estaba pasando entre ellos y él”.
Si bien es cierto que los documentos de Epstein revelan que mantenía contactos con estos demócratas, los correos publicados el miércoles por el Comité de Supervisión de la Cámara de Representantes lo dejan a él en un lugar mucho peor. Además, el caso Epstein no es solo “un problema de los demócratas”, como alega Trump: en su extensa red de contactos, hay figuras clave de su movimiento político, Make America Great Again, como su estratega Steve Bannon o el magnate tecnológico Peter Thiel.
Trump pasó de prometer transparencia sobre el caso Epstein a decir que “no le importa a nadie” cuando se sintió acorralado
El propio Trump se presentó a las elecciones prometiendo una total transparencia sobre el caso, que lleva años alimentando multitud de teorías de la conspiración entre su base de seguidores. Una vez en el poder, publicó una “fase 1” de documentos, aunque no aportaron información nueva y relevante. Cuando discutió con Elon Musk en junio, en un intercambio de reproches sobre el gasto público que llevó a su divorcio político, el propietario de Tesla lanzó una grave acusación: “Es hora de lanzar la gran bomba: Donald Trump está en los archivos de Epstein. Esa es la verdadera razón por la que no se han hecho públicos”.
Ese momento marcó un punto de inflexión en la aproximación de Trump al caso Epstein. Consciente de la influencia de Musk entre sus bases, se puso a la defensiva y dijo que había llegado el momento de dejar de hablar del pederasta, pues “no le importa a nadie”, abandonando definitivamente la idea de hacer públicos todos los, algo que la derecha, incluido su vicepresidente J.D. Vance, lleva años reclamando.
El caso Epstein ya es el mayor escándalo de la década en política de Trump. “Se ha distanciado de la base MAGA”, dijo el congresista republicano Thomas Massie, uno de los firmantes de la petición que busca forzar al departamento de Justicia a publicar todos los documentos del caso Epstein. No solo ha alienado a una parte relevante de sus votantes, también a algunos de sus mayores aliados en el Congreso. Entre ellos, Marjorie Taylor Greene: “Publicar los archivos de Epstein es lo más fácil del mundo, es lo más sensato. Gastar esfuerzo intentando detenerlo… simplemente no tiene sentido para mí”, dijo.
Trump respondió como mejor sabe, invalidándola: “No sé qué le pasó a Marjorie. Creo que ha perdido el norte”. El viernes, dijo que iba a retirar su apoyo a la congresista, pues “se ha ido a la extrema izquierda”, y la acusó, tanto a ella como a Massie, de ser “republicanos solo en el nombre”, desterrándolos de su movimiento político.


