A veces, en plena oscuridad, saltan inesperados destellos de luz. En un momento en que el mundo parece adentrarse en una etapa sombría, ahogado por los mensajes negativos difundidos hasta el hartazgo por las redes sociales, cuyos algoritmos –nada inocentes– incitan al desasosiego, el rencor, la rabia y el odio, donde las voces que se imponen son las de las fuerzas extremistas y los bots de potencias desestabilizadoras, y donde la mentira se impone a la verdad, dos elecciones políticas en los Países Bajos y Estados Unidos han venido a reivindicar las ideas de esperanza y optimismo.
No se trata del entusiasmo ingenuo que niega las dificultades y la complejidad de la realidad, que cree que todo saldrá bien solo por el hecho de desearlo, sino de una confianza comprometida con el trabajo en común para mejorar las cosas. Lo expuso de forma magistral ya hace un siglo el teórico marxista Antonio Gramsci, uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano (PCI), cuando propuso partir de un examen lúcido de la realidad –el “pesimismo de la inteligencia”– para actuar con el “optimismo de la voluntad”.
El líder del partido centrista neerlandés D66, Rob Jetten, la noche del 29 de octubre
El neerlandés Rob Jetten, de 38 años, y el estadounidense Zohran Mamdani, de 34, ganadores –respectivamente– de las elecciones legislativas del 29 de octubre en los Países Bajos y las locales de Nueva York del 4 de noviembre, más allá de pertenecer a la misma generación, tienen pocas cosas en común. Sus orígenes y trayectorias son diferentes. Pero ambos han sabido inyectar en el debate político un mensaje positivo, a contracorriente del discurso hegemónico, y lograr la victoria haciendo bandera del optimismo. El neerlandés recuperó el Yes, we can de Barack Obama con el lema Het kan wél (Es posible), mientras el norteamericano prometía el inicio de una “nueva era”.
Rob Jetten nació en la provincia de Brabante del Norte en el seno de una familia de clase media, estudió Administración Pública e inició una carrera política que le llevó a ser viceprimer ministro con Mark Rutte. Abiertamente gay –su historia de amor con el jugador de hockey hierba argentino Nicolás Keenan ha jugado también su papel durante la campaña–, se declara liberal progresista y desde el 2023 es el líder del partido centrista D66 (su antecesora, Sigrid Kaag, se retiró de la política a causa de la campañas de “odio, intimidación y amenazas” a su familia). Contra todo pronóstico, la candidatura de Jetten sobrepasó por unos miles de votos a la del ultraderechista Geert Wilders del Partido de la Libertad (PVV) y a él le corresponde la iniciativa de intentar formar una coalición de gobierno, lo cual no será fácil dada la fragmentación del Parlamento.
El alcalde electo de Nueva York, Zohran Mamdani, tras ganar la elección el 4 de noviembre
El nuevo alcalde de Nueva York es una rara avis en la clase política norteamericana. Nacido en Uganda, en el seno de una familia de clase acomodada de origen indio, y de confesión musulmana, Zohran Mamdani se declara socialista –pertenece por tanto al ala más radical del Partido Demócrata de EE.UU.–, lo que lo asimila a un socialdemócrata europeo. El hoy alcalde tenía siete años cuando llegó a Estados Unidos, país del que en 2018 adquirió la nacionalidad. Licenciado en Estudios Africanos, inició su carrera política como activista hasta acabar siendo elegido miembro de la Asamblea Estatal de Nueva York. En las elecciones municipales se impuso de forma contundente al exgobernador demócrata Andrew Cuomo.
Jetten y Mamdani han sabido conectar especialmente con el electorado joven, no sólo manteniendo una presencia activa en las redes sociales –las que los jóvenes utilizan preferentemente para informarse–, sino atacando el mayor problema al que se enfrenta la juventud de hoy en los países desarrollados: la escasez y encarecimiento de la vivienda. El neerlandés ha propuesto edificar diez nuevas ciudades para combatir el déficit residencial, mientras el estadounidense ha prometido la congelación de los alquileres protegidos y el consejo municipal de la ciudad ha aprobado esta semana reconvertir terrenos en Queens para edificar 15.000 nuevos apartamentos.
Ambos también han moderado algunas de sus aristas. Mamdani ha suavizado algunas de sus posiciones más izquierdistas mientras Jetten ha adoptado una postura más estricta –aunque “humana”– en materia de inmigración.
Hace una semana, en estas páginas, Lola García citaba al sociólogo Giuliano da Empoli –autor de Los ingenieros del caos , un ensayo sobre los propagandistas de los nuevos populismos– para subrayar que los mensajes negativos y alarmistas no bastan para movilizar al electorado contra el ascenso de la extrema derecha y defendía que “el paso de lo negativo a lo positivo es necesario para generar un deseo real de cambio”. Lo positivo ha ganado en los Países Bajos y Nueva York.
En los años treinta, en pleno auge de los movimientos fascistas en Europa, los socialdemócratas suecos se propusieron combatirlos con un proyecto optimista de solidaridad, el Folkhemmet (Hogar del pueblo), que aunaba un programa de asistencia social con una visión moral y política inclusiva, e invitaba a los trabajadores a no sentirse tanto víctimas como actores activos en la construcción de una sociedad más justa. Lo recordaba recientemente Claes-Mikael Ståhl, secretario general adjunto de la Confederación Europea de Sindicatos, en una artículo publicado en International Politics and Society (IPS). Su mensaje era diáfano: “La esperanza no es un optimismo ingenuo, es una decisión política”. Hoy como ayer.

