Ni cordón sanitario, ni cortafuegos, ni línea roja, ni nada de nada. La frontera política que históricamente había separado a la derecha europea de raíz democristiana de la extrema derecha quedó rota definitivamente este jueves en el Parlamento Europeo, cuando por primera vez el Partido Popular Europeo (PPE) sacó adelante una iniciativa legislativa con los votos de los ultras y en contra de sus aliados en la Eurocámara -socialistas, liberales y, ocasionalmente, verdes-. El PPE, comandado por el socialcristiano alemán Manfred Weber, ya había protagonizado un acercamiento declarado al grupo de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, los Conservadores y Reformistas Europeos (CRE), exponentes de una ultraderecha supuestamente más moderada y frecuentable. Pero esta vez fue más allá y sumó una nueva mayoría con el apoyo de los Patriots de Marine Le Pen, Viktor Orbán y Santiago Abascal.
El resultado de las elecciones del 2024 ofreció al PPE la oportunidad inédita de aplicar en el Parlamento Europeo una política de geometría variable en materia de pactos para sacar adelante sus propuestas. Partiendo de la mayoría histórica con socialistas y liberales, podía en un momento dado desembarazarse de las exigencias de sus aliados y buscar apoyo más a la derecha para determinadas cuestiones. Hasta ahora lo había probado con resoluciones o declaraciones inocuas, sin trascendencia jurídica. Esta semana, sin embargo, ha traspasado la línea y lo ha hecho por primera vez con un texto legislativo, elevando al máximo la tensión interna de la mayoría europeísta que sostuvo la reelección de Ursula von der Leyen al frente de la Comisión Europea.
El objeto de divergencia era la propuesta de la Comisión Europea para aligerar y simplificar las cargas burocráticas a las empresas europeas -con el fin de reforzar su competitividad-, lo que entre otras cosas afecta a determinadas obligaciones en materia medioambiental aprobadas en 2024. El Parlamento Europeo apoyó suprimir algunas de estas constricciones y limitar el número de empresas afectadas (aumentando el umbral mínimo de trabajadores): la propuesta fue aprobada por 382 votos -derecha y extrema derecha mezcladas- contra 249 y 13 abstenciones. Para los aliados europeístas del PPE fue como una traición.
“Esto no es más que el principio”, se jacta el líder de Patriots, el francés Jordan Bardella
El eurodiputado socialdemócrata alemán René Repasi habló de “un día negro para la democracia europea” y los verdes de “error histórico”, mientras -por contraste- el líder del grupo Patriotas por Europa, el francés Jordan Bardella (del Reagrupamiento Nacional), se felicitaba abiertamente. “Esto no es más que el principio”, vaticinó.
El pasado mes de abril en Valencia, en el congreso del PPE en el que fue reelegido presidente, Manfred Weber hizo profesión de fe centrista, atacó a los extremismos y -salvando de la quema a los ultraconservadores que se declaran más o menos europeístas, como Meloni- puso como línea roja no pactar con la extrema derecha más ultramontana y antieuropeísta. De hecho, avaló el cordón sanitario aplicado a los ultras del FPÖ en Austria. Siete meses después, sus votos no parecen molestarle en absoluto.
Lo sucedido esta semana en la sede parlamentaria de Bruselas -no en el hemiciclo de Estrasburgo- se enmarca en un movimiento más amplio. Cada vez más, y con menos disimulo, las derechas europeas plantean la posibilidad de pactar con la extrema derecha, una corriente que ha alcanzado a dos países, como Alemania y Francia, que hasta no hace tanto tiempo parecían inasequibles a la tentación. El PP español, que había sido señalado como una oveja negra por pactar a nivel regional con una fuerza de extrema derecha como Vox, va camino de parecer un pionero…
Manifestación de protesta, el pasado octubre, frente a la sede de la CDU alemana por unas polémicas declaraciones del canciller Friedrich Merz sobre la inmigración extranjera
En Alemania, el canciller y líder de la CDU, Friedrich Merz, mantiene formalmente su oposición a pactar con Alternativa para Alemania (AfD), que -más radical que los ultras franceses o españoles- tiene inquietantes resabios neonazis. Pero entre los democristianos germanos hay quienes empiezan a abogar por relajar el cordón sanitario (Brandmauer o cortafuegos, como se conoce allí) y pactar ocasionalmente con ellos. La prensa alemana destaca entre otros a Peter Tauber, secretario general del partido en la época de Angela Merkel, la presidenta del Bundestag, Julia Klöckner, o el jefe del grupo parlamentario de la CDU-CSU, Jens Spahn.
En Francia, el movimiento es anterior y mucho más diáfano. El acercamiento ideológico de los herederos del gaullismo hacia las posiciones de la extrema derecha empezó con Nicolas Sarkozy, quien ya rompió un primer tabú y se negó a avalar frentes republicanos en las segundas vueltas de las elecciones para frenar a los ultras. Pero el proceso se ha acelerado en el último año y medio. El anterior presidente de Los Republicanos, Eric Ciotti, encabezó en las elecciones anticipadas del 2024 una escisión para presentarse en coalición con el Reagrupamiento Nacional (RN) de Le Pen y Bardella, lo que le valió la expulsión del partido. Pero el actual, Bruno Retailleau, no está situado mucho más al centro y coquetea con la idea de una “unión de las derechas”.
El cordón sanitario se rompió definitivamente en Francia el pasado 30 de octubre, cuando la Asamblea Nacional aprobó por primera vez, por 185 contra 184 votos, una propuesta de resolución del RN (en este caso no vinculante, instando al Gobierno a denunciar el acuerdo firmado en 1968 con Argelia sobre el trato preferente a sus nacionales en materia de extranjería). La mitad de los parlamentarios de Los Republicanos y algunos del ala derecha del macronismo votaron a favor.
Lo más curioso de esta tendencia favorable a la confluencia de las derechas es que va creciendo a pesar de que todas las señales conocidas muestran que resulta letal para los conservadores. En Francia, la derecha gaullista, que dio cuatro presidentes a la V República (además del propio general De Gaulle: Pompidou, Chirac y Sarkozy), es hoy la cuarta fuerza política francesa, mientras que el otrora proscrito partido de Le Pen es la primera en votos y le triplica en número de diputados. Se los han comido. Como sucedió en Italia, donde la derecha populista de Silvio Berlusconi -que se hizo en los años noventa con el fondo de comercio de la antigua Democracia Cristiana- quedó laminada por el posfascista Hermanos de Italia de Giorgia Meloni, que hoy gobierna con una envidiada estabilidad.
En Alemania, donde el acercamiento a las tesis ultras -sobre todo, en materia de inmigración- ha sido más tardía, la situación no ha llegado todavía a ese punto, pero poco le falta. Los últimos sondeos colocan a AfD como primera fuerza con una expectativa de voto del 26%, un punto por encima de la CDU (25%), por lo que el sorpasso estaría a punto de producirse. En España, el PP todavía está muy por encima de Vox -que experimenta un claro ascenso-, pero le está cediendo peligrosamente la hegemonía ideológica. Si sigue así, solo es cuestión de tiempo.
· No habrá 'guerra civil'. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha cedido en algunos de sus planteamientos sobre el nuevo marco financiero plurianual con el objetivo de sofocar la rebelión de sus propias filas. Recordemos que la creación de nuevos fondos nacionales para reagrupar los programas ya existentes -desde el Fondo de Cohesión a la Política Agraria Común (PAC)- había generado un rechazo frontal de los grupos de la mayoría, desde los socialdemócratas a los verdes, pasando por los liberales y los propios populares. Para salvar la amenaza, la jefa del Ejecutivo comunitario ha contrapropuesto reservar al menos un 10% de los fondos que recibirán los Estados a la agricultura y garantizar la participación de las regiones en la preparación, implementación y evaluación de los planes. El gesto fue agradecido pero no convenció a socialistas, verdes y liberales, que instaron a Von der Leyen a seguir negociando, pero sí a su correligionario, el líder del PPE, Manfred Weber, con lo que el conato de guerra civil ha sido sofocado.
· Escudo contra la desinformación. La Comisión ha preparado una estrategia para combatir la desinformación y las injerencias extranjeras -fundamentalmente rusas- que pretenden influir y adulterar los procesos democráticos en Europa en el marco de la guerra híbrida. Una de las propuestas de Bruselas es crear un Centro Europeo para la Resiliencia Democrática, que sirva para compartir información y desarrollar capacidades conjuntas para contrarrestar los intentos de manipulación. También propone crear una red de influencers para concienciar sobre la desinformación y elaborar una guía sobre el potencial uso e impacto de la Inteligencia Artificial en campañas electorales. Hace un año, el Tribunal constitucional de Rumanía anuló las elecciones presidenciales -que ganó un candidato ultraderechista y prorruso- a causa de las injerencias rusas en la campaña. Los comicios se repitieron el pasado mes de mayo.
· Cacería humana. De forma semejante a la ficción del Juego del Calamar, donde ricos potentados pagaban sumas millonarias por ver el asesinato de decenas de personas en un juego siniestro, hombres adinerados de la alta sociedad italiana habrían pagado a principios de los años 90 por participar en el asesinato de ciudadanos bosnios durante el sitio de Sarajevo como francotiradores aficionados en una auténtica cacería humana. La Fiscalía de Milán ha abierto una investigación sobre esta práctica a raíz de una denuncia presentada el periodista Ezio Gavezzani, que tuvo conocimiento de los hechos durante la elaboración de un reportaje. Los participantes en estos macabros safaris, que llegaban a las colinas que rodeaban la capital bosnia de la mano de las milicias serbias del criminal de guerra Radovan Karadzic, no eran solo italianos, sino que provenían de diferentes países europeos, entre ellos España.


