La escena ocurre en Hamlet, muy tarde por la noche en las murallas del castillo, al poco tiempo de aparecerse el fantasma del padre del protagonista. Marcelo (un oficial de la guardia del Palacio) le comenta a Horacio (un amigo del príncipe) que “algo está podrido en Dinamarca”. Lo mismo piensan con toda seguridad los refugiados, solicitantes de asilo e inmigrantes que son víctimas de la durísima política de integración de la primera ministra de Dinamarca, la socialdemócrata de Mette Frederiksen. Pero a cada vez más gobiernos europeos su falta de compasión y humanidad les huele a rosas, la fórmula ideal –o la única– para combatir a la extrema derecha.
Es el caso de los laboristas británicos, que acaban de presentar un plan de inmigración inspirado en el modelo danés con el propósito evidente de desincentivar todo lo posible el asentamiento de indocumentados (y también legales) que huyen de la violencia y la guerra en sus países de origen, totalmente opuesto a la tradición de brazos abiertos del Reino Unido. Pero los tiempos han cambiado, y el primer ministro Keir Starnmer considera que es tal vez el último cartucho que le queda para impedir la entrega de las llaves del 10 de Downing Street al populista xenófobo Nigel Farage. “Hay en juego fuerzas muy oscuras”, declaró a los Comunes la ministra de Interior, Shabana Mahmood.
Contexto político adverso
Inspirado en el modelo danés, el plan refleja la desesperación de Starmer ante el ascenso de la ultraderecha
El plan es una muestra de la desesperación del Labour, hundido en los sondeos a pesar de su mayoría absoluta en el Parlamento, impotente ante el avance inexorable de la ultraderecha. Llegó al poder rechazando la iniciativa conservadora de enviar a los inmigrantes ilegales a Uganda, y ha acabado adoptando una política mucho más dura, que contempla incluso la confiscación de las cuentas corrientes, las joyas, los coches (si los tienen) y las bicicletas de los recién llegados para compensar el coste de tramitar sus papeles, albergarlos en hoteles o pisos y proporcionarles atención médica. Los grupos pro derechos humanos se han llevado las manos a la cabeza. ¿Es eso un Gobierno supuestamente progresista?
Mahmood (por alguna razón, tanto el anterior Gobierno conservador como el actual nombran para Interior a mujeres de origen indio o paquistaní a fin de que implementen sus iniciativas migratorias, como si eso les diera mayor credibilidad) ha expuesto al Parlamento los principales puntos del plan, que ampliará hasta veinte años el plazo para obtener la residencia permanente (ahora es de cinco), hará que el estatus de los solicitantes de asilo se revise cada treinta meses (creando una inestabilidad y angustia constante), se devuelve a casa a los que han llegado de países donde se decida que la situación ha mejorado y sus vidas ya no corren peligro, se restringirá enormemente el derecho de reunificación familiar, y se instruirá a los jueces para que hagan una interpretación mucho más estricta de la Convención Europea de Derechos Humanos, primando las consideraciones de “seguridad de las fronteras” sobre el bienestar personal de los refugiados y su deseo de traer hijos y cónyuges al país. Un cóctel demoledor.
Adiós al derecho de reunificación
El Estado se reserva el derecho a romper las familias y deportar a sus países de origen a los padres de niños en edad escolar
El plan se ha encontrado con la oposición con el sector más progresista del Labour y de los diputados que ven amenazados sus escaños por la izquierda (verdes, liberales demócratas, independientes pro Gaza), que han denunciando su incoherencia, al hacer imposible la estabilidad e integración de los inmigrantes, abriendo las puertas a la ruptura de familias, deportando a su país, por ejemplo, a padres ucranianos con hijos en edad escolar que han llegado de pequeños al Reino Unido, si se considera que las condiciones en la región de la que provienen han mejorado y sus vidas ya no corren peligro.
El Gobierno laborista elimina asimismo el derecho automático de los solicitantes de asilo a un alojamiento y un pequeño estipendio semanal para que no se mueran de hambre, reduce las actuales posibilidades de apelación a una sola, y condiciona la concesión eventual de la residencia permanente (al cabo de entre diez y veinte años según si han llegado legal o ilegalmente) a su contribución voluntaria a la comunidad y dominio del inglés. A que sepan interpretar, por ejemplo, lo que quiere decir Shakespeare cuando Marcelo dice a Horacio que algo está podrido en Dinamarca.
Londres utilizará la inteligencia artificial para intentar adivinar la edad de los refugiados (que con frecuencia llegan sin documentación alguna) y decidir si son menores o mayores de edad. Y ha amenazado a Namibia, la República Democrática del Congo y Angola con suspender la concesión de visados a sus nacionales si no acepta la devolución de ilegales acusados de cometer delitos en Gran Bretaña.
La estrategia de Starmer consiste una vez más en hacer suyos los postulados de la extrema derecha en materia de inmigración, y decir que es la única manera de evitar que alcance el poder (aunque los votantes suelen preferir el producto original al sucedáneo). Los conservadores sólo critican que el plan “es imposible de implementar y será frenado por jueces y abogados”. Al progresismo se la han puesto los pelos de punta, y en general algo huele a podrido, no sólo en Dinamarca sino también en el Reino Unido.

