‘Música en la oscuridad’
De niño, Iturbe leía a Vázquez Figueroa y a Forsyth y escribía a escondidas bajo la mesa del comedor en la Barceloneta. Sus novelas son hoy una pulcra relojería de tramas y emociones. Con el éxito internacional de La bibliotecaria de Auschwitz. Ahora, en Música en la oscuridad (Seix Barral), homenajea a Mariano Lozano –sastre y clarinetista– y a su discípulo Jerónimo –abuelo de Iturbe–, que aprendió a tocar el saxofón en el Aragón rural de los años treinta. Es una historia divertida y triste a la vez, un canto al empeño por embellecer con arte y belleza la lucha por la supervivencia: estas páginas suenan a verdad y a música de pueblo llano, como una frase que le decía su abuelo Jerónimo: “No tengo enemigos porque no tengo amigos”. Con esta novela, el abuelo ganará amigos eternos.
¿Dónde está Casetas?
Es un barrio de Zaragoza. Era en 1930 un paupérrimo núcleo rural.
“Casas bajas, calles cortas, campos anchos, viento malo”.
Así lo describo en mi novela Música en la osuridad.
¿Qué pasó en 1930?
Llegó un sastre, Mariano Lozano Selma, casado, que tendría una hija, Marina. La conocí y me dijo: “Cuando mi padre tocaba el clarinete, la gente lloraba”.
¿Sastre y clarinetista?
Y socialista. Era un racionalista defensor de la ciencia en un mundo de supersticiosos. Y se empeñó en dirigir una banda de música en Casetas.
¿Había allí músicos?
¡Ni uno! Solo labradores, jornaleros, campesinos analfabetos. Pero Mariano se empeñó en formar una banda.
¿Un maño tenaz?
¡Mucho! Mariano logró que media docena de aldeanos asistieran a sus clases y aprendiesen a tocar instrumentos. El saxofón tenor, mi abuelo Jerónimo.
¿Su abuelo era uno de esos aldeanos?
Sí, el padre de mi madre. Yo nací allí, en Casetas. Siendo bebé nos vinimos con mis padres a la Barceloneta, mi lugar.
¿Conoció usted a su abuelo Jerónimo?
Sí. Y no contaba casi nada.
¿No tocaba el saxofón?
No. Sabíamos que lo tocó de joven. Un domingo vi brillar sus ojos ante la banda musical del quiosco circular del parque de la Ciutadella. Yo era niño, de su mano.
¿Qué le movió a escribir sobre él?
Mi abuelo murió. Y quise entender: ¿cómo un campesino rudo se inició en un instrumento tan refinado? ¿Cómo de sus dedos encallecidos brotó la delicadeza?
¿Y qué ha descubierto?
Que tocar el saxofón es complicadísimo. Tomé clases. ¡Y no se trata de soplar!
¿De qué se trata?
De hacer vibrar la lengüeta de su boquilla de madera: ahí reside la música del instrumento. El saxofón no es instrumento de metal, es de viento en la caña del bambú.
¿Por qué su abuelo se metió a tocar?
Porque pasaba hambre... y tocar por los pueblos suponía ser invitado a comer.
Buen aliciente.
Un día sacaron un manjar excepcional: ¡costillas de cordero! Jerónimo se comió una, tomó otra y mientras la roía cayó en su error: había solo una para cada uno.
¿Se le atragantó?
¡Lo recordaba medio siglo después!
¿Y por qué dejó de tocar el saxofón?
Al llegar los nacionales, la banda fue militarizada: tuvo que tocar varias veces el Cara al sol contra su voluntad y al acabar esa humillación se alejó del saxofón.
Se entiende.
Sí. En la novela encaro a Mariano, racionalista, que decía que “la música es ciencia”, con una curandera, bruja de la que él no cree nada, pero que le hará pensar.
¿Qué pensará?
Que la música es ciencia, pero es también magia: ni se ve ni se toca, ni se pesa ni se mide, pero conmueve corazones, levanta pasiones, moviliza a las personas.
Pues es verdad.
Y también lo es que ni la razón ni la superstición –ni la ciencia ni la magia– supieron evitar el espanto de la Guerra Civil.
¿Mariano Lozano abandonó también la música?
Mariano, socialista, fue elegido alcalde de Casetas en febrero de 1936.
Ay.
Sí: el 1 de agosto, un grupo de falangistas fue a buscar a Mariano Lozano a su casa.
La casa del sastre...
La casa en la quedó mi abuelo aprendió a tocar el saxofón. Y se lo llevaron de allí.
¿Qué hicieron con Mariano?
Le metieron en la cárcel de Torrero, Zaragoza. El 27 de septiembre le fusilaron.
La guerra arramblaba con el arte y con la música.
En principio, sí. Pero quizá no del todo.
¿Por qué no?
Porque hoy existe una calle en Casetas que se llama Mariano Lozano.
Pues que no se enteren algunos que borraron de una placa a Paco Rabal...
Y encima hoy Casetas es un barrio muy musical. Aquella energía humanista dejó huella, ¡seguro! De allí han salido durante la democracia músicos de grupos como Barón Rojo o Pedro Botero, músicos del entorno de Enrique Bunbury...
Es bonito pensar que la energía del pobre Mariano perdura de algún modo.
Yo quiero creer que algo de todo lo que hacemos deja huella, queda. En Casetas, la biblioteca pública es... una biblioteca-rockoteca. Y yo, que no conocí a Mariano Lozano, le he convertido en una de las personas más importantes de mi vida.