Donna Hicks,mediadora de conflictos para la ONU en Colombia, Palestina...:

“Sin reconocer la dignidad del otro nunca se logra paz duradera”

De niña ya mediaba entre mis padres cuando discutían. Nací en un pueblo del estado de Nueva York donde me llamaban para mediar en las riñas. Me doctoré en Harvard demostrando que el reconocimiento de la dignidad es la esencia de la resolución de conflictos. Diserto en la Semana de la Sostenibilidad de Esade. (Foto: Llibert Teixidó)

¿Dónde ha conseguido usted acuerdos?

Oriente Medio, Sri Lanka, Colombia –allí aprendí mucho–, Irlanda del Norte, Cuba, Libia, Sudáfrica, con mi mentor, Desmond Tutu...

¿Ha mediado siempre desde Harvard?

Desde el Programa de Mediación de Conflictos de Harvard, donde me doctoré en Políticas. Pero donde de verdad empecé a mediar fue en mi propia casa de niña.

¿Sus padres discutían?

Todo el día cada día. Mi madre era una inmigrante polaca y mi padre un auténtico empresario wasp : blanco anglosajón, protestante, y así aprendí algo...

¿No casarse con alguien tan diferente?

El problema no es la diferencia sino que te empeñes en no aceptarla y respetarla. Creemos que en un acuerdo de paz, y la convivencia en un hogar es el primero, todo consiste en condiciones concretas: horarios, dineros, obligaciones, derechos...

Eso es lo que se suele pactar.

Pero lo que se debe pactar para empezar es la dignidad. Sin reconocer la dignidad del otro, y eso empieza por escucharle, no hay paz duradera. Todo acuerdo empieza así.

Pues suele negociarse dinero y poder.

Desmond Tutu nos enseñó que no había negociación posible si no se empezaba por reconocer al otro y su sufrimiento si lo ha habido. Por eso estoy orgullosa de haber conseguido que el proceso de paz de Colombia empezara por escuchar ese sufrimiento...

¿Qué pasó?

Lo mismo que he visto en todos los confictos: las personas que han sufrido maltrato e injusticia ellos y sus padres cuando les dejas contarlo...¡estallan!

¿Venganza?

Solo están diciendo: soy una persona como tú. Merezco que me escuches.

¿De verdad espera que también escuche la víctima maltratada o esclavizada?

Todo acuerdo de pacificación empieza por escuchar al otro. Usted es periodista y sabe del poder de las historias...

Cuenta un cuento y verás qué contento.

...El ser humano lo es porque se explica el mundo y a sí mismo con narrativas. Y la víctima quiere ser escuchada. Por eso, lo primero es que todos en una mesa de negociación acepten una regla de oro: solo hablarán cuando les toque hacerlo, y antes escucharán. Entonces podrán intercambiar sus historias y al hacerlo gestionarán el odio.

¿Y hablarán entonces de negociar poder, dinero, territorio y recursos?

Con odio no se puede pactar nada. Entonces podrán empezar a negociar tal vez.

¿Dónde lo ha experimentado?

En Colombia, Irlanda, Sri Lanka, entre turcos y armenios, en Libia... Siempre escuchar al otro antes de contarle al otro. Recuerdo que entrenamos a la policía libia tras la muerte de Gadafi...

La guerra libia fue un matadero infame.

Cuando les estábamos dando un curso sobre el trato al ciudadano irrumpieron en la academia un grupo de expresos de Gadafi, que habían estado 35 años en sus cárceles.

Merecían ser escuchados.

Eran una veintena y los cadetes les reconocieron y les escucharon boquiabiertos y lloraron juntos. Estoy segura de que esa experiencia cambió sus vidas y les formó como policías y como personas.

Pero Gadafi ya estaba muerto y el poder ya era de otros.

Pero nosotros los mediadores tenemos otro poder. Si quiere, llámele soft power, un poder suave, sí; pero persistente en el tiempo y en la profundidad con que mejora al ser humano que ha sufrido y que tal vez por eso hizo sufrir...

¿La fuerza no es más convincente?

El poder está en lograr coaliciones transversales por muy débiles que sean al prin­cipio entre bandos que parecen irreconciliables, pero siempre hay un resquicio para intentarlas...

¿Con quién? ¿Cómo?

Periodistas, por ejemplo...

¿Ve a periodistas palestinos dialogando entre ruinas en Gaza con otros israelíes?

Eso es lo que hicimos exactamente. Buscamos expolíticos, periodistas, intelectuales: gente inteligente e influyente en apariencia solo fieles a su bando, pero capaces de escuchar al otro. En ellos reside la esperanza del diálogo. Y así logramos allanar el camino en los 90 para los acuerdos de Oslo, que fueron un progreso.

Ahora mismo muy lejano.

Pero el método para la paz sigue siendo el mismo: buscar a quienes son capaces de escuchar más allá del odio y que hablen.

Pues ánimo en Ucrania y en Palestina.

No solo. También hemos ensayado nuestro método en barrios conflictivos de EE.UU. y en la empresa hay una doctrina que sigue demostrando que es tan importante compensar el esfuerzo con dinero como con reconocimiento de quien lo hace.

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