Cuando el fin no es el final
Maneja una maquina más propia de la ciencia ficción que de la realidad, que permite que un paciente puede estar despierto, hablando, comunicándose, incluso caminando, sin respirar o sin que su corazón lata; situaciones que al doctor Riera le llevan a plantearse muchas cosas que cuenta en Reanimación extracorpórea (Destino), junto a historias de pacientes que rozan lo imposible. “Me asusta que la irreversibilidad, clave para declarar la muerte, ya no depende solo del cuerpo, sino también de las posibilidades técnicas, del juicio clínico, de la bioética; por ejemplo, pacientes críticamente enfermos cuya vida depende del ECMO, pero sin posibilidad de superar la enfermedad, ¿qué hacer? También invita a imaginar el impacto social. Pero ellos van salvando vidas, el programa ECMO de la Vall d’Hebron ha asistido más de 630 casos.
¿Qué es la ECMO?
Son las siglas de “oxigenación por membrana extracorpórea”.
¿Una máquina que puede sustituir a los pulmones?
Sí, pero también las funciones del corazón. Se utiliza fuera del cuerpo del paciente, de ahí lo de “extracorpórea”. Su función principal es oxigenar la sangre y moverla, cuando los órganos ya no pueden.
¿Puede devolver la vida?
Sí. Por ejemplo en paradas cardíacas, si actúas rápido, puedes revertir el proceso. La resucitación extracorpórea es puramente científica, aunque el nombre parezca sacado de la ciencia ficción.
Audrey Mash (‘La Contra’, 5 de diciembre del 2019) llegó a ustedes sin latido....
Con el corazón parado desde hacía más de 6 horas. Fue un caso extraordinario. El corazón se detuvo en la montaña por hipotermia extrema, lo que, paradójicamente, la salvó: el frío protegió su cerebro.
¿Y qué hizo la ECMO?
Mantener la perfusión de sus órganos hasta que su corazón volvió a latir, aunque de forma muy débil. Con la ECMO, el cuerpo funcionaba como si no hubiera pasado nada.
¿Y la persona está consciente?
Incluso puedes hablar con pacientes cuyo corazón está parado. Tenemos pacientes conscientes, sin respiración efectiva ni latido propio, que caminan por la unidad. La ECMO hace todo el trabajo. Esto cambia nuestra manera de entender la muerte.
Asusta un poco.
Hoy sabemos que la muerte no es un interruptor que se apaga, sino un proceso. Y en ese proceso, la ECMO puede intervenir para revertirlo.
¿Cuál ha sido el caso más impactante?
Aparte del de Audrey, recuerdo el caso de un testigo de Jehová. La ECMO conlleva riesgo de sangrado y, normalmente, requiere transfusiones.
Eso a los testigos de Jehová no les va.
Respetamos su voluntad de no recibir sangre. Tuvimos que adaptar todo el protocolo para no desperdiciar ni una gota. Fue un éxito. Demostró que incluso ante enormes restricciones, podemos salvar vidas.
¿Se le coge cariño a los pacientes?
El vínculo es intensísimo. Establecemos lazos muy fuertes. Hay pacientes despiertos, jugando a la Play, viendo la tele... pero sus pulmones están muertos. Su vida depende totalmente de una máquina. Si se pinza un tubo, mueren. En esos casos, cuando no hay solución, debemos desconectarlos. Hay que explicarles que van a morir.
¿Y lo aceptan?
Con una dignidad que conmueve. Nos dan lecciones de humanidad. Piden tiempo para despedirse de la familia y aceptan su destino. Es devastador, pero también esperanzador. Lo más difícil es cuando el paciente no quiere morir.
¿Se le han rebelado contra la desconexión?
No directamente, pero puede pasar. En ese caso, consultaríamos al comité ético. Respetamos siempre la voluntad del paciente, pero también hay justicia sanitaria: no puedes ocupar indefinidamente una cama de la uci. Hay decisiones muy duras.
¿La ECMO entrelaza lo clínico y lo existencial?
Sin duda. No es solo ciencia. Nos obliga a preguntarnos qué es vivir. Estás ahí, sin pulmones, sin corazón, pero consciente, jugando con tu nieto. Es ciencia, y también filosofía.
¿Ha puesto en cuestión sus certezas?
Todas. La medicina trabaja con probabilidades, no certezas. La ECMO me ha enseñado que lo imposible es posible.
Usted prácticamente vive en la uci.
Es un territorio de oportunidades. La gente piensa que es la antesala de la muerte, pero es lo contrario. Allí salvamos vidas. Pero hay que ser muy delicado: tratamos con personas en el peor momento de su vida.
¿Se entrelaza su vida personal y profesional?
Completamente. Me llevo a los pacientes a casa. Mi familia lo sabe. Pienso en ellos, me preocupan. Es inevitable.
¿Va en decadencia el humanismo médico?
Estamos en riesgo. La tecnología, el big data , la inteligencia artificial..., todo eso es útil, pero, si olvidamos el aspecto humano, estamos perdidos. La medicina es ciencia, pero también compasión y acompañamiento.
¿Hay dilemas éticos que le quiten el sueño?
Muchos. El principal: cuándo desconectar. También si aplicar un tratamiento que tiene solo un 20% de éxito. Pero si el 0% es la alternativa, el 20% es mucho. Hay que luchar por cada vida.
¿Límites que le preocupen en el futuro?
La posibilidad de que olvidemos la parte humana. Que prioricemos la tecnología sin pensar en la persona. Eso me da miedo. Por eso debemos formar médicos con cabeza... y con corazón.