Sergi Unanue,periodista y aventurero:

“Debes confiar en tu instinto, me ha salvado de situaciones extremas”

Tengo 32 años. Nací en Barcelona y vivo en Madrid con mi pareja. He creado un proyecto en redes que se llama ‘Los viajes de Walliber’, y tengo una agencia de viajes de autor a lugares remotos desde hace muy poco. Viendo mundo, sé que el cambio climático es una realidad. No tengo creencias, pero estoy abierto. (Foto: Miquel González / Shooting)

¿Por qué se convirtió en nómada?

Yo era muy feliz, trabajaba en Betevé y me gustaba, pero cuando más feliz me sentía era viajando, así que a los 24 años lo dejé todo.

Valiente.

Debía decidir entre una vida estable y convencional o intentar algo diferente: viajar sin aviones, sin fecha de vuelta y gastando 10 euros al día. Con ese presupuesto pude comprar caballos y hasta una moto.

¿Adónde fue?

Salí de casa en autostop, llegué a Rusia y cogí el Transiberiano, uno de mis sueños de niño, Pero cuando llegué a Siberia me di cuenta de que me gustaba más lo de hacer autostop porque me pasaban cosas más interesantes que en un vagón. De Siberia me fui a dedo hasta Mongolia, donde empezó mi primera gran aventura.

Lo del autostop ya es una aventura.

Estás expuesto, te pueden pasar muchas cosas y acabar en sitios que nunca imaginarías, yo en Siberia acabé en un solitario páramo. Lugar donde no había absolutamente nada.

¿Y qué hizo?

Encontré a una abuelita, le expliqué como pude que buscaba un lugar donde acampar y me llevó a un sitio precioso junto a un río. Al cabo de un rato volvió con comida, y después con un insecticida para los mosquitos.

Qué amable.

¡Pero es que volvió al anochecer con una taza de té calentito! Esas interacciones te sanan el alma. Hay mucha gente buena, son contadas las ocasiones en que me ha pasado algo malo. Me he encontrado con sonrisas, puertas abiertas y muchas ganas de compartir.

Decía que en Mongolia empezó su gran aventura.

Junto con Dani Benedicto, que conocí por Instagram, nos compramos unos caballos y viajamos durante semanas por la estepa conviviendo con familias mongolas.

¿No había visto nunca a su compañero?

No, pero todo fue bien. Llegamos al oeste del país, a Ölgiy, al festival del águila dorada, donde se reunen los jinetes cetreros kazajos. Vivimos una semana en una yurta con una familia y sus enormes águilas.

¿Sabía usted montar a caballo?

Apenas. No he parado de aprender. En Vietnam me compré una moto sin haber conducido nunca una. Llegué a los lugares más recónditos. Luego decidí cruzar desde Ciudad Ho Chi Minh hasta Tailandia, 700 km a pie, una manera de viajar que me encantó.

¿Por qué?

Cuanto más vulnerable estás, cuanto más expuesto, más cosas buenas te pasan porque despiertas empatía, y las personas te cuidan.

¿Viajaba solo?

Sí. Iba empujando un cochecito de bebé a
40 grados en un lugar por el que nunca ha pasado un extranjero. La gente se me acercaba: “¿Por qué tienes un bebé?”.

Todo esto con signos.

Sí, pero te entiendes. Yo les pedía silencio porque el bebé dormía, entonces levantaba la toalla, veían mi mochila y se ponían a reír y me invitaban a su casa, donde descubría manera y costumbres.

¿Alguna relevante?

Todas, pero en las zonas rurales de Camboya al invitado masculino le hacen compartir cama con el hombre de la familia porque no hay sitio más seguro que durmiendo con él. Dormí con muchos hombres.

¿Volvió a juntarse con Dani?

Sí. Para recorrer el Gran Camino del Himalaya, una ruta extrema de 1.700 km durante 99 días, que a menudo pasa de los 5.000 metros de altura, sin asistencia, ni experiencia previa, enfrentando aludes y desprendimientos.

Un desafío físico y mental enorme.

En una ocasión caí, y pensé en cómo mi muerte iba a afectar a la gente que quiero. Me sentí un egoísta y un estúpido, pero recuperé la mente fría y pude salir de ahí.

¿Qué ocurre con la amistad?

Hubo días en que llegué a aborrecer a Dani, pero también a odiarme a mí mismo, pero Dani era el mejor compañero posible y hoy es un hermano. Hicimos un buen tándem.

¿Qué le pasa a uno por la cabeza caminando y caminando en silencio?

Empecé a pensar en cosas de mi vida en las que nunca había pensado, en plantearme valores, proyectos. Pero al cabo de un mes y medio mi cabeza se había convertido en una prisión, me quedé en bucle, repitiendo.

¿Cómo salió de ahí?

Después de un tiempo mi cabeza se vació y se centró en el presente, algo para mí novedoso. Descubrí la paz. El cuerpo también tuvo que adaptarse: cogí el dengue antes de empezar, siete semanas hospitalizado y luego a caminar, y sufrí un edema cerebral a más de 5.000 metros, casi me quedo allí, pero me fortalecí.

¿Qué le regalaron las montañas?

La importancia de confiar en tu instinto, algo que me ha salvado en situaciones extremas. Ahora, si estoy acampando en un lugar y de repente siento algo que me dice “aquí no” recojo y me voy, no me llevo la contraria.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...