El sábado, ‘Col·lapse’
No hay que dejar cuentas pendientes: Jordi González me brindó mi primera colaboración televisiva en Vitamina N (Citytv, 2002-2004), y se lo agradezco. Habiéndole visto trabajar en vivo sé que triunfará en su debut en Col·lapse (este sábado: su retorno a TV3), pues nadie como Jordi González sabe cogerle el pulso a un plató y guiarlo hacia donde quiera. Como presentador celebra estos días 40 años ante las cámaras de televisión ( La palmera , 1985) y es ya uno de los clásicos del medio en España (como lo son Mercedes Milá, Jordi Hurtado, Julia Otero...: catalanes todos, por cierto). La solvencia de Jordi González se funda en un carisma sutil que expresa su grado máximo de atractivo cuando interpela al público de tú a tú, en el plató y en casa, ni desde arriba ni desde abajo, cara a cara.
Hace 25 años me dijo aquí: “Me voy a Australia”.
–¡Y me iba! Australia ve a los inmigrantes como una riqueza, y eso me enamora.
Pero no se fue.
Mi padre entró en diálisis, me quedé a su lado. Y fiché por Telecinco, en Madrid.
Ahora trabajaba en TVE...
A punto de volver a tener mi propio programa, pero... desaparecí del mapa la primera mitad de este año.
¿Por qué desapareció?
Pasaba días en Santa Marta, Colombia, y una bacteria casi me mata de neumonía.
¿Pudo morir?
Nueve semanas en la uci y un coma inducido. No vi luz blanca, pero he cambiado.
¿En qué?
“Me ha costado 40 años decir no cuando es no”, decía Gabo. A mí me ha costado 62 años y una uci: hoy ya no priorizo mi trabajo sino los afectos.
¿Un Jordi González más sentimental?
Mi madre guardó en una caja cuadernos colegiales míos, y yo jamás los miré. Los he mirado ahora... y ha sido bonito.
¿Qué le diría usted hoy a aquel niño?
Pierde la compostura un poco más. Los niños del cole me llamaban “Gon-gon-gon...”, porque yo era tartamudo.
Y luego su voz ¡ha sido su tesoro!
Tras la neumonía temí perderla, por la traqueotomía, pero me ha vuelto la voz.
¿Qué tres cualidades debe tener un buen presentador?
Prepárate lo que quieras contar. No digas “metrópolis”, di “ciudad”. Y habla a la cámara visualizando a quien te inspire cariño.
¿A quién visualiza usted?
A mi madre. Murió hace muchos años. Pero yo en la tele le hablo a ella, siempre.
¿Cómo se llamaba su madre?
Conchita. Era imaginativa. Yo también.
¿Qué enseñanza de su madre no olvida?
“No pretendas gustar a todo el mundo”.
¿Tiene algún ritual antes de saltar al plató?
Me cepillo los dientes.
Lo hará en Col·lapse este sábado...
Me emociona mucho volver a TV3, después de haber salido de ahí hace 25 años...
Creó Les 1.000 i una (1997-2000), que fue el primer late night de TV3.
Los jefes desconfiaban: “Los catalanes se acuestan temprano”, me decían. Hoy me estoy sintiendo muy querido aquí y respetado por la profesión. Ricard Ustrell apuesta fuerte por mí, y se lo agradezco.
¿De jubilación, nada?
Estaba ya encarándola..., pero ahora me ilusiona hacer esto.
¿Qué aportará usted a Col·lapse ?
Mi experiencia y mi entusiasmo. Y algún fichaje nuevo, que ya lo verá.
¿Está en forma tras su convalecencia?
Sí, aunque aún siento pereza de volver al gimnasio. Sí he vuelto a nadar.
¿Le cuidan? No ha formado usted una familia...
¡Sí la he formado! No de sangre, pero hecha con personas desde hace 40 años y otras hace dos meses...: mi familia.
¿Qué placeres frecuenta?
Devoro novelas negras (Jo Nesbø, Alana Portero, Freida McFadden...) y veo series en plataformas. Le recomiendo dos series noruegas: Un secreto real y Exit .
¿Y en la mesa?
Soy vegetariano los lunes... y los martes ya lo dejo. Mi plato favorito es el arroz, el arroz en todas sus elaboraciones.
¿Y su canción?
Always on my mind de Elvis: que suene en mi funeral.
Mire atrás: ¿cómo empezó en esto?
Mi vocación era ser maestro de escuela.
Anda.
Leía bien... y un verano me presenté a una plaza para locutar textos en Radio Barcelona. Tenía 17 años, no podían contratarme, y me fui a Ràdio Popular de Reus: allí me abrió la puerta Carles Francino...
Yo le recuerdo en La palmera , en TVE.
Tras algunos años de radio, debuté en televisión el 3 de octubre de 1985 con La palmera . Han pasado... ¡40 años!
¿Cuántas horas de televisión acumula?
No lo he calculado. Miles de horas, claro.
¿Qué le enorgullece más de su trabajo?
Un maratón de 25 horas seguidas de Moros y cristianos para apadrinar a niños de El Salvador, el 6 de diciembre de 1997.
¿Y el momento más triste?
Ir a un plató sin público de Supervivientes durante la pandemia. Me consolaba saber que eso entretenía a tanta gente en casa.
¿Tiene algún sueño pendiente?
Antes anhelaba visitar lugares en los que no he estado; ¡hoy celebro el día presente!
¿Es feliz?
Estoy feliz. No pido más. Y me acojo a lo que me dijo una cubana vieja en Miami...
¿Qué le dijo?
“Lo que sucede, ¡conviene!”.