Votamos y ganamos (o no)
Más allá del Ebro
Saben de la voluntad de las urnas del 28 de mayo? ¿Y del mandato popular del 12 de octubre? Si usted no vive más allá del Ebro –en la parte catalana se refiere– ambas fechas le sonarán a uzbeko. Pero aquí abajo se celebraron dos consultas ciudadanas en 2016 y en 2021, respectivamente. La primera en Tortosa para decidir el futuro del pegote franquista –rematado por un aguilucho– en medio del Ebro. La segunda, para cambiar la denominación de Sant Carles de la Ràpita (en honor a Carlos III) por un simple, la Ràpita. En ambos casos, las bases del referéndum se aprobaron por mayoría de sus concejales.
El monumento franquista ubicado en el Ebro a su paso por Tortosa
En Tortosa, el 68% de los votantes optó por tres infinitivos: mantener, reinterpretar y contextualizar el monumento fantoche o fachote. Nueve años después, pese a leyes de recuperación de la memoria, reclamaciones, causas judiciales y gobiernos locales de izquierda, el monolito –huérfano de propiedad– sigue ahí para escarnio democrático. Incluso en las municipales del 2023 se presentó una lista específica –integrada por notables de la ciudad– reivindicando la conservación de su particular mona de Pascua y cuyos 500 votos dejó a la convergente Meritxell Roigé a solo 14 de la mayoría absoluta y, de rebote, en la oposición.
El momio pétreo de Tortosa ha renacido en forma de grano pustuloso en la mesa del conseller Espadaler
El momio pétreo ha renacido en forma de grano pustuloso en la mesa del conseller de Justícia i Memòria Democràtica, Ramon Espadaler, quién deberá convencer a tirios y troyanos sobre el incierto destino de tan atroz e inmoral mole. Los socios parlamentarios del PSC deberían preguntar a sus correligionarios del Ebro qué hacer con el monumento, pues no han sido pocos los ediles de izquierda quienes han abogado por su reinterpretación, honrando de ese modo a todos los caídos en la guerra civil. De repetirse la votación –y pese a la inaprensible personalidad de los tortosinos– me temo que se materializaría el mismo resultado.
La sutilidad de la infructuosa consulta de Tortosa tuvo su contrapunto en la cacicada de Sant Carles de la Ràpita, donde todos los concejales se autoimpusieron un marco reglamentario que requería el beneplácito de al menos el 20% del censo para ratificar el cambio de nombre. Se quedaron a 2 puntos. El proceso de reflexión anunciado por el entonces alcalde, el republicano Josep Caparrós, duró apenas un mes y medio, tras el cual el pleno municipal aprobó gracias a su partido y a una concejal tránsfuga del PSC –y con la oposición del resto del Consistorio– finiquitar la bendición del santo.
El referéndum de Tortosa, convocado por CiU, se ha demostrado estéril pues el monumento aún sigue en pie y mantiene idéntica estética que hace nueve años. En la Ràpita, ERC tiró por la calle de en medio pese al resultado adverso. Dos partidos que corearon al unísono en 2017 la legitimidad e inviolabilidad de las urnas por encima de las leyes.