El ecologismo mal entendido y el populismo ambiental amenazan el equilibrio en la Costa Brava

Associació de Titulars d’Embarcacions d’Esbarjo de la Costa Brava

La Costa Brava, uno de los grandes patrimonios naturales y culturales de Cataluña, se encuentra en una encrucijada crítica donde convergen tres fenómenos preocupantes: un ecologismo desconectado de la realidad social, el populismo político y una creciente pérdida del sentido de la proporcionalidad en las políticas públicas.

1. Un ecologismo descontextualizado

Cuando se basa en el conocimiento científico y el consenso social, el ecologismo es una herramienta poderosa para preservar el territorio. Sin embargo, en la Costa Brava, algunos colectivos han impuesto una visión radical y rígida, a menudo desconectada de las necesidades de las comunidades locales. Este enfoque impide actuaciones sostenibles —como la rehabilitación de espacios degradados o la implantación de infraestructuras verdes— por miedo a alterar mínimamente el entorno.

El resultado es una visión inmovilista que demoniza cualquier actividad humana, incluso aquellas que podrían mejorar la resiliencia ambiental y socioeconómica del territorio.

2. Populismo ambiental: el debate simplificado

El discurso ambiental ha sido instrumentalizado por diferentes corrientes populistas, que lo utilizan para movilizar la opinión pública contra proyectos legítimos, simplificándolos como graves amenazas ecológicas. Esto ha provocado una polarización del debate que impide alcanzar soluciones consensuadas y técnicamente viables.

Mientras tanto, los retos reales —como la masificación turística, la pérdida de biodiversidad o la gestión del agua— quedan en segundo plano.

3. El fondeo y la desproporción normativa

Históricamente, las barcas convivían con los bañistas en las playas. Con el tiempo, se construyeron puertos deportivos o se adaptaron los ya existentes para dar respuesta a una nueva economía turística. Para ordenar los usos, se delimitaron zonas de baño y se establecieron sistemas de boyas temporales gestionados por clubes náuticos y concesiones municipales.

Hoy, esta convivencia se ve amenazada por normativas que restringen el fondeo de pequeñas embarcaciones —entre 5 y 9 metros de eslora—, utilizadas por familias y navegantes habituales que respetan profundamente el entorno. En cambio, se ha permitido la proliferación de actividades mucho más invasivas, como el alquiler sin control de motos de agua o embarcaciones sin titulación, que a menudo incumplen la normativa y acceden a zonas prohibidas para bañistas.

Las medidas actuales se aplican sin criterios técnicos claros ni diagnósticos ambientales fiables. En muchos casos, se justifican con datos erróneos sobre la presencia de posidonia, generando restricciones injustificadas y alimentando la desconfianza ciudadana.

4. El acceso a las calas: un debate de seguridad y sentido común

En calas como el Cau, el Crit, el Vedell o Font Morisca, el acceso terrestre es difícil o peligroso. A pesar de ello, se limita el fondeo de embarcaciones mientras los ayuntamientos continúan ingresando por las concesiones de boyas, sin ofrecer servicios correspondientes ni garantizar alternativas reales a los usuarios del mar.

Cabe destacar que, en muchas de estas calas, los únicos bañistas son los propios navegantes, dado que no existe acceso por tierra. La regulación debería priorizar el uso racional de los recursos, basándose en criterios de eficiencia y seguridad, no en prohibiciones indiscriminadas.

5. El modelo actual: prohibir en lugar de educar

Parece que la estrategia actual de las administraciones es aplicar la prohibición como norma general: para proteger, se prohíbe; para regular, se prohíbe; para convivir, se prohíbe. Esta deriva autoritaria crea tensión social, genera resistencia ciudadana y polariza el debate público.

Nos preguntamos:

- ¿Realmente queremos prohibir el fondeo en toda la costa?

- ¿Qué hacemos con las embarcaciones? ¿Las vendemos?

- ¿Y con los puestos de trabajo que genera el sector náutico?

- ¿Hasta qué punto son reales las afirmaciones de ciertos colectivos “ecologistas”?

Llevar el ecologismo al extremo nos llevaría también a prohibir coches, aviones o trenes. Lo que hace falta es aplicar criterios de proporcionalidad, responsabilidad y respeto mutuo.

Consideraciones finales

  • En algunas calas, el acceso a pie es más peligroso que el fondeo de una embarcación que navega a baja velocidad.

  • El baño se produce principalmente desde las embarcaciones. No hay competencia con bañistas que lleguen por tierra.

  • Las mejores playas ya están reservadas a los bañistas: La Fosca, Castell, el Golfet, Tamariu, Llafranc, etc.

  • Antes se permitía desembarcar en ellas; hoy, se ha prohibido. Cala Estreta, antes refugio de navegantes, es un ejemplo paradigmático.

  • La protección ambiental ha generado una “industria ecológica” con intereses propios, alejados del bien común.

  • La libertad solo puede restringirse cuando las medidas son proporcionales. Prohibir el fondeo en calas sin bañistas ni acceso por tierra no tiene ningún sentido.
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