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Vicent Molins: “Las ciudades ya no hablan de sus ciudadanos, solo quieren estar de moda”

Entrevista

El periodista valenciano publica 'Ciudad Clickbait' (Barlin Libros) un ambicioso ensayo que analiza el impacto de la turistificación masiva y la transformación de los centros históricos en escenarios para visitantes

Vicent Molins con su nuevo libro. 

LVE

Vicent Molins ha sabido con Ciudad Clickbait (Barlin Libros) ofrecer una mirada tangencial y acertada de otros trabajos elaborados por autores como Jorge Dioni o Ramón Aymerich que han analizado el impacto del turismo de masas y la gentrificación en las ciudades. Molins se detiene a abordar con rigor los efectos del marketing orientado a “vender” las ciudades en los entornos digitales apelando a grandes iconografías, eventos o inversiones que, como denuncia en el libro, no están pensadas para atender ni abordar los problemas de los vecinos conertidos en personajes secundarios. 

La noticia la dábamos esta semana: “récord de turistas en el Aeropuerto de Alicante con 18 millones”. Ideal para hacer click.

Sí. Ese es el punto de partida. Creo que a todos nos está pasando en los últimos 10 o 15 años con titulares triunfales sobre nuestras ciudades. Aquí no paramos de escuchar que “València está de moda”. Eso está bien, y está bien que una ciudad reciba turistas. Pero mi planteamiento llega de todo lo que pasa detrás. Es decir, si una ciudad basa sus narrativas, basa su autoestima, en este tipo de reclamo, el gran peligro es que dejamos de hablar de todo lo demás. A mí me gusta siempre referirme a las ciudades como unidades de proximidad entre los distintos niveles del Estado que nos acercan entre sociedad y poder. Es un intermediario que es muy eficaz porque está cerca. Pero creo que ante un nuevo orden digital, y yo creo que hay que llamarlo así, que está impactando nuestras vidas para bien en muchas cosas, pero para mal en otras. Ante ese nuevo orden digital, las ciudades han perdido bastante su esencia, han perdido parte de su función. Es un problema grave, que afecta a asuntos como el de la vivienda. 

Ante el nuevo orden digital, las ciudades han perdido bastante su esencia y parte de su función"

Lo digital convierte la ciudad en un escaparate. Usted dice_ “Nuestra ciudad se ejercita duro para parecer sexy, una perita en dulce”.

Sí, y ocurre así porque las leyes del mercado han empezado a imponer esos códigos. Es decir, ocurre porque puede ocurrir. Yo recuerdo que en el 2000 Ryanair no vendía billetes online. Todavía no estábamos en esas, pero dos años después los vendía todos online. Cuando se fundó Airbnb, Barcelona tenía 500 apartamentos turísticos. Hoy nos resulta imposible cuantificarlos porque nos desbordan. Ese es el tema. Son fenómenos que nos desbordan y nos desbordan porque es lógico que nos superen, porque son muy acelerados, porque son muy potentes y porque su dimensión es exponencial. 

Y todo a velocidad de clic.

La ciudad, como elemento, durante gran parte de su pasado, podía moldarse a las nuevas eras, a los nuevos cambios. Entre otras cosas, porque eran cambios paulatinos, lentos, que se podían anticipar, a los que podía amoldarse. Yo creo que ya es un hecho que no ha podido amoldarse a este gran cambio. Lo vemos en cuestiones muy cotidianas de relación con nuestros poderes urbanos. Ante esto hay dos alternativas. La primera, dejarse llevar. Es decir, no imponer ninguna narrativa y dejar que sean otros los que la impongan. Antes hablábamos de la economía colaborativa, pero ahora nadie se plantea llamarla así; sino que es una economía más extractiva que colaborativa. La otra alternativa es jugar a lo mismo, intentar competir contra otras ciudades. Y en parte es lo que hemos hecho. Por eso lo de “somos peritas en dulce”, por eso queremos ser sexis, porque entendemos que esa es la única forma de competir ante las nuevas leyes digitales. El problema de eso es que nos condena a solo aplicar políticas superficiales, a no ahondar en los verdaderos problemas de la ciudadanía, a tener ciudades de moda, pero ciudades de moda llenas de ciudadanos a los que les va peor.

Estamos aplicando políticas superficiales y abandonamos los verdaderos problemas de las ciudades"

Hay una competición entre ciudades para estar presentes en el universo digital, generando escenarios emocionales, árboles de Navidad, luces, todo a poder ser muy grande.

Sí, y repito, no está mal tener el árbol de Navidad más grande del país. No es ya que sea un despropósito gastarse 16 millones en esculturas, como hizo Santa Cruz de Tenerife con un acuerdo con el Museo Rodén de París, que luego dio marcha atrás porque los expertos hicieron ver que era una auténtica salvajada. No hay ningún tipo de conexión entre Rodin y Canarias y Tenerife. El problema no es esa anécdota. El problema es que esa anécdota es el único relato, la única narrativa de esas ciudades. El problema es que eso, lejos de ser anecdótico, es lo que se impone. El problema es que dejamos de hablar de los ciudadanos y para los ciudadanos.

Vicent Molins con su libro. 

LVE

Usted señala que los vecinos quedan ausentes de esta estrategia, que los ciudadanos no entran en la ecuación.

Sí, porque si el árbol de Navidad tuviera como objetivo que va a mejorar nuestra calidad de vida, pues igual diríamos: No, es una competición eficaz, una competición útil.  Pero evidentemente es una competición emocional en la que quienes vivimos en esas ciudades estamos fuera. Hay también una gentrificación narrativa. Esa emoción de cara al exterior, esa búsqueda del clic, lo que ha hecho es superponer el interés, entre otras cosas tan básico, como que la gente puede vivir en sus ciudades. Ese debate, que debería haber copado los últimos 15 años de este país y de estas ciudades, fue sustituido por cuántos metros tiene mi árbol o cuántos visitantes tenemos.

El debate sobre el bienestar de los ciudadanos ha sido sustituido por cuántos metros tiene mi árbol de Navidad

Usted dice: “cuando la ciudad la definen sus visitantes, la ciudad acaba adquiriendo la forma de quien la visita: una cola Fast pass para entrar los primeros en la plaza de España.

Las ciudades no se parecen a nosotros, que creo que es una sensación que también en los últimos años todos nos hemos quejado de alguna forma, aunque evidentemente también somos partícipes de esa configuración. Pero es lógico que sea así, porque esa ciudad al final, o esos territorios de la ciudad, están extraídos de lo que supone la ciudad como concepto, porque van dirigidos a unos clientes de paso rápido. ¿Por qué hay turrones en julio? ¿Por qué hay helados en diciembre? Porque quien pasa está de vacaciones. No hay estaciones, solo hay paso. Y da igual, la ciudad es un escenario. No vamos a que el turismo sea bueno o malo, que además es un debate absolutamente estéril. No, vamos a que eso ha usurpado los debates sobre si las ciudades les va mejor o no, sobre si de verdad sus ciudadanos viven mejor o no, sobre si han perdido poder adquisitivo, que es de lo que deberíamos hablar, sobre si la capacidad para acceder al mercado de vivienda en otras ciudades mejor o peor, que son los debates que en realidad hemos tenido en otros momentos de la historia en nuestras ciudades.

Escribes: “Esta carrera por proyectar la ciudad como una marca ganadora, de éxito, pone a los ciudadanos en la tesitura de ser extras de este decorado".

Nos sentimos en parte así muchas veces y eso afecta a nuestra autoestima, que para mí es una de las otras derivadas que me parece grave, porque normalmente creo que la autoestima de una ciudad, ese cierto orgullo, que yo creo que es saludable, que todos podemos llegar a sentir en un momento, es determinado por vivir o no en una ciudad o en otra, ¿De qué depende? ¿Cuál es el baremo de ese éxito? Pues Málaga, que va bien en muchas cosas, pero es un gran ejemplo de cómo en sus narrativas su autoestima depende absolutamente de ese incremento de visitantes, de ese incremento de emprendedores extranjeros que comienzan a residir en la ciudad y que, repito, no es que esté mal, pero eso tiene unas consecuencias que hay que medir. Y eso supone dejar de priorizar políticas públicas; hay que medir el efecto de no priorizar unas políticas sobre otras. Cuando tú leías todos los balances sobre qué había supuesto que Zaragoza hubiera sido sede de la Expo, te encuentras con la sorpresa de que no era un análisis cuantitativo, entre otras cosas porque igual no les interesaba demasiado hacer un análisis cuantitativo, sino que hablan de la autoestima que había supuesto para los zaragozanos. Pero bien, ¿en qué se mide esa autoestima que dicen los zaragozanos que les ha ido mejor, viven mejor desde entonces? No sé, ese es el punto.

¿Cuál debe ser el baremo de éxito de una ciudad? ¿Solo sus visitantes?

“La ciudad mejor del mundo para vivir, para envejecer”  es ahora el reclamo más extendido.

Son reclamos de los que no formamos parte, son reclamos que nos excluyen. Pero al mismo tiempo, sin embargo, nuestra autoestima acaba dependiendo de eso. Y realmente nos sentimos empatados porque nuestra ciudad esté de moda. Realmente nos sentimos que estamos en un lugar privilegiado, pero al mismo tiempo nos encontramos con que muchas de estas ciudades van a peor. Con lo cual es una cierta trampa discursiva a la que nos han condenado.

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Denuncias que las ciudades necesitan, además, muchos visitantes para poder desarrollar las infraestructuras básicas para sus ciudadanos. Inquietante.

En el caso de la Expo de Zaragoza lo estudié y leí muchos informes: justificaban, que gracias a esto, Zaragoza tendría mejor las infraestructuras. Y digo: Bueno, ¿no puedo tenerlas sin esto? Quiero decir, necesita empatar con un evento internacional para tener las infraestructuras que la ciudad y la comunidad necesita. Y caemos muchas veces en esta trampa. Por ello jugamos a una competición donde quienes viven en la ciudad son extras, están de secundarios.

Quienes viven en la ciudad son cada vez más extras, actores secundarios"

Gestionar no es tan sexy como atraer.

En estos últimos 20 años de nuevo orden digital, nuestras emociones, nuestros biorritmos, nuestra capacidad de atención, evidentemente han cambiado. Pedimos las cosas más rápido y en parte también le pedimos a la ciudad que sea como Amazon, que nos entregue las cosas rápidamente. En cambio, vemos que la ciudad no tiene capacidad para entregarnos las cosas rápido, más bien al contrario, porque sus estructuras forman parte de otra era, de otra época. En realidad, reclamamos a nuestras ciudades que vayan a un ritmo que quizá no es el más saludable. O sea, quizá necesitamos aburrimiento, obviamente, como ciudad. Cito un par de veces a Toni Sagard  dice que una ciudad no es una marca. No solo es una marca, no solo puede ser una marca, con lo cual sus tiempos tampoco pueden ser los de una marca.

Subrayo otra frase del libro: “Todas las ciudades españolas están de moda, aunque ninguna a partir de la apelación a sus ciudadanos, sino por la atracción al prójimo. En paralelo, los ciudadanos no encuentran lugar en sus ciudades donde vivir”.

Es una evidencia. Tenemos las noticias, cada día estamos publicando los graves problemas de vivienda, que están expulsando a la gente del centro y de no pocos barrios, que los precios han subido un 80% de precio. Esto es lo que hay. Es una evidencia, creo que salió el otro día, un 80%. Es una locura. En paralelo decimos “València está de moda”  y yo me pregunto para quién y con qué beneficio. Eso me conduce a otro de los puntos que me obsesiona, que es, por favor, que seamos capaces de pedirle a nuestros poderes públicos que sean transparentes en la permeabilidad de sus iniciativas. Aquí acogemos un espectáculo determinado, un evento o 40.000 expats en nuestra ciudad, hacemos un programa de promoción para que vengan aquí, puede ser fantástico, de acuerdo, pero ¿cómo va a permear sobre la ciudad? ¿Nos va a ir mejor? ¿Nos va a ir peor? Nos dicen que viene un gran evento y nos va a dejar 400 millones de beneficio. ¿Para quién son esos 400 millones? Creo que es algo muy elemental, porque en realidad, si lo pensamos, es algo muy elemental. Es pura política pública de coste-beneficio. Pero nos han extirpado la transparencia. No nos estamos diciendo la verdad. Entonces, cuando no nos estamos diciendo la verdad, nos quedamos en lo decorativo, en lo superficial y vemos el gran problema que estamos teniendo. Es inasumible para cualquier sociedad y para cualquier ciudad.

¿A quién benefician los millones que se invierten en reclamos espectaculares en las ciudades?

Me parece muy interesante la parte en la que usted aborda la crisis de los medios locales en paralelo al auge de la ciudad clikbait. Dice “cuando las ciudades se quedan sin masa crítica con la que poder debatirse ocurre que es también la voz la que se acaba anulando”.

Es pura especulación, y no me he hecho con demasiada literatura científica al respecto. Pero la especulación es que el no tener altavoces nos condena a aumentar nuestras políticas clickbait. El no tener medios que hablen a nuestros propios ciudadanos nos condena a que el único reclamo que nos queda sea hacer luz, sea espectacularizar nuestras políticas públicas, intentar llamar la atención del exterior. Llámese Madrid o llámese el medio puntual que nos sacan los informativos de Telecinco y que por ello Vigo aparece y por ello tenemos la sensación de que Vigo progresa adecuadamente. Porque quizá hemos perdido voz para poder hablar de los asuntos reales de Vigo. 

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Las ciudades son auditadas por ecosistema informativo centralizado, con lo cual se debilita la mirada local. O sea, lo que es la conversación local acaba de muy debilitar, que esto yo creo que es evidente. 

Es una cuestión también de tiempos. Creo que una de las medias verdades o directamente falsedades que nos hemos dicho en relación con la prensa local, que gracias a las ediciones digitales, gracias a nuestro trabajo en redes, desde los medios locales, conseguimos equilibrar, como cuando antes se nos leía en papel. Es un consumo fragmentado, es un consumo distinto, es un consumo ágil hasta la extenuación, es un consumo en segundos. Con lo cual, si ese único altavoz que teníamos ahora pasa a formar parte de esa competición hiperfragmentada, nuestro mensaje, obviamente, estará preparado para la hiperfragmentación. Se consumirá como un titular, cuanto más espectacularizado, mejor, porque así tendrá más posibilidades de poder aparecer en los informativos. Y esa es la ley, esa es la ley del mercado que estamos jugando. No tiene que ver con nuestra propia realidad local, pero tiene consecuencias sobre las políticas públicas si decidimos jugar solo a eso. Y esa es la decisión que ayuntamientos, élites, medios, deben asumir que si solo jugamos a eso, vamos a tener ciudades peores. ¿Por qué? Porque no vamos a saber dar respuestas inteligentes, porque vamos a estar cegados por lo superficial.

La debilidad de los medios de comunicación locales dificulta establecer conversaciones sobre los problemas locales"

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