La primera vez que Sergio Alamar pisó un escenario para contar un chiste sobre su ceguera, sintió el mismo vértigo que cuando, a los quince años, se plantó frente a un arco de fútbol sala en su primer Europeo con la selección española de ciegos. No era miedo al fracaso —eso ya lo tenía superado—, sino a que el público lo aplaudiera por compasión, no por talento. “Si lo hago bien, rompo expectativas; si lo hago muy bien, rompo prejuicios”, dice este valenciano de 24 años que ha pasado de marcar goles en los Juegos Paralímpicos a conquistar micrófonos con un humor ácido, y, sobre todo, liberador.
No quiero que me aplaudan por ser ciego, sino por ser bueno"
Sergio nació con un 3% de visión. “Veo lo que cabe dentro de un anillo”, explica. Su mundo es un juego constante de sombras y sonidos: distingue siluetas pero no rostros a distancia. Usa el bastón pero le gusta guiarse por el eco de sus pasos o el roce del aire contra las superficies. “Soy un ciego en tierra de nadie: no veo lo suficiente para ser vidente, pero veo demasiado para que me traten como a un ciego tradicional”. Sabe cuándo soltar una carcajada sobre su discapacidad y cuándo dejar claro que su vida no es un drama.
Su obsesión por el deporte empezó como un acto de rebeldía. De niño, se empeñaba en dar patadas a un balón en el patio del colegio, hasta que descubrió el fútbol para ciegos. “No hay categorías inferiores: con quince años ya jugaba contra adultos que me dejaban los riñones hechos polvo”. Aprendió a correr con los talones —nadie le había dicho que se usan las puntas “porque no lo podía ver”— y a confiar en el cascabel del balón y las voces de sus compañeros (“¡Derecha! ¡Tres pasos!”). A los 18, ya era campeón de Europa y doble paralímpico (Río 2016, Tokio 2020). Pero el sueño se truncó en 2021, cuando la federación prescindió de él sin explicaciones. “Me dijeron que contarían conmigo para el Mundial, pero sin preparación. Me dolió, pero también me liberó: el fútbol ya no era mi única identidad”.
En el fútbol aprendí a escuchar el juego; en la comedia, a hacer que escuchen mi voz"
Tras dejar el deporte, Sergio se enfrentó a otro reto: encontrar su lugar. Estudió Integración Social y trabajó en un centro. Luego probó con la música —montó un sello discográfico—, hasta que un día, casi por casualidad, escribió un párrafo de humor sobre su discapacidad. Un amigo lo animó a subirlo a Lo que nos faltaba por ver, el podcast de Joaquín Sánchez (exjugador del Betis), y el vídeo se viralizó. “De pronto, la gente reía conmigo, no de mí”.

Imagen de Sergio en uno de sus vídeos humorísticos en Instagram
Su éxito trajo una pregunta incómoda: ¿hablar o no de su ceguera? “Al principio me enfadaba que solo me vieran como 'el chico que hace chistes de ciegos'. Con 12 años, en un campamento de la ONCE, aprendí que el humor rompe barreras: si tú te ríes, los demás dejan de tratarte con pena”. Ahora elige sus batallas. Evita los chistes fáciles (“lo típico del bastón o chocar con farolas”), pero no rehúye el tema. “Si hablo de citas o de viajes, la ceguera está ahí, igual que un árabe habla de racismo o un gordo de dietas. La clave es no usarla como excusa”. Su referente es el cómico Franco Escamilla, que es un monologuista mexicano que hace comedia situacional.
En sus monólogos, Sergio habla de todo: del miedo a no encontrar su vocación (“el abanico es más pequeño cuando eres discapacitado”), de la condescendencia (“el público al principio tiene el listón muy bajo”) y de los absurdos cotidianos, como la vez que un desconocido le defendió de un chiste suyo sobre ciegos. “¡Pero si es minusválido!”, le espetó el tipo a otro espectador. “A veces la gente se ofende por cosas que a mí me dan igual”, dice entre risas.
Hablo de mi ceguera para que dejen de ver solo eso"
Hoy, Sergio gira por España (Valencia, Sevilla, Madrid) como telonero de cómicos consagrados y prepara su propio show. También diseña viñetas humorísticas —“las describo y alguien las dibuja”— y lucha por derribar el último tabú: que lo vean como un artista, no como “un ciego que hace gracia”. “Quiero que la gente sepa que patino, subo montañas y vivo solo. Ser ciego no es un personaje: es una parte de mí, pero no mi único guion”.