El crecimiento de la alta cocina en Valencia ha sido enorme en los últimos años, sin embargo, al calor de esa virtud han proliferado espacios pseudo-gastronómicos que jamás un servidor les recomendaría. Hay demasiados restaurantes orbitando la galaxia del postureo con gran actividad en Instagram, decoración inflamable y puestas en escena excesivas… “però de forment ni un gra.”

Los chefs Carito Lourenço y Germán Carrizo
No voy a meterme con ellos, ustedes ya me conocen, siempre eludiendo responsabilidades como crítico gastronómico. No lo soy, porque no hago críticas. Criticar es de bordes, aunque el gran público valora a los gastrosaurios. Si escribo algo sobre un restaurante o un cocinero, siempre será para ensalzarlo o hacer un comentario positivo a su labor. Jamás para despellejar. Desde hace poco me atrevo con las reseñas en Google, una jungla donde domina el odio y la incultura. También las RR.SS. son autopista para la ira, malas prácticas, vendettas y hasta extorsión.
Si no les ha gustado, no vuelvan y punto. Al ser hijo de hosteleros siempre he mostrado respeto por el sector, y créanme, un mal día lo tiene cualquiera. No hay por qué hacer sangre. Ningunear es el mayor castigo.
Somos más a los que nos gusta en boca-oreja que el reseñismo. En mi caso las recomendaciones me han funcionado de maravilla con Wikipaella, los Cacau D’Or y desde esta tribuna hace casi una década. Recuerden, hay dos opciones justas: olvidar o recomendar, esa es la cuestión. (sic) Hamlet.
Por eso hoy hago con gusto una de esas recomendaciones que solicitan amigos, o algún medio internacional interesado en las cosas del comer valenciano. Les aseguro que ha sido un hallazgo, pero no una sorpresa cuando sabes quién está detrás. Me refiero a La Oficina, el último proyecto de Carito Lourenço y Germán Carrizo.
Sigo a esta pareja desde su llegada a València, siendo los brazos ejecutores de la primera estrella conseguida por Quique Dacosta en la capital, el restaurante El Poblet. Una alegría para todos porque llegó en un momento muy oportuno, justo cuando despegaba la gastronomía del cap i casal, con Quique, Ricard, Begoña, Bernd, María José, Patiño, Romero… todos en estado de gracia. Fue un punto de inflexión, luego vinieron otros reconocimientos y hasta la Gala Michelin o The 50’s Best.
Tras El Poblet la pareja emprendió su propio camino, montaron una consultoría, Fierro, Doña Petrona… siempre fueron parte del ADN que aupó a València a la élite del ‘finest dinning’.
Carito y Germán han sabido aprovechar como nadie el atractivo gancho del barrio de Russafa para dar forma a sus proyectos, segmentando en él sus negocios, desde la máxima excelencia al perfil más popular. Y si faltaba algo, llegó La Oficina.
Pocas cosas me sorprenden a estas alturas de la vida sobre una mesa. Bueno, eso creía. Basta con echar un vistazo al manifiesto de mi tándem gastronómico favorito en su Oficina. Proponen la mesa como un espacio de juego donde ni las brasas son como han sido siempre; donde aparecen pescados madurados. ¡Boom!; técnicas combinadas, carnes sofisticadas, coctelería atenuada para no derrapar en las curvas del circuito diseñado por estas geniales criaturas llegadas del cono sur, y así disfrutar de un menú gamberro-delicioso extremo.
Haría una miaja de spoiler pero ustedes no se lo merecen. Sin romper para nada el encanto, simplemente les adelanto que con la tarta de cebolla de Germán lloras de emoción”
Haría una miaja de spoiler pero ustedes no se lo merecen. Sin romper para nada el encanto, simplemente les adelanto que con la tarta de cebolla de Germán lloras de emoción. Y si hay algo previsible, lo único son los postres de Carito, ante los que siempre acabo postrado. Brutales… Por ejemplo, La “Red Velvet” de La Oficina que es cosa fina. Y hasta aquí puedo leer.