El mundo no es exactamente como aparenta ser.
Asumimos como realidades aspectos que no lo son, como el color. El color no es una propiedad consustancial a la materia, no es real -podríamos afirmar-, por ser una construcción de la percepción. Y es contingente, porque depende de la existencia de la luz que llega al ojo y de nuestro cerebro, que procesa las ondas electromagnéticas del espectro de luz visible del ser humano, interpretando cada longitud de onda como un color.

Vista del interior del IVAM con la intervención de “Aire Magenta” de Inma Femenía
Excepto el magenta.
No existe una longitud de onda propia que genere este color, en este caso es una interpretación de la combinación de las señales de aquellas que se traducen en el azul violeta y el rojo. El magenta es el paradigma, el que evidencia con rotundidad que el color no existe per se, que es una invención. Es la confirmación de que las percepciones se pueden erigir como realidades que se afincan en nuestras vidas.
La artista valenciana Inma Femenía (Pego, 1985), Premi Senyera d’Arts Visuals de València 2017 y con obra en galerías internacionales, centra su trabajo en la investigación de la luz. Afirma con seguridad que la luminosidad de esta tierra influye en su sensibilidad hacia este asunto, ubicando su estudio en la huerta, donde la planeidad de los campos le permite percibir de manera límpida el horizonte y sus cambiantes colores, ofreciendo un paisaje diferente cada día.
Este interés por la luz no lo traslada a la pintura, como lo hiciera Sorolla. Su lienzo es el espacio, en el que busca capturar y registrar esa “nada” que es la luz y que es el color. Como en una suerte de metáfora en la que se nos otorga la visibilidad de esas cosas que por ser intangibles -pero esenciales- se nos pasan, o dejamos pasar, cada día.
Son aquellas cosas que están pero que no vemos. Ocurre igual con los extremos del espectro luminoso, cuya longitud de onda, por arriba y por abajo, los hace invisibles a nuestro ojo: son la luz infrarroja y la ultravioleta. La combinación de ambas en su umbral del espectro visible, es decir, de los citados azul violeta y rojo, daría lugar, como ya sabemos, al magenta. No es casual entonces que Inma Femenía, interesada en lo liminal -lo que está en el límite de la realidad, en el umbral, lo leve, lo espiritual, lo que se desvanece y por ello cuesta percibir-, titule “Aire Magenta” su instalación site-specific en las vidrieras de la fachada principal del IVAM. A través de una impresión magenta sobre poliéster cristalino, la luz natural filtrada baña de este color todo su interior blanco; no solo las superficies arquitectónicas o el espacio que está ocupado por el aire, dándole corporeidad, materializando aquello que no llegamos a percibir, sino también los cuerpos del visitante, haciéndonos partícipes, incitándonos a “reconsiderar los límites de nuestra percepción visual” porque, “¡cuántos momentos cotidianos pasan desapercibidos!”. Hasta que se desvanecen, desaparecen; como la luz y el color, vitales pero contingentes.
La obra de Femenía se visita con el cuerpo, se recorre, se establece una relación íntima con la arquitectura y se exploran sus límites materiales, que son traspasados, que trascienden mediante la luz y el color, mediante la percepción hasta alcanzar la emoción”
La obra de Femenía se visita con el cuerpo, se recorre, se establece una relación íntima con la arquitectura y se exploran sus límites materiales, que son traspasados, que trascienden mediante la luz y el color, mediante la percepción hasta alcanzar la emoción. Decía Le Corbusier -padre de la arquitectura moderna, racional y funcional, quien concebía la vivienda como una “máquina de habitar”-, que el color, como la decoración, es de orden sensorial y primario, y conviene a los pueblos simples, a los campesinos y a los salvajes. Apoyo, sin embargo, en este sentido, las teorías de Rasmussen, reflejadas en “La experiencia de la arquitectura”, donde analiza y defiende aspectos fundamentales de la arquitectura para una percepción y experiencia plenas: el espacio, el ritmo o el color. Ya desde el siglo XVIII Goethe amparó el color sobrepasando las teorías estrictamente científicas de Newton, relacionándolo por primera vez con las emociones y lo simbólico. La creación mental del magenta, puede que originada por una necesidad ancestral de distinguir algún peligro o alimento purpúreos, prueba que la inteligencia humana supera también límites, los biológicos y los explicables científicamente, alcanzando así este color connotaciones de espiritualidad e infundiendo de vibrante poética todo cuanto ilumina.
Hasta el próximo día 13 de julio en el IVAM, coincidiendo con los días de mayor luz del año, podemos experimentar un solsticio de color, un placer más allá de lo visual.