(Los Alcázares, 12 de febrero de 1936)
Escribir es como abrir una ventana en mitad de un cuarto cerrado. El aire entra, pero también el frío. No sé si estas páginas me salvarán o me hundirán más, pero no puedo quedarme callada, y quiero dejar por escrito aquello que me acongoja, como si el plasmarlo en papel pudiera limpiarme de la tristeza que me consume.

Mujer joven con maleta
Cuando llegaste al pueblo, Manuel, pensé que serías como otro de los reclutas que venían a cumplir el servicio militar a la cercana base aérea: un nombre nuevo, unos meses de rutina, un par de bailes inocentes, algún paseo -siempre en grupo- y, después, nada. Pero me miraste. Me miraste como si me atravesaras la piel, como si en mis silencios hubiera algo que mereciera ser escuchado. Me miraste como nadie me había mirado porque la belleza no ha sido mi mejor virtud, y siempre era invisible a los ojos de los otros hombres del pueblo.
En mi casa siempre se supo lo que debía ser de mí. Desde que mi hermana Rosario murió de un cólico miserere, entre terribles dolores, hace ya cuatro años, ese destino quedó escrito. Ella nos dejó una tórrida noche de agosto, en la caseta que habilitaron mis padres en la explanada frente a la iglesia, para que todos los años, los veraneantes disfrutaran de nuestra casa, a unos metros de la playa, y con esos ingresos, paliar una economia familiar mas que ajustada, ya que mi padre, Ramón, es un modesto albañil. Nuestro mas preciado bien es la “casa del cura”, herencia de nuestro tío, -hermano de mi madre, Ángela-, el antiguo parroco del pueblo. “Villa Ángeles” es nuestro hogar. Una casa hermosa y grande, de techos altos y viguería de mobila, y un gran patio con un garrofero y una diamela que nos dan una sombra fragante en los primeros calores de las tardes cartageneras.
Mi hermana Rosario era la guapa, con un porte y una elegancia innatas, un aire andaluz, hermoso pelo rizado y labios reventones; la de la risa contagiosa, aficionada al teatro, y muy amiga de la hija del general Kindelán, que le daba acceso a los bailes y fiestas de la base aérea. Era la que todos imaginaban vestida de blanco, con un mando militar, un día de verano, y destinada a llenar las multiples habitaciones de la casa de risas infantiles. No pudo ser. Su ausencia dejó un hueco que nadie sabe ni puede llenar, y sin que me lo pidieran, yo pasé a ocupar su lugar: la hija soltera poco agraciada, que debía quedarse junto a nuestros padres, cuidarlos, sostener la casa… cumplir por las dos.
Tú no sabías nada de eso cuando nos conocimos aquella tarde. Tenías las manos cuidadas, la voz serena, y un brillo especial en tus ojos azules, como si con la mirada hubieras podido leer mi vida entera. Desde entonces, todo se volvió un pretexto para verte: ir a buscar una medicina para madre, ir a la confiteria a por pan, o cruzar el paseo marítimo al caer la noche, a la hora en que os daban el permiso del paseo. Esas noches en las que mi Mar Menor parecía un espejo de cristal, y las farolas dibujaban caminos dorados sobre el agua.
Caminábamos sin prisa, y en tu voz había promesas de ciudades lejanas donde nadie supiera mis apellidos,aunque el segundo hubiera encajado perfectamente en tu tierra: Santacreu; un lugar donde no hubiera puertas cerradas ni ojos vigilando. Me hablabas de Mataró, del negocio textil familiar, el sueño de un futuro próspero para ambos porque allí te esperaba un puesto de responsabilidad en la empresa. Tus besos tenían el sabor de algo irrenunciable, y yo me aferraba a ellos como a una tabla en medio de un naufragio, con el regusto y el pellizco en el estómago que da lo prohibido.
Pero en un pueblo pequeño como Los Alcázares el silencio nunca dura. Las ventanas tienen ojos, la gente murmura, y mi madre empezó con preguntas insidiosas; mi padre con miradas duras. Una noche, sin adornos ni rodeos, me lo dijeron: “no vamos a permitir que destruyas tu reputacion por un soldaducho catalán de paso. No vas a ir tras él ”. Fueron tajantes. Y aunque no lo verbalizaron, lo entendí: yo tenía que quedarme porque mi hermana ya no estaba.
Por eso acepté tu plan. Escaparnos. Una madrugada recién acabado el servicio militar. Una pequeña maleta con las pocas pertenencias que tenía. Tú esperando en la carretera de Sucina, a la salida del pueblo, camino de la estación de Balsicas. La promesa de una nueva ciudad, tu Mataró natal, y una nueva familia, a la que habías hablado de mi. Tenía tu última carta escondida en el bolsillo del vestido, y el corazón latiendo como si quisiera romper las costillas. Pero cuando iba a cruzar el umbral, una férrea mano me detuvo. Mi hermano Antonio, guardia de asalto, de permiso esos días. Me empujó hacia dentro y despertó a toda la casa. El recibidor se llenó de voces estridentes. Mi padre, con el rostro encendido, me dijo que si salía no volvería jamás. Y yo… no fui capaz. Hecha un mar de lágrimas, me encerré en mi habitación para llorar en mi cama tanto que me sequé para siempre.
Dicen que el mar siempre vuelve a la orilla, pero yo sé que no es verdad. Hay mareas que, por mucho que las esperes, nunca regresan. Como tú no regresarás a mi”
Hoy viajo en un autobús hacía Valencia para cuidar de mi cuñada, embarazada de su primer hijo, que se encuentra débil, y está muy sola. Parece buena mujer, dulce y delicada. Conmigo la pequeña maleta con mis pocas posesiones, aquellas que tenía preparada para una vida contigo. No había ajuar. No estaba previsto para mí. No habrá vuelta atrás. Hoy por hoy no volveré al pueblo porque cada rincón de él es una puñalada de lo que pudo ser y no será. Piruetas de la vida, al final dejo ese mar que me vio nacer, y mis obligaciones con mis padres. El cuerpo se me ha rebelado en un dolor constante desde aquella madrugada, y las cibalginas se han convertido en compañeras de vida. Mi mar de plata se aleja por la ventanilla, cada vez más pequeño, hasta desaparecer. Llevo tus cartas conmigo, Manuel, como un tesoro incalculable.
Dicen que el mar siempre vuelve a la orilla, pero yo sé que no es verdad. Hay mareas que, por mucho que las esperes, nunca regresan. Como tú no regresarás a mi. Te quiero y siempre te querré, Manuel.