Quien quiera comprobar hasta el último aliento la autenticidad de Rick Davies, puede buscar en YouTube un vídeo grabado hace apenas un año: allí aparece, en un pub de Long Island, sentado al teclado, rodeado de parroquianos, interpretando con naturalidad viejos temas de Supertramp y algún blues que lo devolvía a sus orígenes. Nada de estadios repletos, nada de la parafernalia de las grandes giras que marcaron su vida en los años setenta y ochenta. Solo él, su teclado, unos amigos y ese aire de músico de clase obrera que nunca quiso ser estrella. Esa imagen tardía encierra bien la trayectoria de quien fue, junto a Roger Hodgson, cofundador de Supertramp y figura imprescindible para entender una de las bandas más influyentes del rock progresivo y el pop rock de la segunda mitad del siglo XX.
Fue el único miembro que permaneció en Supertramp durante toda su historia
Richard Davies (Swindon, Wiltshire, 22 de julio de 1944 – 6 de septiembre de 2025) ha fallecido a los 81 años, tras una vida marcada por la discreción, por un amor incondicional al blues y por una capacidad de composición que convirtió a su grupo en una referencia internacional. Fue el único miembro que permaneció en Supertramp durante toda su historia, y su sello —inconfundible, sobrio, intenso— se percibe en canciones como Crime of the Century, Goodbye Stranger, Bloody Well Right, From Now On, Cannonball o Brother Where You Bound.
Hijo de una familia obrera —su padre soldador y su madre ama de casa—, creció en Swindon, una ciudad ferroviaria donde la vida era dura y la música aparecía como una vía de escape. Davies contaba que de niño lo único que le apasionaba de verdad era la música: su madre lo confirmaba sin rodeos, “era lo único en lo que era bueno”. A los ocho años recibió una gramola usada, con discos de jazz, entre ellos Drummin’ Man de Gene Krupa. Aquello lo golpeó como un relámpago. Improvisó una batería con latas de galletas y acabó tocando en la banda de la British Railways Staff Association.
Pronto comprendió que la música podía darle un futuro distinto al que marcaba su origen social. Aprendió de manera autodidacta piano y teclado, y formó sus primeros grupos locales. En Rick’s Blues coincidió con un jovencísimo Gilbert O’Sullivan, que siempre le reconoció haberle enseñado a tocar. Pero cuando su padre enfermó, Davies abandonó los estudios y se puso a trabajar como soldador. Esa tensión entre el mundo obrero y la música marcaría siempre su carácter: un hombre práctico, austero, reacio a la exposición pública, pero con un talento que acabaría desbordando los límites de Swindon.
Su primera gran aventura internacional llegó con The Joint, un grupo que grabó bandas sonoras en Múnich. Allí conoció a Stanley August Miesegaes, un millonario holandés que le ofreció financiar un proyecto personal. De vuelta en Inglaterra, Davies puso un anuncio en Melody Maker buscando músicos. A esa cita acudió Roger Hodgson, joven acomodado, educado en colegios privados, con un mundo muy distinto al suyo. Entre ambos nació una química creativa intensa y contradictoria, que acabaría siendo la columna vertebral de Supertramp.
El grupo, inicialmente llamado Daddy, adoptó pronto el nombre de Supertramp y fue fichado por A&M Records. Los inicios no fueron fáciles: los dos primeros discos pasaron desapercibidos. Pero en 1974 llegó la explosión con Crime of the Century, que consolidó una fórmula original: rock sinfónico con tintes progresivos, letras introspectivas y una alternancia vocal única entre el falsete espiritual de Hodgson y la voz áspera, barítona, de Davies.
Su solo de teclado en la canción que da título al disco sigue siendo uno de los momentos cumbre del rock progresivo: un estallido de melancolía y furia contenida, heredero directo de su amor por el blues.
A partir de ahí, Supertramp fue creciendo hasta convertirse en una de las bandas más exitosas del mundo. Crisis? What Crisis? y Even in the Quietest Moments prepararon el terreno para Breakfast in America (1979), un disco que vendió más de 20 millones de copias —casi 30 millones con las reediciones posteriores— y situó a la banda en la cima del pop-rock mundial. Canciones como The Logical Song, Take the Long Way Home o Goodbye Stranger se convirtieron en himnos generacionales.
Las diferencias sociales y personales entre Davies y Hodgson acabaron separándolos
Pero el éxito no curó las heridas internas. Las diferencias sociales y personales entre Davies y Hodgson, las tensiones musicales y la gestión del grupo a través de Sue Davies, esposa del teclista, fueron erosionando la relación. Hodgson se mudó al norte de California y cada vez se alejaba más del resto. El último álbum juntos, ...Famous Last Words... (1982), resultó un título casi premonitorio: en 1983 Hodgson abandonó Supertramp, y con él desapareció la simbiosis creativa que había definido al grupo.

Imagen de Rick Davies
Desde entonces, Davies tomó las riendas y orientó el sonido hacia su pasión original: el blues, el R&B y un pop-rock más terrenal. Discos como Brother Where You Bound (1985) —con la colaboración de David Gilmour— o Free as a Bird (1987) mostraron su voluntad de experimentar, aunque el éxito comercial fue decreciendo. Aun así, Cannonball entró en las listas y la crítica reconoció el talento compositivo de un músico que, lejos de buscar la fama, seguía fiel a su instinto.
En los noventa regresó con Some Things Never Change y en 2002 con Slow Motion, confirmando que, aunque la gloria de los estadios quedaba atrás, su música mantenía la coherencia. Siempre alejado de los focos, reacio a entrevistas, Davies prefería expresarse con sus canciones: letras profundas, con un poso de melancolía, escritas desde un alma rasgada por la vida.
En los noventa regresó con Some Things Never Change y en 2002 con Slow Motion
Mientras Hodgson mantuvo su figura de cantautor espiritual, Davies representó la otra cara de Supertramp: la del hombre de barrio, curtido, que escribía desde la dureza y el desencanto. Su voz barítona, capaz de rozar el falsete cuando lo exigía la canción, transmitía una intensidad única.
En 2015, cuando se preparaba para otra gira, fue diagnosticado con un mieloma múltiple que lo obligó a cancelar los conciertos. Tras un tratamiento duro, reapareció años después en pequeños escenarios de Nueva York, bajo el nombre de Ricky and the Rockets. Allí, en locales como The Stephen Talkhouse de Amagansett, volvió a su esencia: tocar blues, mirar de frente a un público reducido, dejar que la música hablara por él.
Esa fidelidad a sí mismo lo convirtió en una figura entrañable y respetada. Nunca renegó de Supertramp, pero tampoco vivió de la nostalgia. Poseedor de los derechos de la discografía, mantuvo un pie en el negocio, pero su corazón estaba en el teclado y en el recuerdo de los discos que escuchó de niño en su gramola de segunda mano.
Rick Davies no tuvo la exposición mediática de Hodgson ni la carrera en solitario de otras estrellas de su generación. Pero sin él, Supertramp no existiría. Fue el cimiento sobre el que se construyó todo: el bluesman que supo abrazar el rock sinfónico, el teclista que convirtió el instrumento en protagonista, el compositor que dio voz a la parte más terrenal y dolida del grupo.
Su legado se mide no solo en millones de discos vendidos, sino en la huella emocional de canciones que siguen vivas medio siglo después. Crime of the Century suena hoy con la misma intensidad que en 1974; From Now On conserva su lirismo melancólico; Goodbye Stranger mantiene ese aire entre celebración y despedida que tan bien definía su espíritu.
Rick Davies fue un hombre discreto, alejado del estrellato, pero dueño de una autenticidad que lo hizo imprescindible
Rick Davies fue un hombre discreto, alejado del estrellato, pero dueño de una autenticidad que lo hizo imprescindible. Murió como vivió: fiel a su música, con un teclado delante, con blues en las venas.
En su recuerdo quedará siempre esa imagen final, en un pub de Long Island, tocando entre amigos. Un retorno a los orígenes, como si quisiera cerrar el círculo de una vida marcada por el sonido de una vieja gramola y el sueño de un chico obrero que encontró en la música una forma de eternidad.