La Canals Galeria d'Art de Sant Cugat del Vallès reivindica el carácter pionero de la Escola Catalana del Tapís, que supuso un polo de atracción artístico de la ciudad a mediados del siglo pasado.
Bajo el nombre 'Sant Cugat, el arte de un pueblo', la pequeña sala de exposiciones reúne a dos de los tapices elaborados con la técnica genuina, así como originales sobre tela o papel que posteriormente se trasladaron al textil.
La muestra recoge también el testimonio y algunas imágenes del primer aprendiz de la escuela, Josep Aymerich, de quien todavía hoy cuelga una de las obras más icónicas en el Monasterio de Montserrat. La exposición es una retrospectiva y reivindicación de una expresión artística internacional con sello local.
La modesta muestra quiere recuperar la memoria y reivindicar el impacto internacional de la Escola Catalana de Tapís, nacida en la ciudad a finales de los años cincuenta. La exposición recoge obras y documentos que evidencian la transformación de un arte ancestral en una expresión contemporánea y comprometida, impulsada desde Sant Cugat por figuras como Miquel Samaranch y su esposa, Mercè Viñas.
El origen de la Escuela Catalana del Tapiz se remonta al momento en que Samaranch, empresario del sector textil en Sabadell, adquirió la Casa Aymat de Sant Cugat tras la muerte de Tomàs Aymat y terminada su actividad textil original, impulsando una manufactura moderna basada en el traslado del arte.
La implicación de nombres como Pablo Picasso, Joan Miró o Josep Maria Subirachs situó a la ciudad en el mapa artístico internacional, pero también dio voz a una nueva generación de artistas catalanes como Jaume Muxart, Albert Ràfols-Casamada, Maria Girona o Maria Assumpció Raventós.
“Quisieron crear una nueva tendencia, un nuevo estilo de hacer tapices”, detalla Josep Canals, director de la Canales Galería de Arte, que destaca cómo este movimiento tuvo también una carga ideológica y cultural. “Aquí, en aquellos momentos, es cuando el franquismo se lucha con el arte”, destaca, recordando que Samaranch bautizó la manufactura como “catalana” en pleno régimen.
La exposición, que puede verse hasta finales de agosto, incluye dos piezas de tapiz de Josep Grau-Garriga y Carles Delclaux, así como obras pictóricas y gráficas de artistas vinculados a la Escuela.
Pese a las dificultades de espacio y presupuesto, Canals reivindica la esencia de la muestra: “Aquí tenemos expuesto el sentimiento de Catalunya, y por supuesto de Sant Cugat, de los años 60 hasta la fecha”.
En este sentido, Canals reivindica la vitalidad cultural y artística de la ciudad, que, dice, no suele encontrar acompañamientos externos, institucionales o de soporte económico por parte de las empresas instaladas en el municipio. “Reivindicamos que Sant Cugat no sólo es una ciudad rica en tantos aspectos, que lo es, sino también en lo anímico, en lo espiritual, y eso lo tenemos que hacer crecer”.
Joan Aymerich, el primer aprendiz
De todos los aprendices que tuvo la Escuela Catalana del Tapiz, el primero fue Joan Aymerich, quien también fue alcalde de Sant Cugat entre 1987 y 1999. Con sólo 14 años, empezó a formarse, en 1958, bajo la maestría de Vicente Pascual, procedente de la Real Fábrica de Tapices de Madrid y con el apoyo artístico de Josep Grau-Garriga.
Durante su etapa en la Casa Aymat, Aymerich participó en la producción de numerosos tapices a partir de cartones de artistas jóvenes como Tharrats, Subirachs, Cuixart o Muxart, muchos de los cuales terminaron adquiriendo una gran notoriedad. Ahora subraya la falta de reconocimiento público en la figura de los artesanos: “Vemos un tapiz y lo relacionamos con el nombre del artista, pero detrás hay un trabajo anónimo y paciente”, señala.
En este sentido, Aymerich recuerda con especial orgullo el tapiz que tejió, junto a otros dos aprendices, Josep Royo y Antoni Busquets, por encargo del Monasterio de Montserrat: “Aún hoy se puede ver colgado sobre el altar”, apunta. La obra, según relata, lleva al reverso la inicial “A”, la suya, como discreto testimonio de su paso por la Escuela.

Tapiz 'Tot sol' de Josep Grau-Garriga.
Éste es un ejemplo de lo desapercibidos que pasan los artistas que, como él, se encargaron de crear auténticas joyas del arte contemporáneo. Mientras los trabajos se reconocen por su ideólogo original, quien lo ejecuta queda en el anonimato o, simplemente, escondido con sus iniciales en la parte menos lucida del tapiz.
Aymerich destaca la visión del mecenas Miquel Samaranch y el liderazgo artístico de Grau-Garriga a la hora de potenciar la imagen de la ciudad a través de la actividad artística. Destaca que Sant Cugat fue cuna de este movimiento, y se ha perdido parte de esa esencia.
El tapicero Aymerich dejó de tejer en 1964, cuando fue trasladado a la sección de dirección de alfombras de la misma empresa, y, posteriormente, una estancia en el servicio militar le impidió participar en una Exposición Internacional en Lausana (Suiza). Pese a su trayectoria política posterior, asegura que su experiencia como primer aprendiz de tapiz forma parte esencial de su identidad.
El tapiz museizado
Sant Cugat apostó hace unos años por crear un espacio museístico exclusivo del tapiz, el Museu del Tapís Contemporan. Ubicado en la misma Casa Aymat donde nació la Escola Catalana del Tapís, permaneció abierto desde finales de la década de los 2000 hasta el año 2019, cuando parte de las obras pasaron a formar parte del Centro Grau-Garriga de Arte Textil y Contemporáneo.
Recientemente, el Ayuntamiento y la Asociación Grau-Garriga han firmado un convenio para impulsar el centro, situado en el edificio de Cal Quitèria, y hacerlo referente del tapiz y el arte textil contemporáneo, a la vez que garantiza la preservación y difusión de la obra de Josep Grau-Garriga.
El acuerdo tiene una vigencia de cuatro años, estableciendo la cesión temporal de obras del legado del artista por parte de la familia, el uso de su nombre en la denominación del centro y la participación de la Asociación en el asesoramiento y la definición de la programación expositiva.