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“El barco en el que vivimos costó menos que la entrada de un piso en Madrid, y hoy es nuestra fuente de ingresos”: huir de la ciudad para convertir el mar en hogar y oficina

Nómadas en el Mar

Desde hace cinco años, Álvaro y Celia navegan por el mundo en su velero, que no solo se ha convertido en su hogar, sino también en su trabajo y en su forma de entender la vida

Álvaro y Celia, nómadas en el mar

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Se dice que perder de vista la costa es la única manera de encontrar nuevos horizontes. Álvaro García y Celia Reza (30 y 28 años) nacieron en Madrid, lejos del agua salada y con el océano a miles de kilómetros de distancia. Tal vez fue ese anhelo de brisa marina y sal en los labios lo que los llevó a vivir una vida completamente ligada al mar. Desde hace cinco años navegan por el mundo en su velero, que no solo se ha convertido en su hogar, sino también en su trabajo y en su forma de entender la vida.

Él creció entre la capital y las aguas tranquilas del pantano de El Atazar, donde sus padres, marineros de agua dulce, comenzaron a aficionarse a la navegación. Poco a poco, las escapadas familiares se transformaron en travesías cada vez más largas, primero en Francia, después en Baleares y finalmente en Alicante. A los catorce años, Álvaro cruzó el Atlántico por primera vez y a los 16 vivió con su familia en un velero surcando las aguas del Caribe durante dos años, a la vez que compaginaba sus estudios de bachillerato a distancia. “Fue entonces cuando entendí lo que era vivir realmente en el mar”, recuerda en conversación con este diario.

Desde hace cinco años, Álvaro y Celia navegan por el mundo en su velero

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De regreso a Madrid, Álvaro estudió en la Universidad Autónoma, donde conoció a Celia, que estudiaba Economía y Relaciones Internacionales, pero con la ligera intuición que no sería a lo que acabaría dedicándose el resto de su vida. “Me gustaba lo que hacía, pero sentía que no era lo mío”, admite. Su encuentro no solo unió dos caminos, sino también dos deseos: vivir de una forma diferente y ligada a la naturaleza.

El sueño de vivir en el mar

Las historias que Álvaro contaba sobre sus viajes familiares fascinaron de inmediato a Celia, quien por entonces se había iniciado en el surf en la costa portuguesa y comprendió que su vida debía girar en torno al océano. A partir de ese momento, la pareja decidió dar el paso y comenzó a planear cómo convertir ese sueño en una forma de vida sostenible.

No hay que ser rico para poder comprar un barco, sino tener ganas y prioridades

Álvaro y Celia,Viven en un velero

A principios de 2020, gracias a años de trabajo, un negocio que había ido bien y una herencia familiar pudieron comprar su anhelada casa flotante. Sin embargo, explican que lejos de lo que piensa mucha gente, la inversión no fue millonaria. “Nuestro barco costó menos que la entrada de un piso en Madrid. Fueron 80.000 euros, pero hay barcos oceánicos que se venden por diez mil —explica Álvaro—. No hay que ser rico para poder comprar uno, sino tener ganas y prioridades”, destaca Álvaro.

Una cuarentena inesperada

Con el barco ya comprado, la pareja —que entonces tenía 23 y 25 años— planeaba prepararlo y equiparlo poco a poco, pero la pandemia los sorprendió a bordo. “Fuimos al barco a pasar el fin de semana con una mochila y, cuando el domingo quisimos salir, nos dijeron que no podíamos”, recuerda Celia entre risas.

Aquella cuarentena fue el impulso definitivo para cambiar de vida. Mientras la mayoría del mundo se confinaba entre cuatro paredes, ellos veían cómo los peces y los delfines volvían a las aguas limpias del embarcadero. “El puerto se convirtió en nuestro jardín. Fue un tiempo extraño, pero muy bonito. Ahí entendimos que queríamos vivir así”. Desde entonces, no volvieron a instalarse en tierra firme. Poco a poco transformaron el velero en su hogar y empezaron a pensar en cómo podían rentabilizarlo.

Interior del barco de Álvaro y Cecilia

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Lejos de lo que muchos imaginan, vivir en una embarcación no es un lujo reservado a millonarios. Requiere adaptación, mantenimiento constante y una mentalidad práctica, pero puede ser más económico que la vida urbana tradicional.

El modelo de vida de la pareja se basa en la autosuficiencia y la diversificación. Comenzaron generando sus primeros ingresos a través de experiencias de charter: travesías en las que ofrecían a los visitantes la posibilidad de pasar unos días a bordo, navegar, aprender y compartir comidas con ellos. “Siempre hemos sido emprendedores”, explica Álvaro, quien lleva años dedicado al trading y a la gestión de un pequeño fondo de inversión del que también obtiene beneficios. Celia, por su parte, se encarga de la organización de los viajes y de la creación de contenido para marcas. “Trabajamos online y colaboramos con empresas desde cualquier lugar”, añade.

Cada vez que llegamos a un nuevo sitio, decidimos dónde vamos a trabajar. Nos adaptamos al lugar y a las oportunidades

Álvaro y Celia,Viven en un velero

A lo largo de los años, han recorrido Baleares, cruzado el Atlántico, explorado el Caribe y vivido tres temporadas en Panamá. Ahora, se encuentran en México, desde donde preparan sus próximos proyectos. “Cada vez que llegamos a un nuevo sitio, decidimos dónde vamos a trabajar. Nos adaptamos al lugar y a las oportunidades”, explica Álvaro.

Álvaro y Celia pescan su propia comida

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Una de las ventajas que destacan de su casa-velero es que el coste de vida es mucho menor que el de vivir en la ciudad. “Nos impacta cuando hablamos con nuestros amigos, porque los alquileres y la luz han subido muchísimo, mientras que nosotros conseguimos reducir cada vez más los gastos”, explican. Uno de los ahorros más importantes proviene del mantenimiento y las reparaciones del barco, tareas que antes les suponían un gasto considerable y que ahora realizan por su cuenta. “Con el tiempo hemos aprendido y ahora podemos ocuparnos de casi todo nosotros mismos”.

Una vida autosuficiente

Vivir en el mar también implica aprender a ser autosuficiente y a tomar conciencia del impacto ambiental que se deja en cada lugar al que se navega. En su barco, los recursos son limitados, pero han encontrado un modo de vida equilibrado y sostenible: cuentan con una potabilizadora que les permite generar agua dulce, placas solares que les proveen de energía y el viento como principal fuente de propulsión. “Buscamos el equilibrio. Queremos tener el menor impacto posible en el medio ambiente”, explica Álvaro.

Cuando nos acercábamos al Caribe, sufrimos una intoxicación por ciguatera. Pasamos la noche vomitando 

Álvaro y Celia,Viven en un velero

La pesca también forma parte de su rutina. “Es una forma de conseguir nuestra comida del día y de vivir en armonía con el entorno”, explica. Álvaro aprendió las técnicas de pesca durante sus viajes con sus padres, observando a pescadores locales. Entre sus capturas más apreciadas están el dorado o mahi mahi, el atún rojo y el pargo, especies que o bien no se comercializan habitualmente en España, o pueden alcanzar precios muy elevados.

Durante el cruce del Atlántico, tardaron dieciséis días en llegar de Cabo Verde a Barbados

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Siempre investigan qué peces se pueden comer y en qué zonas existen riesgos de toxinas. Saben que no siempre es fácil detectarlas, sobre todo porque los grandes depredadores, al alimentarse de muchos peces pequeños, acumulan en su cuerpo una mayor concentración de ellas, algo que les ha llevado alguno que otro susto en alta mar. “En una ocasión, cuando nos acercábamos al Caribe, sufrimos una intoxicación por ciguatera. Pasamos la noche vomitando y estuvimos una semana fatal. No fuimos al hospital porque investigamos y descubrimos que el cuerpo tenía que expulsar por sí sola la toxina”. Sin embargo, lo asumen como parte de la vida en alta mar: aprender, adaptarse y seguir adelante.

El valor de lo simple

Vivir en un velero también les ha enseñado a valorar las cosas cotidianas. “Cuando llegamos a tierra, poder usar una lavadora o darte una ducha sin tiempo limitado nos parece un lujo”, cuenta Celia. Su día a día está lleno de pequeñas rutinas que combinan disciplina y libertad: cuidar el barco, cocinar pan, organizar turnos de guardia, hacer deporte y, sobre todo, contemplar el mar. Durante el cruce del Atlántico, tardaron dieciséis días en llegar de Cabo Verde a Barbados. Tiempo que aprovecharon para meditar y encontrarse a ellos mismos. “Nunca he tenido tanta paz mental como en ese viaje —recuerda Celia—. Estás lejos de todo, en tu propio mundo. Es una sensación de serenidad absoluta”.

Hemos pasado tormentas fuertes y tenido sustos con el barco, pero siempre hemos actuado rápido. En alta mar no puedes quedarte paralizado

Álvaro y Celia,Viven en un velero

A pesar de los años navegando, se consideran afortunados de no haber vivido ninguna situación límite en alta mar. “Hemos pasado tormentas fuertes y tenido sustos con el barco, pero siempre hemos actuado rápido. En alta mar no puedes quedarte paralizado”. En una travesía atlántica, uno de los cables de acero que sostenía el mástil se rompió. Estaban a cinco días de tierra y si el mástil caía, existía el riesgo de que se abriera una vía de agua. “Fue un momento crítico”, confiesa Álvaro. Por suerte, ambos lograron resolverlo sin consecuencias graves. “El mar te enseña a mantener la calma y a confiar en tus capacidades”.

Entre los lugares que más les han sorprendido en los últimos años se encuentra el archipiélago de San Blas, en Panamá, habitado por el pueblo indígena Guna. “Son personas que viven con muy poco, pero son felices”, cuentan. Allí aprendieron que la abundancia no tiene que ver con la cantidad de cosas, sino con la conexión con lo esencial. “Nos decían: vosotros os lo estáis perdiendo, porque cada noche nos reunimos en la cabaña y nos contamos nuestro día”. Para ellos, ese contacto con otras formas de vida es lo más valioso de sus viajes. “Mucha gente recorre el mundo sin conocer realmente la cultura local —reflexiona Álvaro—. Se quedan con lo que está preparado para el turismo. Nosotros preferimos conocer a la gente, compartir sus costumbres, porque solo así puedes comprender de verdad la cultura que estás visitando”.

Álvaro y Celia

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El vínculo con la familia

La distancia con sus familias es, quizás, el aspecto más difícil de su estilo de vida. “Lo llevamos regular —admite Celia—, sobre todo ahora que nuestros abuelos son mayores y tenemos sobrinos pequeños”.

Intentan volver a España al menos una vez al año, aunque reconocen que, cuando crucen el Pacífico dentro de unos meses, será más complicado. Aun así, sus familias —que al principio pensaban que su idea de vivir en el mar era una auténtica locura— han terminado por aceptar y admirar su decisión. “Han pasado cinco años y ven que seguimos; entienden que esta es la vida que queremos y no un capricho de una aventura”.

Con el tiempo han aprendido a hacer las tareas de reparación del barco

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Álvaro y Celia no idealizan su estilo de vida, pero sí defienden que es posible para cualquiera dispuesto a cambiar su forma de ver el mundo. Reconocen que, si algún día regresaran a tierra firme, les costaría volver a la rutina urbana y a una oficina. “Nos agobiaría mucho. Estamos acostumbrados a la naturaleza”, confiesa Celia. Si en algún momento deciden dejar el mar, sueñan con una casa en el campo, quizá cerca de la costa, con un huerto y animales. “Nos gustaría llevar el espíritu del barco a tierra”, afirman.

Más allá del horizonte

Mientras tanto, su vida sigue navegando. En los próximos meses planean permanecer en México, disfrutar de su gente y preparar la gran travesía del Pacífico, rumbo a la Polinesia. “Es el salto más largo que hemos hecho nunca: son tres semanas y un mes navegando”, cuenta Álvaro.

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Su barco, que un día fue solo un sueño, es hoy su hogar, su sustento y su forma de entender la libertad. “Lo que más nos llena —dice Celia— es poder llevar nuestra casita a donde queramos, conocer culturas distintas y personas diferentes. Esa es la verdadera riqueza de la vida”.