“No soy una voyeur del arte universal porque no deseo que me excluya”, escribió una vez Montserrat Roig. La basílica de Santa Maria del Pi es, para mí, más que una basílica gótica. Es Roig, la tormenta y la pasión, los cincuenta años de la muerte de un dictador, un amor que se deshizo, mi miedo a la mediocridad… y el principio de este texto. Pero la basílica del Pi empezó mil años antes que yo y, sobreviviendo incendios, saqueos y terremotos, terminará mil años después, si es que termina. El Pi es la perfección, es la eternidad. No creo en Dios, pero creo en la evidencia: hay cosas que están muy por encima de mí.
Del 27 de septiembre al 27 de octubre, el proyecto Escaparates Artísticos, impulsado por la publicación cultural Hänsel i Gretel y la federación de asociaciones de comerciantes Barna Centre, con la colaboración del Ayuntamiento de Barcelona y la financiación proveniente de la recaudación del impuesto sobre las estancias en establecimientos turísticos (IEET), propone cuarenta intervenciones de artistas contemporáneos –procedentes de las artes visuales, escénicas, del cine y la literatura– en cuarenta escaparates de comercios del Barrio Gótico. Así, la calle Petritxol, que emana del rosetón de Santa Maria del Pi, acoge hasta nueve obras tras sus porticones. Y detrás de cada porticón hay una historia que narrar, y hoy a mi me interesa eso: lo que me hace sentirme un microbio pequeño, insignificante e irrisoria; lo que merece la pena ser contado, que es una manera pedante de decir lo que merece ser recordado.
Up Headwear, calle Petritxol, n 13/ artista Gino Rubert
Del 27 de septiembre al 27 de octubre, el proyecto Escaparates Artísticos propone cuarenta intervenciones de artistas contemporáneos –procedentes de las artes visuales, escénicas, del cine y la literatura
El peso histórico que recae sobre la calle Petritxol se percibe a simple vista al pasear por ella. Mayólicas –cerámicas vidriadas– e inscripciones en piedra revisten las paredes desencajadas de casas y locales, rindiendo homenaje a quienes allí nacieron –el librero Lluís Millà y el historiador del arte Josep Puiggarí– y murieron –el doctor Francesc Salvà, el escritor Àngel Guimerà y la poetisa Antònia Gili–.
La soprano Montserrat Caballé trabajó en la fábrica de pañuelos que había en el número 11, el maestro bailarín Joan Magriñà fundó su estudio en el número 1 y la viuda de Joan Salvat-Papasseit lloró allí la muerte del compositor de “Obre ben bé els braços/ i acluca bé els ulls/ si la carn es bada/ la vida s'esmuny”. La calle Petritxol fue la primera de Barcelona en tener una asociación de vecinos y comerciantes y, según el nomenclátor del Ayuntamiento, “petritxol” es probablemente la corrupción de “pedritxol”, porque la calle, hasta el siglo XV, no tenía salida –no conectaba con la calle Portaferrissa– e interrumpía el paso de los carruajes mediante un poyo (“pedrís” en catalán) o “pedritxol”.
El peso histórico que recae sobre la calle Petritxol se percibe a simple vista al pasear por ella
La acción Escaparates Artísticos cobra, pues, más sentido que nunca en la calle Petritxol, donde esta multitud de historias se funden para regresar bajo otras historias, y la selección de obras en función de los comercios, y a la inversa, rompe los muros que, tradicionalmente, han aislado el “botiguismo” del mundo artístico barcelonés.
Doblada la esquina, en una arista Petritxol y en la otra Portaferrissa –colgando de la primera una inscripción para Lluís Millà–: Aragaza, una tienda de ropa diseñada y fabricada en Barcelona, es la primera de mi recorrido. Alberga un tapiz de trapillo y perlas del artista andaluz Pablo del Pozo que, pese a vivir en Barcelona, conserva el vínculo con su lugar de origen y procura no perder nunca de vista sus raíces. En la fachada de enfrente, bajo un esgrafiado –humilde y vulgar a mi parecer–, el Atelier de Ballerinas. Este comercio de calzado, que inicialmente se dedicaba solo a la distribución y ahora se ha convertido en una marca propia, acoge la instalación de Mònica Rikić, Bixets bitxots, unos dispositivos electrónicos cinéticos hechos a mano.
La acción Escaparates Artísticos cobra, pues, más sentido que nunca en la calle Petritxol, donde esta multitud de historias se funden para regresar bajo otras historias
El tercer escaparate, el establecimiento Accent Created Diamonds, pionero en el Estado en la venta de joyería con diamantes creados en laboratorio, expone un montaje de Joan Pallé, que sostiene que el mundo no es solo lo que podemos ver y tocar. Y como si se tratara del Ponte Vecchio de Florencia, enfrente, la Joyería Petritxol, con el añadido de que, en lugar de piezas comerciales, este local defiende la artesanía. Jan Monclús presenta en esta situación un óleo sobre lino basado en el valor del error, que nunca debe ser un descarte, que siempre debe posponerse, sencillamente.
Junto a una mayólica que anuncia las granjas de la calle –“Iban allí a comer nata ensaimada y chocolatada”–, y bajo un enmarcado de madera con líneas de curvatura cruzadas –que se extienden a la fachada y recuerdan a veces un corazón, a veces unas vísceras–, está la sombrerería Up Headwear. La tienda de sombreros alberga Coney Island, una pintura del artista Gino Rubert, y, pasando por las inscripciones dedicadas a Francesc Salvà y Montserrat Caballé: YellowKorner, donde Javier Alcántara presenta su último proyecto, una impresión en la que es fácil ver su interés por los espacios físicos y las especies que nos rodean.
El tercer escaparate, el establecimiento Accent Created Diamonds, pionero en el Estado en la venta de joyería con diamantes creados en laboratorio, expone un montaje de Joan Pallé, que sostiene que el mundo no es solo lo que podemos ver y tocar
En la Sala Parés, la galería más longeva del Estado y el primer espacio artístico permanente de Barcelona –Santiago Rusiñol, Ramon Casas, Joaquim Mir, Isidre Nonell y por primera vez Pablo Picasso expusieron allí sus cuadros– se alberga una ilustración naturalista de Carlos Forns, que suscribe a Goethe en lo de tomar la naturaleza como unidad de medida para el arte. El Espai Quera, la mítica librería de cultura excursionista y narrativa viajera –desde hace algunos años también ofrece un servicio de restauración–, acoge una cerámica de Jordi Alcaraz y, como quien noquiere la cosa, uno tras otro, entre el número 4 y el número 1, Àngel Guimerà, Antònia Gili, Joan Magriñà y Josep Puiggarí: recuérdenlos en lo que han sido.
A punto de doblar la esquina opuesta, el último escaparate de mi recorrido: Sant Joieria. Destaca, precisamente, por su colección de joyas que llevan la firma de algunos de los grandes maestros del arte contemporáneo y expone un conjunto fotográfico de la artista Mercedes Mangrané que, moviéndose entre la abstracción y la figuración, vive la urgencia de un mundo cambiante que fascina y asusta a la vez. Resuena el campanario de la basílica del Pi. Parece que anuncie el Juicio Final, pero solo es el final de este texto. No creo en Dios, pero entro dentro porque me gusta confesarme pequeña como un microbio, insignificante e irrisoria. El Pi es la perfección, es la eternidad, como también lo son las historias detrás de los porticones. “Sea justo a los poetas morir”, escribió una vez Horacio, que vivió mil años antes que Santa Maria del Pi.
