La vida de Idoia Chicoy no tiene paredes fijas ni dirección postal. Ella divide el año entre su propio velero, que comparte a ratos con amigos, a ratos consigo misma, y las campañas de Sea Shepherd Global, la ONG de conservación marina que patrulla océanos para documentar e impedir pesca ilegal, de la que es capitana. Son meses en alta mar, turnos de guardia, informes, tormentas, travesías interminables y una convivencia intensa con científicos, mecánicos, marineros y activistas. “No hay ocio. Apenas hay noche. Pero estás ahí por algo más grande que tú”, resume.
Cuando vuelve a su barco, siente que la vida se ralentiza. Navega sin prisa, bucea, cambia de cala si le apetece, o simplemente observa pasar las horas mientras el sol cae sobre la cubierta. Aun así, insiste en que esta vida, por más que muchos la romanticen, no es la postal que muchos imaginan. No hay glamour, ni Instagram que lo capture. Hay incomodidad, miedo, limitaciones y una conciencia constante de que cualquier error, por pequeño que sea, se paga caro en el mar. Pero también hay una libertad profunda, asegura, de esas que difícilmente se encuentran en tierra firme. Lo cuenta en Guyana Guardian.
Vivir en un barco los 365 días del año
Una forma de vida totalmente distinta
Cuando alguien le pregunta si vivir todo el año en un barco no es incómodo o solitario, ¿qué responde?
Me lo preguntan muchísimo. Y sí: hay días incómodos. A veces no puedes dormir, a veces pasas mala mar, a veces se rompe algo y tienes que repararlo en el momento. No es una vida romántica. Y también hay momentos de soledad, claro, pero a mí nunca me ha pesado porque me gusta mucho vivir así. Para alguien que vive en tierra firme puede parecer durísimo, pero para quienes estamos acostumbrados al mar es simplemente otro modo de habitar el mundo.
Vivir en un barco implica estar constantemente conviviendo con todo tipo de gente en alta mar
¿Qué le llevó a convertir el mar en su casa permanente?
Ha sido un proceso natural. Siempre me he dedicado a navegar y a trabajar en barcos, así que al final pasaba más tiempo a bordo que en tierra. Para mí el barco es trabajo, pero también hogar. Cuando te das cuenta de que donde mejor estás es navegando, tomar la decisión de vivir a bordo es casi lógica.
Mi vida es navegar, trabajar en el mar y mantener mi barco en pie
¿En qué consiste su trabajo en el día a día?
Depende de si estoy con la ONG o trabajando para otras tripulaciones. Suelen ser días largos. Te levantas temprano, preparas el barco, organizas la logística de la semana, hablas con proveedores, revisas materiales… Si hay tripulación, hacemos una reunión diaria para repartir tareas. Y si hay clientes o invitados, organizas la salida, los avistamientos, las explicaciones sobre fauna marina.
En campañas de varias semanas la dinámica cambia: aprovechas la luz para navegar o buscar animales y por la noche haces guardias o mantenimientos.
¿Cómo es su rutina cuando trabaja específicamente en la ONG Sea Shepherd Global?
Muy estructurada. Me levanto a las siete, preparo la reunión de jefes de departamento y después la reunión general con la tripulación. Las operaciones suelen arrancar hacia las cinco de la mañana si estamos en alta mar. Después tengo guardias de cuatro horas y, cuando las termino, me dedico a los trabajos que vaya necesitando el barco. Son días intensos, sin mucho ocio, porque estás siempre pendiente de la navegación, del puente o de las maniobras.
Vivir en un barco los 365 días del año
6 meses en el barco de la ONG y otros 6 en el suyo propio
Y cuando no está en campaña, ¿cómo es su vida en su propio barco?
Mucho más libre. Puedo navegar por placer, fondear donde me apetece, bucear, nadar, moverme según el tiempo. No tengo que dar explicaciones a nadie. Esa es la parte bonita de vivir a bordo: eliges cada día dónde despertar.
En su barco puede disfrutar de atardeceres preciosos cada día, aunque asegura que no es la vida idílica que todo el mundo cree
Económicamente, ¿paga algo similar a un alquiler?
No, no existe el concepto “alquiler” como tal, pero sí hay muchos gastos: mantenimiento, piezas, reparaciones, fondeos, astilleros… Un barco es como una casa que siempre está pidiendo algo.
En un barco aprendes a gestionar cada recurso: el agua, la luz, la energía
Vivir en un barco cambia cosas básicas: duchas, cocina, agua dulce… ¿Cómo lo gestiona?
El agua es el recurso más limitado. Tienes un tanque y se acaba. Si tienes una potabilizadora, puedes generar agua dulce, pero no siempre puedes usarla, así que hay que ser muy eficiente: duchas rápidas, limpieza justa, nada de malgastar. Muchas cosas las hago con agua salada: lavar la cubierta, limpiar equipos…
¿Y la energía?
Igual, se aprende a optimizar. Cuando navego a motor aprovecho para cargar móviles, ordenadores, GPS. Si el barco es grande suele haber generadores, pero cuanta más electricidad usas, más contaminas. Tienes que pensar mucho cada decisión para no desperdiciar nada.
En un barco todo está muy limitado y aprendes muy bien a gestionar tus recursos
Trabajó años en avistamientos de cetáceos. ¿Qué aprendió de aquella etapa?
Yo estudié biología marina y esa experiencia fue fundamental. Entendí mejor cómo viven los cetáceos, cómo les afectan las actividades humanas y cómo podemos educar a la gente para que sea más consciente. En cada salida explicábamos qué animales veíamos, cómo interactúan con su entorno y qué impactos generamos sobre ellos. Era divulgación pura.
Vivir en un barco los 365 días del año
Combinar ciencia y navegación para denunciar la pesca ilegal
Ahora trabaja en conservación marina. ¿Qué tipo de proyectos hace en Sea Shepherd Global?
Nuestro foco principal es la pesca ilegal en el Golfo de Guinea. Documentamos actividades ilegales y denunciamos a los barcos que operan allí. Además, llevamos científicos a bordo para estudiar cómo interactúan ballenas, delfines y otros animales con los grandes pesqueros. La idea es que, en un futuro, la pesca pueda gestionarse sin prácticas destructivas que arrasan los ecosistemas.
Es capitana. ¿Cómo llegó ahí?
Navego desde pequeña. Primero obtuve los títulos recreativos en España, luego el de patrón de altura y con la experiencia fui llevando barcos más grandes. Ahora capitanear un barco de 75 metros es parte natural de mi recorrido profesional.
¿Ha vivido situaciones realmente complicadas en el mar?
Muchas. Sobre todo en veleros, que son muy vulnerables. En el Mediterráneo me he comido tormentas muy fuertes. En el Pacífico también, pero las peores, sin duda, han sido aquí. A veces se rompen cosas esenciales y tienes que arreglarlas para poder llegar a costa. Son momentos duros, pero forman parte de navegar.
Idoia asegura que navegar es su vida y que, por el momento, no se ve volviendo a tierra firme
¿Cuál ha sido su travesía más dura?
La de Estados Unidos a Nueva Zelanda. Cruzar el Caribe con mal tiempo fue exigente física y mentalmente. Pero al pasar el Canal de Panamá y llegar a la Polinesia todo cambia: es precioso. Aun así, fue la travesía más larga y difícil que he hecho.
Creo que navegaré siempre. Es mi forma de estar en el mundo
¿Cómo le ha cambiado emocionalmente vivir en un barco?
Muchísimo. En el mar no hay rutina fija: cada día puede ser diferente y a veces te enfrentas a problemas que no puedes solucionar de golpe. Hay accidentes, averías, tensiones, situaciones personales… Y estás lejos de tierra. Eso exige mucha resiliencia mental. También aprendes a tener una red de apoyo: en la ONG usamos el Buddy System, donde cada persona tiene a alguien asignado para apoyarla si está mal. Eso te enseña a pedir ayuda y a ofrecerla.
¿Qué parte de su vida cree que la gente idealiza y cuál no se imagina?
La gente idealiza los atardeceres, las ballenas, la libertad… y sí, eso existe, pero no todo el rato. No se imaginan lo duro que es navegar semanas sin ver tierra, lo que pesan las guardias nocturnas o lo agotador que es mantener un barco vivo. Pero cuando llega un día perfecto, entiendes por qué sigues aquí.
¿Ve esta vida como algo temporal o como un proyecto de futuro?
Creo que navegaré siempre. Mi barco es mi hogar y seguiré moviéndome con él. Sí imagino tener épocas más tranquilas, pero volver a tierra firme como estilo de vida… no lo veo.
