Ana Morales es psicóloga especializada en alimentación emocional y aceptación corporal. La experta ayuda a mujeres que están hartas de las dietas y que sienten que no encajan en su cuerpo a mirarse al espejo. A través de su libro, ¡Qué Buena Estoy! Tira las dietas a la basura y vive con salud emocional, trabaja desde la psicología, el humor y la empatía para romper con las reglas de las dietas restrictivas y enseñar a cuidar cuerpo y mente desde el cariño, no desde la culpa.
“Mi trabajo no es la comida, es lo que hay detrás de la comida. No me importa si comes chocolate o ensalada, me importa por qué lo comes. ¿Qué estás tapando con cada bocado? ¿Qué emoción no quieres sentir? ¿Qué vacío, qué insatisfacción estás intentando llenar con la nevera?”, aclara. La experta ha desvelado todo sobre las dietas y el gran impacto que tienen en nuestras vidas para La Vanguardia.

Ana Morales, retrato
¿Por qué afirmas que las dietas no son buenas? ¿A qué tipo de dietas te refieres exactamente?
Si hacer una dieta resolviera el problema del peso, bastaría con hacer una en toda la vida y asunto arreglado. Pero aquí estamos, con mujeres que llevan 15, 20 o incluso 30 años atrapadas en el ciclo de “el lunes empiezo”. Cuando hablo de dietas, me refiero a esas restrictivas que te prometen resultados mágicos si eliminas carbohidratos, grasas o básicamente cualquier cosa que disfrutes. También incluyo aquellas que te obligan a pesar la pechuga de pollo como si fuera lingote de oro o aseguran que no comer después de las 6 de la tarde es la clave para adelgazar.
Todas tienen algo en común: la restricción. Y las prohibiciones, tarde o temprano, llevan a la obsesión. Porque, sorpresa: el cuerpo y la mente no llevan bien las prohibiciones. Además, el problema de las dietas es que parten de la premisa de que hay algo en ti que necesita ser arreglado. Te ponen en un modo de “control” que solo dura hasta que la fuerza de voluntad se agota (y se agota siempre, porque nadie puede vivir con hambre, ansiedad y restricciones eternamente).

Mujer frustrada en la cocina de su hogar
Hay que entender que no pasa nada por comer un trozo de tarta en un cumpleaños, tomar alimentos procesados de vez en cuando o saltarte una comida. La clave está en la flexibilidad
Si las dietas fueran la solución, el mundo estaría lleno de gente delgada y feliz. Pero lo que vemos es a personas obsesionadas con la comida, aterradas de ganar peso y con una relación con su cuerpo más distorsionada que un episodio de “Black Mirror”. Por eso, no. Las dietas no solo no funcionan a largo plazo, sino que generan más ansiedad, culpa y una sensación constante de fracaso. Y eso es mucho más dañino que cualquier croissant.
¿Las dietas restrictivas pueden empeorar la relación emocional con la comida? ¿Por qué?
Por supuesto. Y no solo un poco, sino hasta el punto de que, después de un tiempo a dieta, la comida deja de ser comida y se convierte en un campo de batalla emocional. Para empezar, te obligan a desconectarte de tu cuerpo. Ya no comes cuando tienes hambre, comes cuando “toca”. No eliges lo que te apetece, sino lo que está permitido. Y si un día te sales del guion, la culpa te golpea: “¿Por qué lo hice? ¿Soy un desastre? ¿Cómo lo compenso mañana?”.
Las dietas te meten en la cabeza que hay “comida buena” y “comida mala”. Y, peor aún, que comer “bien” te hace virtuoso, mientras que comer “mal” te convierte en alguien sin autocontrol. ¿El resultado? Gente que se siente culpable por comerse un trozo de pan. Gente que come chocolate y promete “compensarlo” mañana. Gente que no puede disfrutar de una cena sin calcular calorías.
Las dietas mueven miles de millones al año, y lo último que quieren es que te des cuenta de que no necesitas otra dieta, sino aprender a relacionarte con la comida de forma saludable
Cuando conviertes la comida en una cuestión moral, cada bocado se vuelve una sentencia. Y así es como empiezan los atracones, la culpa y la obsesión. Porque lo prohibido se vuelve más deseado. Y porque nadie puede vivir eternamente a base de pollo a la plancha y brócoli sin que, tarde o temprano, le entren ganas de devorar una pizza entera. Y ya que “fallaste”, te lo comes todo. Las dietas no solo fallan en lo físico. Fallan en lo mental. Te enseñan a desconfiar de tu cuerpo y a sentir culpa cada vez que te sales del guion.
Si según explicas las dietas no son la solución, ¿por qué se siguen recomendando tanto en la sociedad actual?
Hay un negocio multimillonario montado en hacerte sentir que tu cuerpo está mal. Las dietas mueven miles de millones al año, y lo último que quieren es que te des cuenta de que no necesitas otra dieta, sino aprender a relacionarte con la comida de forma saludable.
La dieta restrictiva es como una cárcel alimentaria: te prohíbe, te limita y convierte la comida en una fuente de estrés
La industria de la dieta se alimenta de tu inseguridad. Si mañana todas las mujeres del mundo se sintieran bien con su cuerpo, esa industria colapsaría. Desde pequeñas, nos enseñan que hay cuerpos “correctos” e “incorrectos”. Que la felicidad está en perder esos kilos de más. Que “cuidarse” es sinónimo de adelgazar. Y cuando creces con esas ideas, es fácil caer en el ciclo de las dietas, porque prometen justo lo que buscas: aceptación y amor propio. Cuando la dieta falla te sientes culpable y crees que el problema eres tú. En lugar de cuestionar el sistema, te apuntas a la siguiente dieta milagrosa. Y el ciclo vuelve a empezar.
¿Cuál es la diferencia entre una dieta restrictiva y un plan de alimentación saludable?
Una te hace vivir con ansiedad, mientras que la otra te enseña a disfrutar la comida sin miedo. La dieta restrictiva es como una cárcel alimentaria: te prohíbe, te limita y convierte la comida en una fuente de estrés. Te dice que debes comer X gramos de pechuga, que el pan está prohibido y que comerte una galleta es casi un pecado.
Aprender a escuchar a tu cuerpo y darle lo que necesita sin culpa vale mucho más que seguir un plan perfecto.
En cambio, un plan de alimentación saludable es como un guía amable que te ayuda a encontrar equilibrio. No se basa en prohibiciones ni reglas rígidas, sino en el autocuidado, en escuchar a tu cuerpo y darle lo que necesita, sin miedo ni culpa. La diferencia está en el enfoque: la dieta restrictiva se basa en el control y la obligación; un plan saludable se basa en la conciencia y la libertad. No es lo mismo comer una ensalada porque “te toca” que porque realmente te apetece y disfrutas cuidándote.

Dos personas preparando la comida
¿Es posible seguir pautas alimentarias sin que se conviertan en una obsesión o una fuente de estrés?
Sí, siempre que las reglas sean una guía y no una cárcel. El problema no es querer comer sano. El problema surge cuando comer sano se convierte en una fuente de ansiedad. Cuando te sientes culpable por salirte del plan, piensas en comida todo el día o te estresas por comer algo “prohibido”, ahí es cuando suena la alarma.
Pero no es que lo hayas hecho mal. Es que el sistema de las dietas está diseñado para que fracases
Hay que entender que no pasa nada por comer un trozo de tarta en un cumpleaños, tomar alimentos procesados de vez en cuando o saltarte una comida. La clave está en la flexibilidad. Las pautas son útiles si te ayudan a sentirte bien, pero si empiezan a hacerte sentir prisionera, dejan de ser saludables. Aprender a escuchar a tu cuerpo y darle lo que necesita sin culpa vale mucho más que seguir un plan perfecto.
¿Cómo afecta el “efecto rebote” no solo al cuerpo, sino también a la mente y la autoestima?
El efecto rebote es como una montaña rusa emocional: al principio estás arriba, motivada, porque has perdido peso con la dieta. Pero en cuanto vuelves a comer “normal”, el peso regresa (y muchas veces con intereses), y empieza la caída: frustración, culpa, sensación de fracaso.
Cada vez que recuperas el peso perdido, no solo vuelves al punto de partida, sino que te sientes peor. En tu cabeza suenan frases como: “No valgo, no sirvo, nunca lo voy a conseguir”, “Lo he vuelto a hacer mal”. Pero no es que lo hayas hecho mal. Es que el sistema de las dietas está diseñado para que fracases. El cuerpo no está hecho para vivir en déficit calórico todo el tiempo. Cuando lo privas de comida, activa todos sus mecanismos para recuperar lo perdido. No es falta de voluntad, es pura supervivencia.
Una cosa es tener hábitos que te hagan sentir bien, y otra es convertir la comida en el centro de tu vida
Pero el verdadero problema es que cada rebote no solo afecta a tu cuerpo, sino que te deja con menos confianza en ti misma. Sientes que el problema es la falta de disciplina, cuando en realidad lo que falla es la restricción. Y entonces entras en un ciclo de autocrítica y odio hacia tu cuerpo, que te lleva a buscar otra dieta... y así, una y otra vez, en un bucle infinito de sufrimiento.
¿Cómo podemos redefinir el concepto de “comer saludable” sin caer en extremos?
Redefiniendo “comer saludable” como “comer en paz”. Comer saludable no es solo ensaladas y quinoa. Es comer con disfrute, sin culpa, sin obsesiones. Una cosa es tener hábitos que te hagan sentir bien, y otra es convertir la comida en el centro de tu vida. Porque da igual si te obsesionas con los donuts o con el real food, el problema no es qué comes, sino cuánto espacio mental le das a la comida.
No necesitas más dietas, necesitas reconciliarte con tu cuerpo y con la comida
Una persona que no puede salir a cenar con amigos porque no sabe si habrá opciones “suficientemente sanas” tiene la misma prisión mental que quien no puede parar de comer ultraprocesados. La diferencia es que una está mejor vista que la otra, pero ambas tienen algo en común: la comida tiene demasiado poder en sus vidas. El objetivo es que la comida ocupe el lugar que le corresponde: el de nutrirte y disfrutarte, sin que condicione tu estado de ánimo, tu autoestima o el nivel de éxito de tu día.

Dos personas disfrutando de la comida
¿Qué impacto psicológico puede tener el fracaso repetido de diferentes dietas?
Destruye la autoestima. Te deja con la sensación de que el problema eres tú. Cada vez que una dieta falla, no pensamos “la dieta no funciona”, sino “yo no tengo fuerza de voluntad”. Nos culpamos, nos castigamos y nos convencemos de que si no lo conseguimos es porque algo en nosotras está mal.
Y lo peor es que, cuanto más fracasamos, más desesperadas nos sentimos. Y en esa desesperación, nos aferramos a la siguiente dieta milagrosa con la esperanza de que “esta vez sí”. Pero la historia se repite. Porque el problema nunca ha sido la falta de disciplina, sino la restricción misma.
A nivel psicológico, esto genera un daño enorme. Cada dieta fallida refuerza la creencia de que no somos capaces, de que nuestro cuerpo es el enemigo, de que sin reglas externas no podemos confiar en nosotras mismas. Y eso, con el tiempo, no solo afecta nuestra relación con la comida, sino también con nosotras mismas. Salir de este ciclo requiere un cambio de enfoque total. No necesitas más dietas, necesitas reconciliarte con tu cuerpo y con la comida. Porque cuando dejas de ver la alimentación como una lucha, por fin puedes empezar a vivir en paz contigo misma.