Cada vez más personas en el mundo aseguran sentirse profundamente alteradas por sonidos cotidianos que para la mayoría pasan desapercibidos: alguien masticando, respirando, tecleando o incluso simplemente moviéndose en el piso de arriba. No hablamos de una simple molestia o manía, sino de una respuesta emocional intensa, automática y, a menudo, incontrolable. Esta condición se llama misofonía, y aunque afecta potencialmente hasta al 20% de la población, sigue siendo una gran desconocida.
La misofonía no está reconocida oficialmente como un trastorno clínico, pero quienes la padecen describen una lucha diaria que impacta gravemente en sus relaciones personales, su vida social, su trabajo y su bienestar emocional. Se trata de una hiperrespuesta neurofisiológica en la que ciertos sonidos son interpretados por el cerebro como amenazas, disparando estados de alerta, ansiedad e incluso rabia.
Celia Incio, psicóloga especializada en misofonía y fundadora del único centro especializado en misofonía del país, comparte con nosotros no solo qué es la misofonía, cómo se manifiesta y por qué muchas veces se malinterpreta, sino también qué tipo de tratamiento psicológico puede ofrecer alivio.

La misofonía es un trastorno auditivo mediante el cual a una persona le molestan especialmente determinados sonidos
¿Cómo describirías la misofonía a alguien que nunca ha oído hablar de ella?
La misofonía se conoce como una condición, no como una enfermedad ni como un trastorno. Es una condición neurofisiológica que hace que, si la sufres, tengas reacciones emocionales totalmente desproporcionadas, automáticas, que la persona describe como incontrolables, ante sonidos comunes que, objetivamente, no tienen una intensidad como para justificar esa reacción. Hablamos de sonidos como masticar, respirar, sorber, toser, teclear, arrastrar los pies… o incluso ruidos que hacen los vecinos en la convivencia diaria, como pasos o mover muebles.
¿Qué diferencias hay entre alguien que simplemente se irrita por ciertos sonidos y una persona con misofonía?
Por un lado, la irritación que provoca la misofonía es extrema. La persona siente una necesidad imperiosa de que el sonido pare o de salir de ahí. No es como una molestia común, que puede incomodar, pero es más llevadera, más controlada, y te permite quedarte en ese lugar aunque te moleste. Con la misofonía, si aguantas, lo que pasa es que te genera ansiedad, bloqueo, e incluso conflicto con la persona que emite el sonido. Además, no es solo emocional: también hay una reacción física. Se nota tensión en el cuerpo, en el pecho, en las extremidades, calor, el corazón se acelera, la respiración se vuelve más agitada. Todo eso, una simple molestia no lo provoca.
¿Cuáles son los desencadenantes más comunes en tus pacientes?
Las causas se desconocen, pero sí que parece que es el resultado de varios factores. Hay un factor neurológico, y parece que las personas con misofonía tienen una mayor hiperactivación en su sistema nervioso central, es decir, la corteza auditiva que integra los sonidos, automáticamente lanza a al sistema límbico todo el sonido que provoca una reacción de alerta desmedida. Es como si el sistema nervioso procesara ese sonido como una amenaza y como un daño, como un ataque. Pero que para que eso se dé, tiene que existir una sensibilidad y reactividad ante determinados estímulos.
Con la gente cercana, como mi madre, mi padre o mi pareja, espero cuidado y consideración, por lo que cuando me molestan, la sensación de daño o amenaza se intensifica
¿Los sonidos más comunes que molesten?
Suelen ser los causados por las personas. Aunque en algunos casos, como con un camión de carga y descarga, también puede ser molesto, la mayor irritación proviene de los comportamientos humanos. Incluso con los ladridos de un perro, el problema no está en el perro, sino en el dueño que lo deja solo, haciendo que el animal ladre, y eso es algo que la persona con misofonía tiene que soportar. Los sonidos más típicos incluyen masticar, respirar, carraspear, e incluso los ruidos de los vecinos. Aunque, es importante aclarar que cuando hablamos de los ruidos de los vecinos, no nos referimos a ruidos que sean una falta de educación o irrespetuosos, como mover muebles a horas inapropiadas. Eso no es misofonía, sino un problema real de convivencia.
¿Por qué molesta más escuchar a tu pareja o familia que a un desconocido?
Esto tiene una explicación: cuando alguien cercano a mí hace un ruido que me irrita, lo percibo como más ofensivo que si lo hace una persona con la que no tengo vínculo emocional, como alguien en el metro. Con la gente cercana, como mi madre, mi padre o mi pareja, espero cuidado y consideración, por lo que cuando me molestan, la sensación de daño o amenaza se intensifica. Aunque los pacientes saben que esta reacción es irracional, sienten una gran frustración porque esa persona a la que quieren está causando ese malestar.
Además, si la persona que me irrita es cercana, el conflicto interno es mayor, ya que el deseo de pasar tiempo con ella se ve amenazado. Si me molesta algo de mi pareja, el estrés y la alerta aumentan porque me preocupa que esto pueda afectar nuestra relación. Los pensamientos de catastrofización surgen, como: “¿Y si esto siempre es así? ¿Y si no puedo estar con ella?” Este tipo de pensamientos hace que esté más alerta la próxima vez que estemos juntos, aumentando la probabilidad de identificar el sonido que me molesta, ya que el riesgo de perder esa relación emocional es mucho mayor que con alguien no cercano.
En bebés pequeños, la misofonía no suele aparecer porque no les atribuimos la capacidad de evitar ciertos sonidos
¿Es recomendable recurrir a los tapones?
Si no tienes otros recursos, lo mejor es usar los tapones para evitar el sufrimiento y la ansiedad que los ruidos te generan. Pero si los usas siempre, tu cerebro se acostumbra a estar protegido, y cuando no los tengas, te volverás más sensible al sonido. Esto hace que reacciones con más intensidad, y con el tiempo serás aún más vulnerable a los ruidos.
¿Cómo es el tratamiento que utilizáis?
El tratamiento comienza con un primer contacto para evaluar si podemos ayudar al caso y si es adecuado para nuestro enfoque. Luego, realizamos un proceso de evaluación en tres sesiones para analizar las particularidades de la misofonía de la persona, como los sonidos que le afectan, la intensidad y los pensamientos asociados, así como cómo maneja las emociones en su día a día. Hacemos un “mapa” de su situación y, con base en eso, desarrollamos un plan de tratamiento personalizado. Después de esta evaluación, el paciente aprende técnicas generales para lidiar con situaciones críticas y, si está de acuerdo, comenzamos el tratamiento con herramientas adaptadas a su caso y la reestructuración de los pensamientos.
Has mencionado el ‘reentrenamiento del sistema nervioso’. ¿Cómo se lleva a cabo eso en la práctica?
El tratamiento para la misofonía se enfoca en reeducar el sistema nervioso para que reaccione de manera diferente ante los sonidos desencadenantes. Esto se hace trabajando en varias áreas: primero, se abordan los pensamientos automáticos que asocian el sonido con sensaciones de injusticia o desconsideración, reestructurándolos para que no se perciban como una amenaza. Luego, se entrenan estrategias de afrontamiento que se practican en contextos cotidianos de menor dificultad, progresando hacia situaciones más desafiantes.
También es clave regular las emociones asociadas a la misofonía, utilizando técnicas de desactivación, respiración y manejo de la ansiedad. Además, se enseña a las personas a no enfocarse obsesivamente en el sonido, sino a colocarlo en un segundo plano, lo que ayuda a reducir su intensidad emocional. A través de estos métodos, se busca que el paciente reexperimente los sonidos de una forma menos dolorosa.

Los sonidos más típicos que molestan incluyen masticar, respirar, carraspear, e incluso los ruidos de los vecinos
¿Una curiosidad?
Una curiosidad interesante sobre la misofonía es que tiene una gran correlación con la intolerancia a las injusticias o la falta de respeto. Muchas personas que la padecen son muy consideradas con los demás y no pueden tolerar que el mundo no responda de la misma manera, especialmente cuando se trata de ruidos como los de los vecinos. En bebés pequeños, la misofonía no suele aparecer porque no les atribuimos la capacidad de evitar ciertos sonidos. Sin embargo, cuando el bebé crece y empieza a entender que puede controlar ciertos ruidos, como comer con la boca cerrada o sonarse los mocos, es cuando la misofonía puede comenzar a manifestarse. Esto resalta la importancia de la interpretación que hace nuestro cerebro sobre lo que está sucediendo, especialmente cuando creemos que algo podría haberse evitado.
La misofonía no tiene una “cura” en el sentido de desaparecer por completo
Eres la fundadora del único centro en España especializado en misofonía. ¿Cómo nació esta iniciativa y qué te llevó a enfocarte en esta área tan específica?
Todo empezó cuando vi a un paciente con esta condición, algo de lo que nunca había oído hablar antes, a pesar de mi formación. El sufrimiento de esa persona me motivó a formarme desde cero y comenzar a investigar. Con el tiempo, decidí compartir mis conocimientos a través de las redes para ayudar a más personas, ya que descubrí lo poco que se habla de esta condición y lo mucho que afecta a quienes la padecen.
Trabajar con personas que sufren misofonía me ha hecho comprender la resiliencia humana y la capacidad de sobreponerse a algo tan incontrolable. También me ha asombrado el poder de las estrategias psicológicas y la plasticidad del cerebro para mejorar el bienestar.
¿La misofonía se “cura” o se aprende a convivir con ella?
La misofonía no tiene una “cura” en el sentido de desaparecer por completo, sino que lo que se logra es reprogramar el sistema nervioso. A través de este proceso, el cerebro aprende a filtrar los sonidos que antes causaban irritación, de modo que ya no disparen esa reacción emocional. En la mayoría de los casos, los sonidos molestos ni siquiera son percibidos conscientemente. Sin embargo, si hay niveles altos de ansiedad o estrés, el cerebro puede activar de nuevo esa irritación. Pero con las estrategias aprendidas, se puede manejar la situación sin que cause un malestar significativo.