Hasta los 12 años, escuchar la voz de mamá o papá puede ser un bálsamo neurológico para un hijo o hija. Literalmente. Para un niño, oír a sus padres no solo es reconfortante, también es placentero a nivel cerebral. Pero algo cambia radicalmente en la adolescencia. “La voz de los padres activa zonas de placer en el cerebro infantil, asociadas a la dopamina”, explica la neuropsicóloga Begoña del Campo en Formar en Valores. “Eso desaparece al llegar a los 12 o 13 años. Es un cambio brusco, pero perfectamente natural”.
Seguramente la escena es familiar para millones de familias: antes, una llamada desde el salón bastaba para hacer sonreír a un niño y hoy, ese mismo hijo o hija adolescente responde con un gruñido, una mirada indiferente o un: “¿qué?”. Ese cambio de tono no es solo hormonal o de actitud, sino cerebral. “La misma voz que antes provocaba una respuesta positiva, ahora puede generar rechazo. Lo que cambia es la reacción del cerebro”, explica Del Campo. Y no es que te odie, es que está creciendo.

Adolescentes
Desde la neuropsicología, este fenómeno tiene una explicación clara y funcional. La adolescencia es una etapa de transición biológica y emocional, diseñada para preparar la independencia. Y parte de ese proceso consiste en aprender a distanciarse de las figuras de apego más fuertes: los padres. “Es un sistema de protección emocional. Si tu hijo de siete años tuviera que irse a la universidad, sería traumático. En cambio, cuando lo hace a los 18, ya no lo soportas tanto... ni él a ti”, dice entre risas Del Campo.
Y entender esto puede cambiar por completo la forma en que acompañamos a nuestros hijos
Lejos de ser un fallo del sistema, esta “crisis” es un mecanismo de adaptación. Y entenderlo puede ayudar mucho en casa. “La adolescencia prepara a los hijos para irse... y a los padres para dejarlos ir. Por eso, en lugar de pelear constantemente, conviene recordar que es parte del proceso. Y que pasará”, señala. A veces, comprender la biología detrás del conflicto puede suavizar el impacto emocional.
Muchas veces, los padres interpretan estos cambios como una señal de que han perdido el vínculo con sus hijos. O peor, como una amenaza. Pero no es eso. “No se han vuelto unos monstruos. No han dejado de quererte. Simplemente, su cerebro necesita espacio para construirse a sí mismo”, aclara la experta. Y añade: “Todo está perfectamente armado. Solo hay que saberlo leer”.

Madre e hija
Eso no quiere decir que la adolescencia sea fácil. Ni para los hijos, ni para los adultos. Pero tener herramientas para comprender lo que está ocurriendo puede marcar la diferencia. No se trata de renunciar a los límites, sino de acompañar el proceso con un poco más de empatía y paciencia. Del Campo lo resume con claridad: “No es personal, es neuropsicología”.
Al final, todo encaja. La transformación que parece tan dolorosa es, en realidad, un paso necesario. Uno prepara a cada hijo para su vida adulta... y a cada madre o padre para soltar. Así que si tu hija ya no quiere que le cantes antes de dormir o tu hijo se encierra sin decir buenos días, respira. Es el cerebro haciendo su trabajo.