Boticaria García advierte del riesgo de comer distraídos: “Si comes con el móvil, tu cerebro no procesa que has comido: así empieza el descontrol”

'Y ahora Sonsoles'

Comer frente a una pantalla, aunque parezca inofensivo, interfiere directamente en el sistema de saciedad: el cerebro no registra que hemos comido y eso desequilibra por completo la regulación natural del hambre

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Boticaria García, en ‘Y ahora Sonsoles’, donde abordó cómo el uso del móvil durante las comidas interfiere en las señales de saciedad

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Atresmedia

Comer con el móvil en la mano, frente al ordenador o mientras se contesta un audio. Lo hacemos todos. Y lo hacemos sin pensar. Pero ese gesto tan aparentemente inofensivo podría ser una de las causas que explican por qué, aunque comamos, seguimos teniendo hambre.

Comer sin atención, el primer error

Boticaria García advierte que el cerebro necesita registrar la acción de comer para activar la señal de saciedad

En su intervención en el programa Y ahora Sonsoles, Boticaria García puso el foco en una escena cotidiana que afecta al sistema nervioso más de lo que imaginamos. “Cuando llevamos un ratito comiendo ya, comemos y, en función de si estamos viendo el móvil mientras comemos, no mandamos señales al cerebro de que estamos comiendo”, explicó. El resultado: el cuerpo recibe comida, pero el cerebro no se entera. La consecuencia es clara: se desactiva la señal de saciedad y el ciclo de hambre sigue activo.

“Si comes con el móvil, tu cerebro no procesa que has comido: así empieza el descontrol”, advirtió con firmeza.

El uso de móviles y pantallas durante las comidas desconecta los sensores internos y alimenta el bucle del hambre constante

El uso de móviles y pantallas durante las comidas desconecta los sensores internos y alimenta el bucle del hambre constante

Atresmedia

Lo que ocurre en esos momentos, según detalla, es una desconexión entre los sensores naturales del cuerpo y las respuestas que deberían regular el apetito. En un entorno ideal, las células grasas —los adipocitos— liberan hormonas que ayudan a equilibrar el sistema tras una comida. Pero cuando el cerebro no registra esa ingesta como tal, no se activa la respuesta natural de “basta”.

“Es muy importante que el equipo escuche esto. Equipo, directora, Silvestre, Recio, todos: que comemos delante del ordenador”, dijo Sonsoles Ónega señalando el ejemplo más habitual en la vida moderna. Y no se trata solo de una mala costumbre. Se trata de una interferencia directa en el equilibrio hormonal que puede acabar afectando al metabolismo de forma crónica.

Si comes con el móvil, tu cerebro no procesa que has comido: así empieza el descontrol”

Boticaria García

A este problema se suma otro ya conocido: el exceso de azúcar y el estrés continuo. Ambos factores alteran el hipotálamo —la estructura cerebral que regula el hambre y la saciedad— y terminan descompensando las balanzas del cuerpo. “Cuando tenemos azúcar en la glucosa del sangre y en el cerebro, tenemos un equilibrio y todo funciona bien. Pero, ¿qué ocurre si vamos poniéndole más azúcar? Se descompensa y nuestro cerebro le dice: come más, come más, come más”.

El estrés, por su parte, eleva el cortisol, una hormona que, además de quitarnos el sueño, incrementa el deseo de consumir azúcar y disminuye la liberación de las hormonas que nos dicen que ya hemos comido suficiente.

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Boticaria no se limita a señalar el problema, también propone soluciones accesibles. Recomienda evitar desayunos con exceso de azúcar, moverse cada hora para favorecer la captación de glucosa desde el músculo, y prestar atención real al momento de comer. Eso incluye guardar el móvil, cerrar el portátil y conectar con lo que está pasando en el plato.

Para ella, entender por qué sentimos hambre —y de qué tipo— es el primer paso. “Podemos hacerle una entrevista a nuestro hambre para preguntarle si es hambre de estrés o es hambre de no. A ver, cariño, ¿es hambre de estrés?”, bromeó con el tono cercano que la caracteriza. Y si la respuesta es sí, lo importante es identificarlo a tiempo, antes de que el azúcar empiece a pedir paso.

Porque a veces, lo que más nos alimenta no es la comida, sino la forma en la que estamos presentes mientras la tomamos.

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