Wendy no volaba. Cuidaba. Mientras Peter Pan jugaba a no crecer, ella arreglaba camas, contaba historias, calmaba llantos. En mitad del País de Nunca Jamás, la única que asumía responsabilidades era ella. No tenía poderes, ni espada, ni polvo mágico. Tenía deberes, preocupaciones y un papel que no eligió pero que terminó aceptando.
Esa figura literaria, envuelta en la ternura de los cuentos, encierra un perfil que se ha trasladado a muchas relaciones adultas en la realidad, con consecuencias que van más allá del afecto.
No es dulce
El rol de Wendy esconde una carga emocional
En psicología, se habla del llamado Síndrome de Wendy para referirse a personas que, en sus vínculos afectivos, adoptan un rol de cuidado extremo hacia su pareja. No se trata solo de ayudar o acompañar, sino de asumir tareas emocionales y prácticas que no les corresponden en exclusiva.
Según explicó la psicóloga Marta Micolau en su perfil de Instagram, este patrón aparece “cuando una persona asume el rol de cuidador de su pareja y aparece en personas que tienen necesidad de ser aceptadas”.
Esa necesidad, en muchos casos, nace en la infancia. Quienes crecen en entornos donde el cariño se percibe como una recompensa por portarse bien, ser útiles o encargarse de los demás, pueden interiorizar la idea de que el afecto se gana. No se da. Y al llegar a la vida adulta, reproducen esas dinámicas en sus relaciones sentimentales. Se encargan de todo, priorizan al otro y acaban cargando con el vínculo entero.
Uno de los efectos más habituales es el desgaste emocional. Al centrarse en lo que necesita la otra persona, quienes adoptan este patrón tienden a dejarse para el final. También puede aparecer una relación de dependencia desequilibrada. La pareja se acostumbra a recibir atención y cuidados, mientras quien los ofrece renuncia a su propio espacio. Con el tiempo, la balanza se inclina demasiado y aparece un malestar difícil de identificar al principio.
Además, se resiente la autoestima. Quienes caen en este tipo de vínculos no siempre lo hacen por altruismo, sino porque buscan reconocimiento. Como añade Micolau, “el Síndrome de Wendy se da en personas que tienen necesidad de ser aceptadas”. Esa validación, cuando no llega, deja un vacío aún más profundo. Detectarlo a tiempo permite reajustar las dinámicas. No para dejar de cuidar, sino para hacerlo sin perderse en el intento.