“¿De qué sirve hacerlo todo bien si tu hijo solo te ve estresada?”. Con esta pregunta, Karen Aida, docente con 18 años de experiencia y experta en inclusión educativa, formación docente y discapacidad, abre uno de sus vídeos en TikTok. Desde su cuenta @karenaida18, lanza un mensaje tan sencillo como demoledor: los niños no necesitan perfección, necesitan presencia emocional.
“No quiere la comida perfecta ni los juguetes más caros —explica—, tampoco el castigo exacto que dicen en los libros”. Lo que realmente anhela ese niño que se desborda, grita o llora sin consuelo, es que no huyas de su caos. Que te quedes. Que lo mires con ternura. “Él necesita tu mirada mucho más que tus soluciones”, añade.
Presión invisible, presencia valiosa
Karen Aida cuestiona el modelo de crianza basado en el hacer constante, y defiende el valor de estar emocionalmente disponible
La clave está en estar, pero no solo físicamente, aclara la docente, sino con disponibilidad emocional: con paciencia, con escucha, con una conexión que no exige logros ni manuales de conducta, sino humanidad. Su enfoque, alineado con las corrientes de crianza respetuosa y neuroeducación afectiva, recuerda que el desarrollo emocional de los niños se forja en los vínculos más cotidianos: en la manera en que somos capaces de sostener, no de corregir; de mirar, no de resolver.
Este planteamiento coincide con las recomendaciones de organismos como la American Academy of Pediatrics, que señala que los niños pequeños aprenden a regular sus emociones a través del apego seguro y la disponibilidad emocional de sus cuidadores. También investigaciones del psicólogo Daniel J. Siegel subrayan que “el simple acto de conectar emocionalmente con un niño ayuda a construir un cerebro más sano, más resiliente y más equilibrado”.
Karen Aida, que lleva casi dos décadas acompañando a familias y escuelas, insiste en romper con la idea de que la crianza debe medirse por resultados tangibles. “La presencia no es para estar físicamente, es para estar emocionalmente disponible”, subraya. El verdadero amor no se mide en comidas cocinadas ni en agendas llenas de planes. “El amor no se mide en logros, se siente en la presencia”, resume la descripción del vídeo.
En una era de padres y madres agotados, hiperexigidos y con miedo constante a equivocarse, la propuesta de esta docente no es una carga más, sino una invitación a soltar el perfeccionismo y recuperar la calma como motor de crianza. Estar no es hacerlo todo. Es mirar con ternura y resistir en el momento en que más nos necesitan.

