“No somos seres sujetos a una enfermedad, sino personas activas en un problema”. María Xesús Froxán, doctora en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid y catedrática de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos, habla con firmeza. No hay metáforas ni paños calientes en su forma de nombrar lo que, para ella, es uno de los grandes errores de la salud mental actual: medicalizar la vida. “No es solo el estigma lo que te hace daño, además está la etiqueta. Es decirle a alguien: lo que tú haces, lo que tú sientes, lo que te pasa, es una enfermedad. Esto condiciona completamente la manera en la que esa persona se relaciona consigo misma y con lo que la rodea”.
Froxán lleva años investigando sobre los procesos de aprendizaje que pueden explicar el mantenimiento y el cambio terapéutico en personas diagnosticadas con esquizofrenia, trastorno bipolar, trastorno límite de la personalidad o TDAH. A diferencia del modelo biomédico, que entiende estos diagnósticos como afecciones internas y estables causadas por algún tipo de alteración orgánica, ella defiende una lectura diferente: hay formas de actuar que se vuelven problemáticas en determinados contextos, y que tienen sentido si se analizan desde la historia personal y la relación con el entorno. “No deberíamos permitir ese tipo de diagnósticos. Desde el momento en el que a ti te etiquetan con algo, buscas explicaciones en esa etiqueta y dejas de hacer cosas que se podrían modificar. Te condenas”, apunta para La Vanguardia.
No hay manual posible. Si yo ahora te digo una estrategia, puedo estar contribuyendo desfavorablemente a que las personas crean que esa estrategia es válida para todos los casos
Según la especialista, existen dos problemas: el estigma social y la sobre etiquetación. “Las etiquetas de trastornos se asignan solo con base en el comportamiento, en lo que una persona hace o siente. No hay pruebas médicas ni alteraciones biológicas que confirmen tal diagnóstico. Primero se etiqueta a alguien por cómo actúa o se siente, y luego se usa esa misma etiqueta para explicar su comportamiento”. Desde ahí, desmonta también una idea habitual en el ámbito familiar y de cuidados: la de que el entorno cercano puede, por sí solo, ayudar a alguien a salir del diagnóstico. “Es muy difícil porque desde el propio modelo biomédico se insiste en que es una enfermedad crónica. [...] No puede haber una actuación individual a título familiar que le haga luchar contra la etiqueta. Tiene que ser un cambio social, claro. El daño que hace la sobre etiquetación difícilmente se contrarresta con un cambio individual”.

A diferencia del modelo biomédico, que entiende estos diagnósticos como afecciones internas y estables, ella defiende una lectura diferente
Bipolaridad, pensamientos intrusivos o esquizodrenia
Los llamados pensamientos intrusivos, tan comunes como difíciles de gestionar, son uno de los puntos donde más se enreda la comprensión de la mente. “No hay pensamientos, sino que pensamos y la conducta de pensar, como cualquier otra, está contextualmente controlada. Considerar que “dentro tenemos pensamientos tiene poco sentido, porque dentro no hay nada (psicológico)”. Para ella, lo importante no es de dónde surge el pensamiento, sino por qué pensamos de esa forma: “Siempre hay un porqué y un para qué. Todo pensamiento, como toda conducta, tiene una función y solo puede identificarse desde un análisis individualizado”, sostiene.
Lo mismo ocurre con delirios o alucinaciones: “Hay muchos estudios que demuestran que es una respuesta de reacción ante una serie de cosas que también hay que identificar antes de decir qué se puede hacer para luchar contra ellos”. Por eso, Froxán se distancia de cualquier receta universal. “No hay manual posible. Si yo ahora te digo una estrategia, puedo estar contribuyendo muy desfavorablemente a que las personas crean que esa estrategia es válida para todos los casos, la apliquen sin éxito o incluso haciendo daño. Los tratamientos farmacológicos presuponen un desarreglo neuroquímico, pero hasta la actualidad no se ha demostrado que tal desarreglo sea la causa del problema, aunque sí pueda correlacionar o ser consecuencia de este.
En cuanto al manejo del trastorno bipolar, la clave está en aprender a identificar las señales que anticipan una fase maníaca o depresiva. “Se puede ayudar a detectarlas y ahí es donde puedes dar algún tipo de estrategia para que la cosa no siga adelante. Fíjate que incluso la estrategia puede ser utilizar medicación, que no es que sea siempre rechazable. Lo que nunca puede ser es el tratamiento único”, apunta. Para ella, ni siquiera el tratamiento prioritario puede ser un complemento.
Problemas que eran absolutamente cotidianos, que formaban parte del ciclo vital, ahora se consideran enfermedades
Respecto a la esquizofrenia y otras patologías consideradas graves, Froxán advierte que muchas veces la intervención psicológica llega demasiado tarde. “Cuando llega al psicólogo una persona con diagnóstico de esquizofrenia o bipolar, pocas cosas se pueden hacer desde el punto psicológico porque probablemente hayan pasado años desde el diagnóstico, la vida de la persona se haya modificado por completo desde el momento inicial, se haya “convertido” en un enfermo crónico y su vida actual poco o nada tenga en común con la que tenía al inicio del problema”, explica, y a su vez propone un cambio cultural más que médico: “La educación no tiene que ser para prevenir los problemas, sino para enseñar a las personas a vivir en un mundo lleno de problemas y aprender a resistir las frustraciones. Problemas que eran absolutamente cotidianos, que formaban parte del ciclo vital, ahora se consideran enfermedades”. Por ello, concluye que la prevención debe abordarse desde una perspectiva global que incluya la preparación para enfrentar las adversidades de la vida.

“El Alzheimer sí hay una alteración orgánica que hace que necesariamente haya una intervención esencialmente neurológica”
En relación con el trastorno límite de la personalidad (TLP), Froxán destaca que “es fundamental el reconocimiento de las propias emociones” y aprender a identificar “por qué me siento así” y qué está ocurriendo en el contexto. Explica que “hay gente que etiqueta todo lo que siente de forma generalizada” y realmente son respuestas emocionales. Por ello, considera crucial “darles un nombre en relación con el contexto en el cual ocurre” porque “las emociones no salen de dentro, no las llevamos dentro. Es una interacción entre lo que está ocurriendo y lo que yo estoy sintiendo”. Este reconocimiento permite “entrenarme en nuevos comportamientos”, siendo este proceso una parte central del tratamiento.
Respecto al Alzheimer, Froxán admite no ser especialista, pero señala que, a diferencia de los problemas de conducta, “en el Alzheimer sí hay una alteración orgánica que hace que necesariamente haya una intervención esencialmente neurológica”. Por ello, el psicólogo actúa como complemento para “ayudar a que las consecuencias del Alzheimer y algunos factores que pudieran agravarlo no sea tan poderosas y la situación no sea tan dolorosa ni para la persona que lo tiene ni para los familiares que viven con él”. “Aquí es exactamente igual”, señala, “el Alzheimer se tiene que tratar con un neurólogo y los psicólogos tenemos que ser los profesionales encargados de enseñar a manejar los problemas de conducta asociadas a este tipo de enfermedades”. Así, la intervención psicológica se orienta a apoyar emocionalmente y mejorar la calidad de vida, más que a tratar la enfermedad directamente.