El bienestar físico y emocional es uno de nuestros principales objetivos vitales. Tal y como ocurre con el cuerpo, el cerebro sufre las consecuencias del día, cada uno distinto del anterior. Tan pronto como nos despistamos, podemos sentir dolor, agotamiento, pulsaciones, ansiedad, nervios y muchas más afectaciones. El cuerpo debe estar limpio por dentro y por fuera, pero la mente también merece una atención especial.
Este aspecto es esencial que se trabaje desde una edad muy temprana, para que los menores de edad puedan sobreponerse a condiciones de vida complicadas. Una reflexión que compartía Jamil Zaki, neurocientífico y profesor de Psicología en la Universidad de Stanford. Durante una intervención en la serie de conferencias Aprendemos Juntos 2030, de BBVA, expuso las diferencias que se pueden dar dependiendo de los que estos niños y niñas puedan pasar.
“El papel que desempeñamos en las vidas de los demás es más importante de lo que pensamos, especialmente en edades tempranas. Hay una historia al respecto que me parece muy triste, pero también impactante. En Rumanía, hace décadas, por diversos motivos, hubo una generación de niños huérfanos. No tenían padres y se criaron en instituciones. Estos niños tenían comida, agua, un techo, todas las necesidades físicas, pero no tuvieron ningún vínculo cercano en toda su infancia”, contó.
“En mi campo, en psicología, en neurociencia, decimos que las personas, el ser humano, son seres sociales. Pero no nos damos cuenta de hasta qué punto es cierto hasta que vemos a alguien que ha crecido fuera del entorno social. Estos pobres niños sufrieron de muy distintas formas. Su salud mental se deterioró mucho, experimentaron múltiples dificultades adicionales”, expresaba, indagando en más detalles sobre los menores”.

Jamil Zaki, neurocientífico y psicólogo
“Apenas crecieron físicamente, pues no había nadie que les cuidara y afectó gravemente a su capacidad de conectar con otros. Al menos algunos recibieron buenas noticias. Hubo familias que los adoptaron y les dieron el amor y atención que necesitaban. Y los niveles de empatía de esos niños crecieron hasta lo que denominaremos niveles normales”, profundizaba, concluyendo que nuestro entorno puede ser clave en este tipo de desarrollo.
“Creo que es una historia profunda que narra cómo nuestra empatía puede cambiar según el entorno, pero también cómo influye nuestro entorno familiar, especialmente a edades tempranas”, sentenciaba.